"Los que miran callan y dan
tabaco" suelen decir en el bar de mi pueblo cuando la partida está
emocionante y hay mucha expectación. Asistimos a una verdadera partida de
cartas, un juego de apuestas, donde la capacidad de adivinar la jugada del contrario,
o de ocultar la propia, es más importante que la suerte que tengas con las
cartas. Se trata de una partida de tahúres, jugadores de oficio, diestros en el
juego y también fulleros. ¿Debemos, los que no jugamos, permanecer callados y,
encima, dar tabaco? Resulta muy costoso.
Es bochornoso leer o escuchar a
"quienes son capaces de opinar de todo", periodistas y contertulios, como
verdaderos exegetas interpretadores de palabras, intenciones y sueños, de lo
que dicen o quieren decir aquellos a los que se aplaude cuando coinciden
contigo o se insulta cuando no. Y como impacientes profetas. Continuamente
preguntan "y si esto, y si lo otro". Quieren conocer ya el futuro. Buscan
el titular, a poder ser, sensacionalista. No es aquello de confundir los propios
deseos con la realidad. Es, claramente, un argumentar torticero, interesado,
mentiroso, si es preciso, para llevar el agua al propio molino.
Sigo pensando que los
profesionales de la información y de la conformación de opinión pública no
están capacitados o no quieren entender lo que realmente está pasando. No están
educados para ello. Sólo opinan sobre lo último. No lo enmarcan en el contexto.
Repiten mantras que, en muchos casos, ya están superados. Convocan a
"expertos" (para dar una imagen de neutralidad) y luego no hacen ni
puñetero caso de lo que les dicen. Imponen condiciones o limitaciones al
diálogo, "tiene que ser dentro de la legalidad", e impiden que el
diálogo comience, cuando lo único exigible, para que haya diálogo, es que haya,
al menos, dos que quieran dialogar, que se reconozcan mutuamente como sujetos
con derecho a ser escuchados y que estén dispuestos a escuchar, que se respeten. Para dialogar
no hay normas. Dialogar no supone negociar, donde cada parte manifestará cuánto
está dispuesta a ceder o renunciar para llegar a un acuerdo. Dialogar es
previo, es condición necesaria para empezar una negociación. Dialogar ya es
algo con lo que empezar a buscar la solución.
Todos coinciden en que, tarde o
temprano, el caso acabará en unas elecciones. Por eso, en la fase actual, y de
cara a futuras campañas electorales, "lo que importa es el relato",
poder contar la historia como a cada uno le interesa para dejar claro que uno
siempre "defendió" lo mismo y descubrir las incoherencias del
adversario. "Cuanto peor para todos, mejor. Mejor para mí el suyo
beneficio político". Para ello, se mezclan datos (cuando no se inventan),
se sacan frases de contexto o directamente se miente.
Un ejemplo claro es mezclar
habitantes con electores, o votantes de hecho con censos electorales. O
manifestantes con mayorías silenciosas. Se trata de minimizar los argumentos
del contrario. En Cataluña hay 7,5 millones de habitantes (incluidos niños y
residentes sin derecho a voto), de los cuales 5,5 millones pueden votar.
Manifestarse pueden todos. Es positivo que se haya producido, por fin, una
manifestación de ciudadanos y ciudadanas contrarias al independentismo, porque
hay que escuchar todas las voces. Pero ¡ojo!, un argumento se ha caído
definitivamente por tierra: Ya no vale comparar el número de manifestantes con
los que se quedaron en casa. Los que se quedaron en casa el sábado 7 de los
corrientes, fueron muchos más que los que se manifestaron por la "unidad
de España". ¿Quiere eso decir que es aplastante la mayoría de catalanes y
catalanas que no quiere esa unidad porque se quedaron en casa?
Con todo, es difícil comparar el
número de los que se manifiestan con el de los que se quedan en casa. Unos
muestran su opinión, otros se la reservan. Pero, incluso, es difícil comparar el
número de manifestantes de unas manifestaciones y otras, cuando los métodos de
cómputo están tan desprestigiados. Pero,
más difícil, aún, es comparar el número de unos manifestantes con otros, comparar
a quienes salen de casa para votar, arriesgándose a recibir los palos de la
policía, con quienes salen, de fiesta, a manifestarse con todo el apoyo
mediático, político, policial y judicial... con el apoyo del Estado, en suma.
No obstante, ahí está el fondo de
la cuestión. Sumando los manifestantes de ambos bandos, los de los
"independentistas" y los de los "unionistas", son menos, en
ambos casos, que los que se quedaron en casa. ¿Serán éstos los que esperan un
referéndum pactado con garantías o, simplemente, son quienes prefieren que las
cosas sigan como hasta ahora? Seguiremos sin saberlo. ¿Por qué nadie ha sido
capaz de "sacar a la calle" a esa mayoría todavía silenciosa para que
hable? ¿Por qué a nadie parece preocuparle esa mayoría que sigue sin
manifestarse? No juguemos con los números.
Existen varias razones. Que el
asunto es muy complejo y nadie quiere perder el tiempo en explicarlo para que
la gente lo entienda. Que nadie quiere llamar a las cosas por su nombre. Y,
sobre todo, que hay que mirar de reojo a los posibles resultados en unas
próximas elecciones. El PP estará tranquilo mientras conserve sus votantes en
el resto del Estado. Puede gobernar en España siendo una formación residual en
Cataluña. El PSOE, sin embargo, nunca gobernará en España si no gana en
Cataluña. Y, lejos de cumplir su compromiso de consultar a sus bases ante las
grandes decisiones, parece conformarse con mantener los votos de Andalucía y
llegar a gobernar en "gran Coalición con PP y Ciudadanos. El discurso
"renovador" de Ciudadanos ha quedado al descubierto: ha optado por el
palo, incapaz de ofrecer la zanahoria, se muestra más reaccionario que el
propio PP. Y, Podemos no puede nadar en la ambigüedad. Errejón está ganando en
los medios (aunque éstos no se lo reconozcan) lo que Iglesias no gana en la
calle. Vista Alegre-II al revés. A nadie se le obliga a "regenerar"
la política, salvo que haya sido el mensaje con que trató de convencernos.
Sin pretender ser exhaustivo
(porque no me considero capaz), apuntaría algunas consideraciones que pudieran
explicar parte de lo que está ocurriendo.
El "independentismo catalán"
no es, al día de hoy, un movimiento de la burguesía catalana, sino que se ha
convertido en un movimiento popular que desborda lo que la derecha catalana,
mal que le pese, ha sido hasta ahora. Ese movimiento incluye a
"ricos" y no tan ricos, a obreros, parados, jóvenes y mayores,
mujeres y hombres. Y eso es lo que verdaderamente importa. Se podrán hacer
quinielas, en base a encuestas, sobre quién va a salir fortalecido
políticamente dentro del movimiento. Una cosa está quedando clara: la
correlación real de fuerzas en el movimiento no necesariamente se corresponde
con el reparto ni de votos ni de escaños obtenidos. Sólo así se explica el
protagonismo real que está teniendo o que interesadamente se le atribuye a las
CUP ("están en manos de los radicales", dicen) con su 8,4% de los
votos. Quienes sigan minusvalorando el peso de ese movimiento popular, a la
larga, acabará perdiendo la partida.
La lucha de fondo, mal que les
pese a muchos, es una abierta lucha de clases. Si el independentismo catalán
estuviera en manos de la derecha catalana, las principales empresas lo
apoyarían. Y, no solo no es el caso, sino que la oligarquía catalana está
resueltamente en contra, ejerciendo todo su poder e influencia, con el apoyo
del Gobierno del PP y de la propia Casa Real, y aún a riesgo de cargarse a su
fiel derecha catalana tradicional, para que su "espantada" aterrorice
a la pequeña empresa y la "deserción" sea masiva. En la derecha también hay clases. Pero
no se llevan consigo los centros de trabajo, no se llevan sus negocios, no
renuncian a seguir explotando a sus trabajadores. En Cataluña no todos son
ricos. Se trata de una campaña simbólica cuyos efectos inmediatos en la
economía están aún por comprobarse.
¿Cabe un "internacionalismo
sin fronteras"? Según la izquierda tradicional, no, por aquello de
"proletarios del mundo...", pero es este un debate en abstracto, que
nada tiene que ver con el "Manifiesto" en que tal consigna fue
inmortalizada. Interestatalismo no es internacionalismo. Para que haya
internacionalismo tiene que haber naciones, y naciones libres para que se
asocien. Los proletarios no dividieron el mundo en estados ni establecieron
fronteras, sino que, más bien, el Movimiento Obrero histórico defendió siempre
de "libre asociación de asociaciones libres".
Mucho se puede discutir sobre qué
es una nación, si una comunidad de sentimientos de pertenencia, si una cultura
diferente, si una historia y una lengua, si una forma de organización, si una
idiosincrasia, o todo a la vez. Pero, lo que es claro es que no se trata de
algo abstracto, teórico, sin correspondencia con la realidad.
A los proletarios del mundo les
puede unir algo concreto y determinante en la conciencia de su situación, como
es la exclusión y la explotación del trabajo asalariado, pero ni esa
explotación se manifiesta en todas las situaciones por igual, ni es la misma la
manera con que los pueblos se le enfrentan, ni es la misma la resistencia que
encuentran enfrente.
Pueblo y Estado no son siempre lo
mismo. De cualquier manera, la lucha por la liberación es un proceso histórico,
con altibajos, con desviaciones, con estrategias, con diferentes ritmos. No es
un proceso lineal ni coordinado, ni consensuado. "Hacía falta que nos
uniéramos todos". ¿Y cómo se logra eso? El retraso de unos o lo avanzado
de otros puede repercutir en el resto, acelerar el proceso o paralizarlo.
¿Tienen todos los pueblos que "parar su marcha" para esperar a los
más rezagados? ¿Tenemos que esperar a que todos estemos de acuerdo? ¿Permitirá
pasivamente el adversario que formemos un solo frente contra él? ¿O tratará de
abortarlo antes? El tema tiene su aquél, es evidente, pero no podemos descartar,
de antemano, ninguna estrategia ni descalificarla en función de unos principios
ideológicos abstractos. Los nacionalismos del siglo XIX tuvieron un carácter
claramente burgués. Pero la historia nos ha mostrado que también hay nacionalismos
de izquierdas y que han mostrado, en su práctica, ser plenamente solidarios con
los demás pueblos.
Es curioso que quienes rechazan
los nacionalismos de las minorías, ellos mismos no se consideran nacionalistas.
Consciente o inconscientemente, rechazan las diferencias de los demás y tratan
de imponer una uniformidad que, casualmente, coincide con su propia diferencia,
como si eso fuese lo más natural.
Personalmente creo que los
nacionalismos e independentismos, como "ismos" que son, representan
una tendencia, un "hacer en favor de", una estrategia pasajera que
dejará de tener sentido cuando se consigan los objetivos. Cuando un pueblo
llegue a ser soberano dejará de ser independentista. Será un pueblo políticamente
independiente. Pero ello no significa que sea soberano. Después de conquistar
la independencia tendrá que luchar por lograr su soberanía. Y, cuando lo logre,
será un pueblo libre, sin más. Pero no podrá ser libre si no se solidariza con
los que aún no lo son. El independentismo catalán, aquí y ahora, puede ser la
espoleta que haga estallar el descontento de los demás pueblos del estado
español y los ponga en marcha para luchar por su soberanía, por su liberación
de la opresión que representa la actual hegemonía de fuerzas políticas, judiciales,
policiales, ideológicas y, sobre todo, económicas que los oprimen.
Nota.- Escrito antes de conocer
la decisión del Gobierno de poner en marcha el artículo 155 de la Constitución.
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