miércoles, 25 de junio de 2014

EL COMPROMISO DE LA PALABRA DADA (I)

Luca es un crío de cinco años que acaba de “descubrir”, en el patio del colegio, la pasión por el fútbol. Si le preguntas de qué juega él, te dice que de “quitador”. La RAE dice que quitador es el que quita. En lenguaje futbolístico, quitador sería el defensa. A Luca, defensa aún no le suena, pero sí tiene claro cuál es su cometido en el juego: quitar el balón al contrario, o sea, defender. Su lenguaje puede que confunda la parte con el todo, pero es un lenguaje concreto que cualquiera entiende.

Vivimos en un mundo en que muchas de las palabras que usamos han perdido su significado original, se han reducido a uno sólo de sus significados o, simplemente, no significan nada. Sobre todo en política, donde los discursos, las promesas, los programas juegan un papel importante, especialmente en las campañas electorales, dar un sentido claro a las palabras que usamos debería ser primordial. Palabras como “Transición”, “clase”, “casta”, “partido”, “elecciones primarias”, “indignación”, ilusión”, muy en el candelero últimamente, merecen una reflexión. Empezaré por “La Transición” y, en siguientes entregas, reflexionaré sobre las demás.

Según la RAE, transición es “el paso de un estado a otro, de un modo de ser a otro”. Pero, generalmente se usa ese término para referirse a un período de nuestra historia reciente, que algunos sitúan desde la muerte de Franco hasta la Constitución y que otros extienden hasta estos días, hasta la abdicación de Juan Carlos I. Sobre esa realidad se han montado muchos discursos políticos. Unos, ensalzándola como un emblema de nuestra identidad, otros como algo aparente, fraudulento, engañoso, caduco, agotado, de lo que hay que pasar página. Pero unos y otros se circunscriben a esa transición, unos para perpetuarla y otros para buscar una alternativa que la sustituya.

Sin embargo, la tan mentada “Transición” representa casi una anécdota de lo que ha sido la verdadera transición en el estado español: el paso de una República a una Monarquía, mediante un golpe militar y una guerra, con su correspondiente postguerra de dominación y represión por los vencedores. Si nos circunscribimos a la etapa de transición como ese espacio que gira alrededor de la actual Constitución, las alternativas serán unas: “recuperar el consenso del 78”, “regenerar las instituciones”, “desterrar la corrupción”, “desenmascarar a LA CASTA” “rebelarse contra La Troyka”, “organizar la economía al servicio de las personas”, “Poder Judicial realmente independiente”, “igualdad de oportunidades”, “defender lo público”, “separación definitiva de la iglesia y el estado”... “elecciones primarias abiertas”, … Si, por el contrario, admitimos que la transición comienza con el golpe de estado, las alternativas serán otras: “recuperar la memoria histórica”, “rehabilitar y restituir a las víctimas del franquismo”, “derogar la Ley de Amnistía”, “condenar a los represores”, “decidir entre monarquía y república”, “reconocer el derecho efectivo a la autodeterminación” y, sobre todo, “devolver el auténtico poder al Pueblo”. Y, si consieramos la II República como lo que fue, como un proceso inacabado de construcción de un verdadero poder popular, las alternativas a la actual situación deberán incluir “expropiación de la propiedad privada de los medios de producción”, “gestión de la producción por los propios productores”, “Reforma Agraria que ponga la tierra al servicio de quienes la trabajan”, “Banca pública”, “revocabilidad de los cargos electos”, “rendición de cuentas sobre cumplimiento de las promesas electorales”, …

Está claro que cada una de esas visiones exigen compromisos distintos, unos más concretos que otros.

Está claro también que dichas visiones no se excluyen unas a otras y que, además pueden aparecer mezcladas, de hecho algunos las mezclan, incluso pueden ser utilizadas formando un batiburrillo con la intención de enturbiar el discurso y ocultar la indefinición del propio mensaje.


Estamos abocados a ver, en los próximos meses, cómo el Gobierno del PP trata de acicalar su gestión con algunos datos estadísticos y nuevos cantos de sirena; cómo el PSOE va a “cambiar todo para que nada cambie”; cómo Izquierda Unida va a hacer equilibrios para seguir siendo unida; cómo PODEMOS pasa del discurso retórico y de los gestos a la concreción de su programa y, sobre todo, a la puesta en práctica de sus “verdades como puños”. Los tiempos que se avecinan nos exigirán estar muy atentos para que NO nos den gato por liebre.

lunes, 9 de junio de 2014

SERÍA UNA INFAMIA

Siempre me han aburrido los puzzles. Que las piezas tengan una forma determinada que no se puede cambiar, que el resultado sea siempre el mismo, sea quien sea quien lo arme y tarde más o menos en hacerlo, hacen que me resulten nada atractivos.

Por contra, acostumbrado a analizar y reflexionar sobre la situación política, aunque muchas veces se presenta como un verdadero puzzle, sí me resulta atractivo, incluso llega a constituir, en mí, un verdadero vicio. Pero es que aquí la realidad es distinta, es cambiante, las piezas no vienen determinadas de antemano, pueden evolucionar, de forma que admiten distintos encajes con resultados diferentes, a veces, impredecibles.

Nos encontramos ante un complejo puzzle. La abdicación del Rey, la renuncia de Rubalcaba a ser nuevamente candidato, los resultados electorales, la debacle de los dos grandes partidos (sobre todo del PSOE), las alabanzas de Rajoy a Rubalcaba a los pocos días de haberse tirado, una vez más, los trastos a la cabeza en el Congreso, la resolución de los casos de corrupción pendientes, la previsible imputación de la Infanta... ¿Tienen todos estos hechos una conexión entre sí? Un amigo mío dice que sí.

Según él, si el Rey había tomado su decisión en Enero y ha esperado hasta ahora para anunciarla; si Rubalcaba había tomado la suya hace meses y lo había comunicado al ínclito Felipe; si este encantador de serpientes reaparece en el ruedo político apoyando un gran consenso político PP-PSOE si “las grandes cuestiones de Estado” lo necesitan; si Rubalcaba no dimite inmediatamente después del desastroso resultado electoral y mantiene férreamente la llave del PSOE hasta la celebración de un Congreso Extraordinario que no todo el Partido quiere; si, como un resorte, y sin consultar a los órganos del Partido, salta a la palestra, cerrando la posibilidad de que su partido apoye la petición de referéndum sobre la Monarquía; si, por si acaso, las primarias internas del PSOE no van a ser vinculantes; y si, además, está a punto de cerrarse la instrucción del Caso Noos que materializará probablemente la imputación de la Infanta... si todo esto ha ocurrido así, es claro que existe un gran pacto secreto, una burda manipulación de quienes ahora se les dice “casta política”, y que la fecha indicada para que Juan Carlos nos sorprenda a todos con su anuncio era ésta y no podía ser otra. De ahí la tramitación exprés de la abdicación y del nombramiento de Felipe como Rey.

Si todo esto ha ocurrido así, en el secreto (y yo también me lo creo), sin conocimiento de la gente, al margen de todo control democrático, y ocultándolo ante unas elecciones de por medio, además de que sea un claro ejemplo de manipulación, propio de una auténtica “casta política”, sería una verdadera infamia democrática.


¡Qué miedo tienen a saber lo que quiere el Pueblo!