En las guerras modernas, tan
importante como las bombas lo son la información, la desinformación, la
manipulación y la mentira. Sobre todo, esta última se convierte en verdadera
arma de destrucción masiva. Destruye razonamientos, sentimientos y voluntades y
encubre atrocidades de todo tipo.
Cataluña vive una auténtica
guerra. Sin muertos, de momento, pero, con sangre, con violencia y con
resistencia pacífica. Cataluña vive un encarnizado enfrentamiento, en una
desigual lucha entre el Estado y la Generalitat. Todos los equilibrios políticos
están rotos. Pero, a pesar de todo, nadie puede vaticinar el resultado final.
Porque el conflicto se ha traslado a la calle. Las instituciones han quedado en
segundo plano. La lucha se libra entre dos poderes, el popular, y la fuerza
bruta del Estado. Y, en medio, los políticos de todos los signos.
La opinión publicada, las
tertulias políticas difícilmente pueden, a estas alturas, aportar algo como no
sea intoxicación. Los acontecimientos les sobrepasan. Acostumbrados a poner
etiquetas a todo, a separar en compartimentos estancos la realidad, a
contemplarla como si de una foto fija se tratase, argumentan sólo en base a
números y tantos por ciento de representatividad, de manifestantes, de votos y
escaños, sin profundizar en lo hay detrás de esos números. Piensan que las
cosas "son como son" y no pueden dejar de serlo, se ponen a la
defensiva, se cierran en el bucle en que les han metido (el referéndum es
ilegal, el referéndum es ilegal, es ilegal, ilegal...), no saben interpretar o
simplemente descubrir que "la cosa" está en movimiento, que existen
fuerzas enfrentadas, que ninguna lo puede todo y que ninguna carece de todo
poder. Que, en un momento puede ser uno el vencido, pero que ello no significa
que vaya a serlo siempre. La tendencia es lo que hay que observar, saber ver de
dónde se viene y hacia dónde se va. Y, sobre todo, los medios nos tienen
acostumbrados a informarnos sin contrastar las informaciones. Y no ha sido una
ni dos, sino muchas las ocasiones en que nos han transmitido informaciones
falsas o, cuando menos, verdades a medias (hablo en pasado porque la velocidad
con que ocurren las cosas, enseguida las convierte en obsoletas). No nos ayudan
a comprender lo que realmente está pasando.
Decía que les han metido en un
bucle y que no saben interpretar. Es una manera amable de juzgarlos. A nadie se
le escapa que los grandes medios son empresas cuyo principal, si no último,
objetivo es ganar dinero, a costa de lo que sea. A costa de aprovecharse de la
creencia popular de que sus informaciones y opiniones son "palabra de
dios". Sólo les importa mantener su poder. A costa de presionar a sus
trabajadores para que sólo defiendan lo que a sus dueños interesa.
Por eso, si no somos capaces de
buscar información en otras fuentes, más autónomas e independientes, menos
partidistas, si no las encontramos, al menos debemos hacer un esfuerzo por
razonar, por analizar con nuestro sentido común, con nuestra experiencia y
conocimientos. Y, eso, hacerlo en grupo, colectivamente. A eso va encaminado
este escrito, a recordar algunas cosas elementales que la retórica, los
intereses particulares y el juego sucio trata de hacernos olvidar. Aunque
parezca algo ingenuo, dada la transcendencia de los acontecimientos. Los hechos
se desarrollan a una velocidad vertiginosa. Y, en nuestro intento de seguirlos,
olvidamos su origen. Es tal la velocidad con que suceden que, en un instante,
perdemos de vista lo que los ha traído hasta aquí y nos impide verlos en
perspectiva.
Toda Constitución es un contrato
entre partes, generalmente desiguales en cuanto a fuerza y poder. Inicialmente
se considera ese contrato como indefinido, pero en ningún sitio está escrito
que deba mantenerse eternamente. Se puede romper unilateralmente (de eso saben
mucho los empresarios). Cuando se rompe un contrato sin causa justificada
exigimos indemnización. También se puede romper de mutuo acuerdo, aceptando
cada uno parte de las razones del otro y repartiendo los costes. Lo que no se
puede es obligar a nadie a mantenerlo eternamente. La Constitución del 78
respondió a las circunstancias concretas de aquél momento. Pero esas
circunstancias han cambiado.
Normalmente, la legitimidad de
los contratos se fundamenta en que las partes contratantes suscriben los
contratos libremente. Hemos asumido ingenuamente que, en la política, en el
empleo, las partes, ciudadanos y políticos, trabajadores y empresarios,
acuerdan los contratos libremente. Pero no es así. A los ciudadanos, las
constituciones se nos presentan como algo acabado, acordado en los despachos
por los representantes, a lo que hay que decir sí o no. No hay participación en
el debate, no hay oportunidad de introducir matices. En lo laboral, quien no
tiene otra manera de sobrevivir que aceptar las condiciones que le ofrece el
empresario, no puede escoger libremente.
El contrato del 78 no se firmó
con la misma libertad por ambas partes. Cuando los contratos se han establecido
sin la necesaria libertad de las partes, cuando una parte, por las
circunstancias, se ve obligada a ceder más que la otra, cuando, con el paso del
tiempo, esa cesión llega a ser insoportable, romper el contrato resulta
inevitable y resulta ser de justicia, aunque, las clausulas del propio
contrato, establezcan que romperlo es ilegal. Lógicamente, quien ha salido
beneficiado con las condiciones del contrato se aferra a él, con uñas y
dientes. "Santa Rita, Rita, Rita, lo que se da no se quita". Acusa a
la otra parte de desleal y a quien lo rompe de ilegal.
Además, cuando se trata de un contrato para la
convivencia, resulta contra natura obligar a nadie a convivir si no quiere.
Imaginemos una comunidad de
vecinos en que uno de ellos decide vender su piso e irse, porque no se siente a
gusto en la comunidad, y los demás se oponen por las razones que sean. ¿Con qué
derecho pueden impedir que el vecino se vaya? "La decisión de que se vaya
o no la tenemos que tomar entre todos". Bueno, "si se va, que se
vaya, pero que deje el piso... No le dejamos venderlo... Formamos una comunidad...
Lo tenemos escrito... El estatuto de la división horizontal... Y, quien quiera
irse, que se vaya... pero que deje el piso".
¿Algo estrambótico, no?
¿Quién debe votar cuando alguien
quiere irse de la comunidad? ¿Todos? ¿Por qué no votamos todos también cuando
se aprueba el Estatuto de una Comunidad Autónoma determinada? ¿Es que no afecta
a las demás comunidades lo que se apruebe para una? Formamos parte de la Unión
Europea y esta institución está marcando gran parte de nuestras posibilidades
de decidir. ¿Por qué no hemos votado todos en el Brexit?
Las comunidades pueden ser muy
viejas, menos viejas o de pocos años. Llevar mucho tiempo juntos puede ayudar a
la convivencia. Pero también puede llegar a hartar. "¿Por qué romper la
comunidad si llevamos tanto tiempo juntos?" Quien quiere irse puede dar
razones, pero no necesariamente. Se irá con todas las consecuencias. Eso sí: cumplirá
con todas las obligaciones que tenía contraídas. Pero, acabará yéndose. ¿Y no
sería más práctico romper de mutuo acuerdo y poder seguir colaborando en el
resto de los aspectos de la vida?
"¿Pero no es mejor seguir
unidos?" "El mundo va hacia la globalización". No, el mundo ya
está globalizado en muchos aspectos. Pero, en otros no, porque lo impiden
quienes tienen el poder. El dinero y los capitales circulan libremente, pero ¿y
las personas? ¿Quiénes son los que toman las decisiones? ¿Es la gente? ¿Quién
la escucha? La globalización es un hecho para unas minorías. La gran mayoría
sigue encerrada dentro de las fronteras de sus estados. La Humanidad puede que
tienda a la fraternidad universal, pero ello nada tiene que ver con la
globalización tan cacareada y que tantos males está trayendo para una mayoría
de países y pueblos. Quizá tendríamos que pararnos a pensar por qué, quienes lo
deciden todo, impiden la libre circulación de las personas.
Expresar lo que uno piensa ¿por
qué tiene que perjudicar a los demás? ¿Qué derechos han negado a los demás
aquellos que han ido a votar el 1-O? ¿Les han negado el derecho a
"sentirse español"? Ser es una cosa y otra existir. Y entramos en un
campo muy complejo. Uno es catalán, o vasco, o murciano porque lo afirma ser o
se siente tal. Pero, en la práctica, es importante que los demás se lo
reconozcan. El concepto de ciudadanía de tal o cual lugar lleva aparejado el
reconocimiento de unos derechos. Vive,
existe en un territorio, con otras personas, con su lengua, con sus costumbres,
con sus anhelos, con sus derechos y obligaciones. Eso es lo que produce
normalmente el sentimiento de ser catalán, vasco o murciano. Uno o una puede
sentirse catalán o vasco... en cualquier lugar del mundo. Pero es necesario que
los demás lo reconozcan. De hecho, muchos "extranjeros" en un país
pueden integrarse en su nuevo país de residencia y trabajo sin dejar de
"sentirse" perteneciente a su país de origen. A los catalanes que se
sienten españoles nadie les va a arrebatar ese sentimiento, sentimiento que,
por otra parte, no parece ser tan fuerte como para que llegue a ser su principal
preocupación, como lo demuestran las encuestas. Muchos habitantes residentes en
Cataluña, provenientes de otros lugares, han llegado a integrarse plenamente
sin que por ello hayan renunciado o se les haya obligado a renunciar a su
sentimiento de pertenencia a su lugar de origen. El sentimiento es voluble.
Puede desaparecer o ser sustituido por otro distinto. Puede ser muy fuerte,
pero no indestructible. Todas las alarmas que se están vertiendo sobre las
conciencias de los catalanes para que tengan miedo a la independencia no parece
que estén produciendo el efecto pretendido. Y es que la gente no es tonta. ¿Qué
es? ¿Que van a cerrar las fronteras con alambradas? Otra cosa será cuando vean
que los poderes económicos empiezan a adoptar decisiones simbólicas como el
Banco Sabadell y la Caixa. Pero, ¿Qué es? ¿Que van a cerrar todas las
sucursales y se van a llevar el dinero de los depositantes? ¿O ven que la independencia está a la vuelta de la
esquina? Si solo es una medida de presión se les puede volver en contra si sus
depositantes optan par retirar sus dineros de golpe todos a una. La experiencia
dice que más pronto que tarde "volverán" allí donde está su negocio.
Hay una contradicción evidente entre
el discurso de quienes niegan que España "roba a los catalanes" y el
de quienes creen que si Cataluña "se marcha" nos va a perjudicar al
resto. ¿En qué quedamos? ¿Les robamos o nos roban?
¿Y la solidaridad? La solidaridad
o es libre o no es solidaridad.
Continuamente se apela a que son
más los que no quieren la independencia que los independentistas. Eso sólo se
sabría si fuese posible preguntar a unos y otros, en libertad y serenamente lo
que quieren. Así saldríamos de dudas, al menos, de momento. También sabríamos
cuántos son los que prefieren que la cosa siga como está, aunque sufran
estoicamente sus consecuencias. No existen mayorías silenciosas. O se
manifiestan y dejarían de ser silenciosas, o permanecen calladas y no
conformarán mayoría. Nadie se puede atribuir el apoyo de aquellos o aquellas
que no manifiestan las razones de su silencio.
De cualquier manera, lo que no tiene
explicación es que votar pueda llegar a ser ilegal y considerarlo una agresión.
¿A qué, a quién? Menos aún que, una vez declarado un referéndum ilegal y sin
consecuencias jurídicas, se trate de impedir, por todos los medios, incluida la
violencia, que se celebre, impedir que se vote. Allá los catalanes con su
paranoia ¿No? ¿No será que, quienes han tratado de impedir que se vote no
tengan tan claro que los independentistas sean minoría?
Otro de los mantras más
utilizados es que el independentismo ha producido fractura social entre los
catalanes. Por más que se empeñen en repetirlo, con todas las imágenes
difundidas por los medios y en las redes sociales no han conseguido hacer
visible esa fractura entre catalanes. Si se ha producido fractura, faltaría
más, entre un grupo mayoritario de ciudadanos y las fuerzas de seguridad,
claramente enviadas para "castigar a quienes han osado enfrentarse al
todopoderoso Estado", fractura entre un sector amplio de la sociedad
catalana y el gobierno de Madrid. ¿Hacía falta ese escarmiento?
Dicen que las votaciones desunen.
Cuando hay diversidad de criterios se acude a la votación, cuyo resultado no
tiene por qué ser definitivo. Quienes pierden la votación deben poder volver a pedir votar cuando las
circunstancias hayan cambiado. La votación no produce desunión. La desunión
existe antes. Por eso se vota. La votación sólo refleja lo que hay, la
realidad. Lo que siempre hay que exigir es coherencia, defender siempre lo
mismo, aunque pueda perjudicarnos. No vale que el PP gobierne con un tercio de
los votantes, apoyándose en la ley electoral vigente, y que al Gobierno de la
Generalitat le exijan que tenga más de la mitad de apoyos en voto ciudadano.
Hay que saber perder. ¿O es que alguien puede creer que todos los que no votaron
al PP están de acuerdo con su Gobierno? Pero han aceptado el resultado y están
sufriendo sus políticas.
Y, para terminar (esto está
resultando muy largo). Nadie puede negar que hemos perdido dócilmente mucha
soberanía, cediendo ante la UE en cuestiones de enorme importancia y
condicionando nuestras vidas de forma determinante. Ser consciente de esa
realidad es imprescindible. Quienes queremos cambiar profundamente la realidad
debemos tener claro que conseguirlo dependerá, también, del apoyo u obstáculos
que ponga la UE y de que ese anhelo se extienda por otros pueblos de Europa.
Tal es la situación que juntar hoy fuerza suficiente para conseguirlo está muy
lejos. La pregunta es: ¿debemos esperar a que se consiga la mayoría legal
necesaria en España y en Europa para que, desde las instituciones se promuevan
los cambios necesarios? ¿Cuándo se produciría eso? Incluso si esa mayoría se
consiguiese, ¿podemos confiar en que la minoría que detenta el poder aceptaría
los resultados y acataría las medidas que la mayoría popular vencedora fuese a
ir adoptando?
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