Luca es un crío de cinco
años que acaba de “descubrir”, en el patio del colegio, la
pasión por el fútbol. Si le preguntas de qué juega él, te dice
que de “quitador”. La RAE dice que quitador es el que quita. En
lenguaje futbolístico, quitador sería el defensa. A Luca, defensa
aún no le suena, pero sí tiene claro cuál es su cometido en el
juego: quitar el balón al contrario, o sea, defender. Su lenguaje
puede que confunda la parte con el todo, pero es un lenguaje concreto
que cualquiera entiende.
Vivimos en un mundo en
que muchas de las palabras que usamos han perdido su significado
original, se han reducido a uno sólo de sus significados o,
simplemente, no significan nada. Sobre todo en política, donde los
discursos, las promesas, los programas juegan un papel importante,
especialmente en las campañas electorales, dar un sentido claro a
las palabras que usamos debería ser primordial. Palabras como
“Transición”, “clase”, “casta”, “partido”,
“elecciones primarias”, “indignación”, ilusión”, muy en
el candelero últimamente, merecen una reflexión. Empezaré por “La
Transición” y, en siguientes entregas, reflexionaré sobre las
demás.
Según la RAE, transición
es “el paso de un estado a otro, de un modo de ser a otro”. Pero,
generalmente se usa ese término para referirse a un período de
nuestra historia reciente, que algunos sitúan desde la muerte de
Franco hasta la Constitución y que otros extienden hasta estos días,
hasta la abdicación de Juan Carlos I. Sobre esa realidad se han
montado muchos discursos políticos. Unos, ensalzándola como un
emblema de nuestra identidad, otros como algo aparente, fraudulento,
engañoso, caduco, agotado, de lo que hay que pasar página. Pero
unos y otros se circunscriben a esa transición, unos para
perpetuarla y otros para buscar una alternativa que la sustituya.
Sin embargo, la tan
mentada “Transición” representa casi una anécdota de lo que ha
sido la verdadera transición en el estado español: el paso de una
República a una Monarquía, mediante un golpe militar y una guerra,
con su correspondiente postguerra de dominación y represión por los
vencedores. Si nos circunscribimos a la etapa de transición como ese
espacio que gira alrededor de la actual Constitución, las
alternativas serán unas: “recuperar el consenso del 78”,
“regenerar las instituciones”, “desterrar la corrupción”,
“desenmascarar a LA CASTA” “rebelarse contra La Troyka”,
“organizar la economía al servicio de las personas”, “Poder
Judicial realmente independiente”, “igualdad de oportunidades”,
“defender lo público”, “separación definitiva de la iglesia y
el estado”... “elecciones primarias abiertas”, … Si, por el
contrario, admitimos que la transición comienza con el golpe de
estado, las alternativas serán otras: “recuperar la memoria
histórica”, “rehabilitar y restituir a las víctimas del
franquismo”, “derogar la Ley de Amnistía”, “condenar a los
represores”, “decidir entre monarquía y república”,
“reconocer el derecho efectivo a la autodeterminación” y, sobre
todo, “devolver el auténtico poder al Pueblo”. Y, si consieramos
la II República como lo que fue, como un proceso inacabado de
construcción de un verdadero poder popular, las alternativas a la
actual situación deberán incluir “expropiación de la propiedad
privada de los medios de producción”, “gestión de la producción
por los propios productores”, “Reforma Agraria que ponga la
tierra al servicio de quienes la trabajan”, “Banca pública”,
“revocabilidad de los cargos electos”, “rendición de cuentas
sobre cumplimiento de las promesas electorales”, …
Está claro que cada una
de esas visiones exigen compromisos distintos, unos más concretos
que otros.
Está claro también que
dichas visiones no se excluyen unas a otras y que, además pueden
aparecer mezcladas, de hecho algunos las mezclan, incluso pueden ser
utilizadas formando un batiburrillo con la intención de enturbiar el
discurso y ocultar la indefinición del propio mensaje.
Estamos abocados a ver,
en los próximos meses, cómo el Gobierno del PP trata de acicalar su
gestión con algunos datos estadísticos y nuevos cantos de sirena;
cómo el PSOE va a “cambiar todo para que nada cambie”; cómo
Izquierda Unida va a hacer equilibrios para seguir siendo unida; cómo
PODEMOS pasa del discurso retórico y de los gestos a la concreción
de su programa y, sobre todo, a la puesta en práctica de sus
“verdades como puños”. Los tiempos que se avecinan nos exigirán
estar muy atentos para que NO nos den gato por liebre.