miércoles, 23 de septiembre de 2009

LA ENERGÍA, CUESTIÓN DE TODOS

Asistimos a un debate sobre el mal llamado Desarrollo Eólico políticamente interesado, tanto por parte del Gobierno como por la oposición, y que, como ocurre habitualmente, en estos casos, cada uno argumenta con parte de la verdad, ocultando el resto, con lo que contribuyen a confundir a la opinión pública y a que la mayoría nos desentendamos del asunto.

Ya en la misma denominación, “Desarrollo” aparece una intencionalidad clara del Gobierno, y es que el desarrollo de una parte del plan no lleva la misma tramitación que el Plan en sí mismo, tratando, sin duda, de ocultar, entre otras cosas, la modificación sustancial que supone pasar de 300 MW, previstos por el aprobado Plan Energético de Cantabria para la energía eólica, a los 1.400 y hasta más Megawatios que el mal llamado Desarrollo Eólico contempla. Este no es un desarrollo del Plan, es un Plan nuevo que, como tal, debería ser tramitado. Aquí hay gato encerrado.

No todas las voces que se escuchan son de políticos. Intelectuales y artistas y otras gentes han levantado la voz, llamando la atención sobre algunos aspectos del dicho mal llamado Desarrollo, pero no yendo al fondo de la cuestión. Por supuesto que también existe la oposición de aquellos que lo que rechazan es sólo la ubicación en su inmediato entorno de los “molinos de viento”, aunque no les preocupe su implantación en otros lugares.

Por su parte, el también mal llamado movimiento ecologista (porque no es ni único ni homogéneo) apenas ha abierto la boca en este entuerto, fundamentalmente –entiendo- porque, por una parte, se encuentra, a la defensiva, ya que a “los ecologistas” se les viene considerando popularmente como moscas cojoneras que no hacen más que poner pegas a todo, pero también y, sobre todo, porque son conscientes, creo yo, de que este tema y el de la energía en general debe tratarse como un todo, tanto a la hora de marcarse los objetivos, como a la de escoger los medios más adecuados (o menos dañinos) para alcanzar los mismos; tanto a la hora de repartir los beneficios como de soportar las cargas; y, por supuesto, también a la hora de respetar los procedimientos que una sociedad democrática exige para estos casos.

Mi aportación, en este tema, no como político “en activo” ni como ecologista “militante”, es la siguiente:

En primer lugar, hay que desmontar ese discurso de que lo que es bueno para Cantabria lo será también para los cántabros. No podemos tragar, sin más, que “Cantabria va a hacer negocio con este Plan” cono nos decía el Presidente Revilla, en Cabezón, el día de Cantabria. Es un lenguaje a que nos tiene acostumbrados Revilla cuando quiere que no nos enteremos de la realidad. Como si Cantabria fuese un sujeto concreto, capaz de hacer y deshacer, de beneficiarse o de sufrir las consecuencias de cualquier plan. Cantabria, así dicho, sin más, es sólo una nebulosa, un ente abstracto. Quienes, en todo caso, harán negocio, y muy concreto, serán cuatro empresas, venidas de no se sabe dónde, que pujarán con ventaja en una subasta mal planteada (¿qué es lo que se subasta?), desplazando a otros posibles interesados, algunos de ellos cántabros, y que no sabremos dónde pagarán sus impuestos y no necesariamente en Cantabria. Quienes, en cualquier caso, vamos a sufrir todas las consecuencias negativas (que las habrá, lo ha dicho el representante de la Universidad, “no hay impacto cero”) seremos el resto de los cántabros.

En segundo lugar, el tema debe ser tratado globalmente, considerando todos los pros y contras conocidos, con visión de futuro, y como una cuestión que nos interesa a todos. Como una “cuestión de estado”, dirían algunos. Tratar el tema globalmente supone poner por delante la aprobación del tan esperado Plan de Ordenación del Territorio, donde se articulen todas las medidas, iniciativas y planes tendentes a satisfacer los necesidades de los cántabros actuales y las de las generaciones futuras, donde se trate, con carácter prioritario, de la energía, pero donde se contemplen otras muchas cosas, ya que la energía no es la única necesidad que tenemos los cántabros. ¿Por qué los sucesivos gobiernos de la Comunidad Autónoma de Cantabria, de uno u otro color, no han sido capaces de abordar el debate y aprobación de dicho Plan de Ordenación?

En tercer lugar, ya que tanto la energía como la ordenación del territorio en general son temas que nos interesan a todos, debería abrirse un debate amplio donde se pusiesen sobre la mesa las más opiniones posibles o, dicho de otra forma, deberíamos ser todos consultados, de alguna manera, sobre la Cantabria que queremos para el presente y para el futuro.

Centrándonos en la cuestión de la energía, entiendo, debería plantearse objetivamente, en primer lugar, la necesidad de ahorrar toda la energía posible.

Una vez puestas en marcha las medidas eficientes para lograr este objetivo, debería, en segundo lugar, estimarse con realismo la necesidad que los hogares, la industria y los servicios cántabros tienen de energía. En este tema se vienen utilizando datos con demasiada alegría. Ver, en suma, si las industrias cántabras producen suficiente energía para satisfacer dichas necesidades, ver en qué medida dicha producción deberá aumentarse o suplir la supuesta falta con la compra en el exterior. Ver en qué medida la autosuficiencia, con producción propia, compensa las agresiones al medio y el “no impacto cero” sobre la salud de los ciudadanos y sobre el medio natural que ciertos sistemas productivos ocasionan. Cuando uno se encuentra por las autovías esos transportes especiales que llevan las gigantescas piezas de un aerogenerador no puede menos de preguntarse por los desmontes que habrá que hacer y las pistas que habrá que abrir para hacerlos llegar hasta su emplazamiento definitivo. La autosuficiencia siempre es deseable, pero no a cualquier precio. Sería en función de esta estimación, por tanto, como se establecerían los planes de producción energética correspondientes. Vender energía desde Cantabria puede ser, como decíamos, negocio para algunos, pero puede ser perjudicial para el resto. Con todo, menos mal, que “la fiebre” por las energías renovables ¡¡ha contagiado vertiginosamente, al parecer, a todos los políticos, como si de una gripe A se tratase!!

En tercer lugar, establecer la normativa adecuada por la que la Comunidad Cántabra participe equitativamente en el reparto de los beneficios económicos que de la explotación industrial de la producción y distribución de la energía se obtenga. No sólo vía impuestos. En este punto, es necesario avanzar en el concepto y consideración del medio natural y, en concreto, el paisaje como un bien económico y público, como un bien finito y vulnerable, como un bien sobre el que la comunidad tiene todos los derechos y del que no se pueda hacer un uso privativo, y que, en todo caso, puede ceder temporalmente, como cualquier otra concesión administrativa de un bien público, y exigir el correspondiente cánon, y la reversión del dominio sobre dicho bien al término de dicha concesión y previa la restauración correspondiente. Cómo se pueda esto articular será una cuestión jurídica que, modestamente, no estoy en condiciones de apuntar.

Y, yendo más al fondo del modelo de producción de energía, éste debería descansar sobre tres pilares: la diversificación de los medios de producción energética, el carácter reversible de la utilización de dichos medios y la mayor descentralización posible de dicha producción.

La diversificación, la utilización complementaria de distintos sistemas de producción que evite el que dependamos exclusiva o excesivamente de uno solo de ellos.

El carácter reversible de los sistemas empleados, de tal forma que, cuando resulten obsoletos, puedan ser retirados sin dejar huella o la menor posible, y ser sustituidos por otros supuestamente más eficientes y menos agresivos para el medio. La apertura de vías para el transporte e instalación de las gigantescas piezas de un aerogenerador difícilmente serán borradas.

Y la descentralización, de tal forma que los cántabros individualmente dependamos lo menos posible de los grandes productores de energía porque producimos cada uno la energía que necesitamos, porque somos autosuficientes, porque podemos “vender” a la red la energía que nos sobre, porque seremos directamente beneficiarios de la rentabilidad de esa venta y porque tecnológicamente todo esto es posible y su impacto considerablemente menor. Es éste un aspecto fundamental que no se suele tener en consideración y que últimamente echo en falta en una parte del movimiento ecologista, y es que cada individuo seamos menos dependientes y, por lo tanto más libres, en algo tan fundamental para nuestras vidas, como es la energía.