sábado, 20 de abril de 2019

VOX: el fenómeno y su representación


Por si fuera poco el circo montado para que no nos enteremos de lo que realmente proponen los partidos políticos en estas elecciones, ahora nos tienen embobados con el "debate del debate". Sólo faltaba eso, que la Junta Electoral terciase con una resolución que podía haber sido evitada. ¿Es lo más importante para la gente que haya o no ese debate, que sea el 23 o 22 de Abril y que se desarrolle en la Sexta o en RTVE? ¿Es lo más interesante especular si la exclusión de VOX le va beneficiar o perjudicar? Nos quedan, sin duda, muchas horas para soportar ese "encendido" debate sobre lo que no es más que la espuma de la cuestión, dado que las posturas, en vez de irse suavizando, se están enquistando más.

Ya teníamos bastante frenesí con el que los medios estaban tratando el "fenómeno" VOX, sobre todo, después de las elecciones andaluzas, para que ahora nos vengan con esto.

VOX puede que sea un fenómeno, en una de las acepciones del término, en cuanto cosa sorprendente que no podíamos esperar, y que acababa con el mito de que España era el único país de Europa que se estaba librando de tener un partido xenófobo, reaccionario, populista de  derecha extrema, fascista. Quizás esto fuera lo sorprendente.

Pero, desde un punto de vista más racional y objetivo, más profundamente político, VOX no es, en sí, el fenómeno sorprendente. Lo sorprendente es que, en una Andalucía, donde durante cuarenta años ha ganado las elecciones el PSOE, en una Andalucía con el mayor índice de paro del estado (o quizá, precisamente por eso), VOX haya obtenido 396.000 votos, de hombres y mujeres andaluzas.

Como todo fenómeno, el resultado electoral de VOX es el síntoma, es la manifestación que se nos hace presente, de algo que venía gestándose en Andalucía. El verdadero fenómeno son los resultados. En concreto, el PSOE, desde 2008, por poner una fecha, hasta las últimas elecciones generales de 2016, ha perdido más de un millón de votos, más de 20 puntos porcentuales; y, guardando las distancias, algo parecido ha ocurrido con Izquierda Unida, Unidos Podemos o Adelante Andalucía en las distintas elecciones. Si a esto añadimos los EREs, las disputas entre Pedro Sánchez y Susana Díaz, o las habidas entre Teresa Rodríguez y la dirección de Podemos-Madrid, la disputa entre Casado y Soraya Sáez de Santamaría, o la irrupción de Ciudadanos en el ámbito estatal con sus continuos cambios de chaqueta, parte de la explicación está servida. Pero, insisto, ni la aparición de VOX, ni las rencillas internas de los partidos son el fenómeno. El fenómeno es el resultado electoral de unos y otros.

Sin embargo, la reacción de los partidos de izquierda, expresada en la misma noche electoral andaluza, fue que había que trazar un "cordón sanitario" en torno a VOX, reacción falta de imaginación y de autocrítica, cuando el análisis político más serio debería ser preguntarse sobre las causas de los resultados electorales.

Las ideas son imagen o representación que del objeto percibido queda en la mente (la RAE). No son fuerza material que pueda, de por sí, cambiar las cosas. Se instalan en la mente. Solo cuando las ideas salen de la mente y toman cuerpo en un proceso social, como es la gestación soterrada de un descontento generalizado, y se da una contienda electoral, de cuyos resultados depende que llegue a gobernar una determinada fuerza política o una coalición de ellas, y esas ideas logran respaldo electoral, es cuando se convierten en fuerza material, se traducen en fuerza capaz de cambiar las cosas. La idea puede ser el fascismo de VOX, o la derecha, la izquierda, la nación, la independencia, la unidad de España. Esas ideas, por sí mismas, no pueden cambiar las cosas. Sí lo pueden cuando, en una sociedad democrática, toman la forma de organización, de aparato difusor y propagandístico, reconocido constitucionalmente, como partido que puede participar en elecciones, y obtener resultados suficientes como para formar gobierno y gobernar.

¿Pero, por qué la gente vota a unos partidos y no a otros? En teoría, porque escoge libremente aquél partido que mejor refleja sus intereses.

Pero esa es la teoría. La política está completamente mediatizada. Los medios de comunicación, dedicando más espacio a unos partidos que a otros, o cuando dan cabida a informaciones no contrastadas, y aún falsas, facilitan que los discursos que no interesan, de los partidos, queden ocultos, llegando al votante común únicamente una visión superficial, más centrada en la figura de los candidatos que en el programa que proponen, de tal forma que, después, cuando salen elegidos, nadie se acuerda de lo que prometieron y nadie les pide cuentas cuando dejan de cumplir con su programa.

Eso es en general.

En concreto, y si nos preguntamos por qué la gente puede votar a VOX (cosa que parece la más importante, a la vista del revuelo mediático que los resultados de las encuestas ofrecen), posiblemente sean muchas las razones.

Hay una parte de su potencial electorado (aún no se ha presentado a elecciones generales), sin duda, nostálgica con el franquismo. Serán aquellos que se beneficiaron de aquél régimen. Estos no necesitan información sobre lo que el partido de Abascal propone. Otra parte de sus posibles votantes son aquellos que nunca se preocupan  por informarse, les bastan los símbolos, los eslóganes, las palabras gruesas de quienes amenazan con cambiarlo todo. En realidad, no son conscientes de que esas amenazas van dirigidas contra ellos mismos. Otra parte, quizá la mayoritaria, entre los votantes de VOX, sea la que está padeciendo más cruelmente las consecuencias de la crisis, la que no encuentra salida a su situación, la que vota con su desesperación, la que cree que nadie, hasta ahora, le ha tenido en cuenta, la que está desengañada de todos los partidos que han gobernado hasta ahora o puedan gobernar en el futuro. Ni siquiera les preocupa que VOX  llegue a gobernar. Su voto es de castigo para todo lo anterior, es un grito desgarrado, como cuando, en el franquismo, ante una situación extrema, alguien daba un puñetazo en la mesa y decía que tendría que venir la ETA, o Fidel o el Che...

Es un error pensar que lo que hay que hacer es entrar al trapo y dedicarse a rebatir las provocaciones de VOX. No hay mejor desprecio que no dar aprecio. O, en todo caso, ridiculizar sus ocurrencias. Pero no perder demasiado tiempo en ello. Lo que hace falta para cerrarle el paso es que las propuestas reales, de los partidos que las tengan, y que vayan dirigidas a mejorar la vida de la gente, se abran paso, lleguen a la gente y se expliquen bien, para atraer el foco de atención mediático y recuperar así la agenda política. La gente no es tonta y sabe entender, cuando se le explican bien las cosas.

domingo, 7 de abril de 2019

1 DE ABRIL Y LA MEMORIA DEL VENCEDOR


Las cosas que pasan se recuerdan,  se celebran, o se olvidan.

Este 1 de Abril se han cumplido 80 años del final de la Guerra Civil española. El famoso parte de guerra del vencedor, Franco, condensa todo lo ocurrido antes y después de aquella fecha. "Cautivo y desarmado... la guerra ha terminado... "Y empieza la represión", debería haber dicho, con todo el fundamento.

Hay quienes celebran esa efemérides con pasión y fervor. No son mayoría. Hay quienes lo celebrarían, con gusto, pero no se atreven. Éstos puede que sí sean una mayoría importante. No tienen claro si ese hecho histórico, después de 80 años, debería celebrarse. Pero prefieren no significarse ni en un sentido ni en otro. Mejor será olvidarlo dirían. Y estamos quienes no queremos olvidarlo, aunque no sea más que para poder expresar nuestro rechazo, año tras año. Hay cosas que se podrían olvidar, pero nunca perdonar. Y esta es una de ellas.

El parte del 1 de Abril de 1939, no por escueto (apenas dos líneas) dejaba de tener mucho contenido. Se trataba de instaurar una especial manera de entender la victoria, una cultura del vencedor. Siempre se dijo que saber perder cuesta, pero que saber ganar distingue a las persona y a los pueblos. Y, quienes ganaron aquella guerra, demostraron no saber ganar.

Durante cuarenta años, hubo vencedores y vencidos. Entre los vencedores hubo quien se benefició de la victoria, quizá no la mayoría. Recibieron un trato privilegiado. Pero sí hubo una mayoría que, sin obtener ningún beneficio a cambio, le bastó el orgullo de sentirse vencedora. Es la pobreza de quien no sabe vencer, es el fascismo de los pobres.

Inevitablemente, me viene a la cabeza la imagen del genial cuadro de Velázquez, "Las lanzas o La Rendición de Breda". Es un cuadro-crónica, representa un hecho histórico, la victoria de los tercios españoles sobre el ejército holandés en la ciudad de Breda. Velázquez no estuvo allí para pintar una instantánea fidedigna sobre lo ocurrido. No se inventó los personajes, los conocía, no retrató sus gestos, su postura, su indumentaria, no los vio, se los imaginó, y creó una composición pictórica genial. Y, sobre todo, reflejó, con toda intención y detalle, una manera grandiosa de entender la victoria. Ni cautivo ni desarmado el ejército holandés. Humildad y dignidad por parte del vencido, y generosidad y respeto por la del vencedor. Eran tiempos en que España era grande materialmente, el mayor imperio del mundo. Pero, Velázquez quiso resaltar (o quizá desear), que España fuera una nación no solo grande sino grandiosa, que no es lo mismo, una nación que sabía vencer. Al menos, Velázquez nos pintó eso, un vencedor, Ambrosio de Spínola, que sabe recibir, con respeto y, diría yo, con ternura, de manos del vencido, las llaves de la ciudad conquistada, Breda. "Vencer y perdonar es vencer dos veces" diría Calderón de la Barca. Velázquez, es posible que soñara con una nación grandiosa, que descubría nuevos mundos, sí, pero que no los invadía, que llevaba desinteresadamente sus conocimientos, sí, a los nuevos conocidos, pueblos a los que no sojuzgaba. El cuadro de "Las lanzas" me inspira más esto que lo contrario.

El hecho puntual del aniversario de aquél parte sanguinario ("cautivo y desarmado...") debe, sin embargo, enmarcarse en toda una cultura histórica de un modo de victoria. El fin de la guerra, en sí, pudo ser solo una efemérides, una anécdota. Pero la España de vencedores y vencidos ha marcado toda la vida de la mayoría de la gente, durante cuarenta años, y también, después. Y pervive en los momentos actuales. Solo así se entiende que la cuestión de la memoria histórica siga siendo un arma electoral.

Desde el punto de vista político, no tendría por qué tener un coste electoral, para ninguno de los partidos, reconocer que las víctimas de la represión franquista tienen derecho a una reparación, a recuperar los restos de los seres queridos, a enterrarlos dignamente. Es una cuestión de humanidad, mundialmente aceptada. A quienes "trabajaron tanto" por alcanzar el consenso de la transición "se les olvidó" buscar el consenso también en honrar a los represaliados y a los muertos. ¿Qué perdería cada partido si todos llegaran a ese acuerdo?

La pregunta obligada es la siguiente: ¿por qué es imposible imaginar, siquiera, un acuerdo de todas las fuerzas políticas, que sirviese para cerrar, de una vez por todas, la herida que dejó la represión fascista, y que, el acuerdo de la transición dejó y sigue abierta? ¿Por qué ni siquiera nos lo preguntamos? Y es que no hablamos de muertos en la guerra, los hay de los dos bandos, sino de represión de los vencedores contra indefensos vencidos.
 
Para mí, ni PP, ni Cs, ni Vox quieren que desaparezca el fantasma de la derrota-victoria. Para estos partidos, el recuerdo, el miedo vivido o transmitido de generación en generación, la conciencia de que hubo derrota y represión para quienes tuvieron la osadía de defender su libertad frente a los grandes poderes, no debe desaparecer. Es fundamental que se mantenga. Los poderes que representan no consentirán que esa conciencia de la derrota se la lleve el olvido, debe permanecer, por los siglos de los siglos, en las mentes y corazones rebeldes, para que desistan, para que teman las consecuencias, para que se conformen o, mejor dicho, se resignen. Personalmente creo que, hasta al PSOE, en lo más profundo de su sentir, le interesa que ese fantasma, el de la victoria-derrota, el miedo, permanezca. Siempre nadó entre dos aguas. Entre el poder y los votos. Se le nota que tiene miedo a la gente, a la que se manifiesta espontáneamente, a la que se rebela, a la que desobedece, a la que no se conforma, a la que no se resigna, a la gente normal.

¿Cómo luchar contra ese fantasma?

No estamos hablando de espíritus evanescentes, sin cuerpo, sin reloj, sin calendario, ajeno a la realidad. Pero sí de algo que, sin ser material, está presente y condiciona la vida de las personas, también la material, su ideología, la cultura, las instituciones, las leyes, el poder. Todo eso se puede cambiar. Y, como dice la sabiduría china, "Todo el que venza el miedo a los fantasmas, acabará siendo temido por ellos". Tienen el poder, pero también tienen miedo. El asunto de las cloacas de Interior lo demuestra. Y el silencio con que se ha querido enterrar el asunto también. El recuerdo y la vida material de una generación podrá desaparecer con ella, pero ¡ojo!, su miedo, cuando responde a vivencias profundas, se hereda fácilmente, como si fuera algo genético, y es difícil desembarazarse de él. Ese es nuestro reto.     

domingo, 10 de febrero de 2019

VIVA, VIVA, VIVA,...VISCA, GORA...



"Las comparaciones son odiosas". "El tamaño sí importa". "Los populismos son demagogia". "España Una, Grande y Libre".

Vivimos tiempos de espectáculo, donde priva, por encima de todo, el número, el tamaño, aunque sea de baja calidad.

De la concentración, en Madrid, convocada por PP, Cs y Vox se pueden sacar muchas conclusiones. Una, que el tamaño no ha sido muy grande, ni en términos absolutos ni en términos relativos. Según los datos de la Delegación del Gobierno, el acto ha congregado muchas menos personas que convocatorias del PP durante el gobierno de Zapatero.

Pero, vamos a conceder que incluso se ha concentrado un millón de personas (que ni los organizadores lo creen). Y ello, bajo el lema "Por la Unidad de España", y con más de cien autobuses, venidos del resto del estado. Un millón representaría un 2,1% de la población española ("que estén tranquilos quienes estaban preocupados por la convocatoria"). En Cataluña, por ejemplo, un millón representaría un 14,2%. Y, siempre han dicho que el tamaño importa. Pero las comparaciones son odiosas.

Han querido presentarnos el acto como una manifestación ciudadana (aunque convocada y financiada por partidos), pero sus dirigentes políticos no han renunciado a situarse en la parte más visible, para monopolizar la atención de las cámaras de televisión, entre toma y toma panorámica de la gran masa anónima portadora de banderas.

Han debido tener problemas para encontrar "personas independientes" que leyeran el manifiesto final. Y han tenido que recurrir a periodistas. Cualquier persona de cualquier otra profesión hubiese ofrecido más credibilidad. Muy identificados con la causa deberían estar esos periodistas como para sacrificar su independencia profesional, como lo han hecho. A partir de ahora, cuando se sienten en las tertulias televisivas, deberán situarse en el bando de los políticos y no de los periodistas imparciales. La parcialidad en las opiniones podemos esperarla de los políticos, por supuesto, y los periodistas también tienen derecho a ser parciales como sujetos individuales, pero, como profesionales de la información, deberían ser neutrales.

El lema de la convocatoria solo tenía contenido concreto en lo referido a la "convocatoria de elecciones". En cuanto a lo de la "Unidad de España", se trata de un "significante vacío de contenido", como dicen los populistas, algo que despierte los sentimientos y los afectos, aunque no diga nada o concrete poco, que aúne emocionalmente lo que está de por sí distante (recordemos lo de la "casta", la "trama" o "el pueblo"). ¿Qué significa la unidad de España? ¿La unidad geográfica, territorial? ¿La unidad del Estado? ¿La unidad de lengua? ¿La unidad del Ejército, de la Hacienda y de la Seguridad Social? ¿La unidad de los partidos y sindicatos? ¿O la unidad real de las condiciones de vida entre españoles y españolas? En esto no hay unidad. Y, a quien le mueva a manifestarse esa abstracta "Unidad de España", allá él o ella, si se contenta con solo eso. Pero, a la mayoría, creo yo, no le contenta. La muestra es el respaldo exiguo que ha obtenido la convocatoria. ¡Basta ya de circo y espectáculo!

Quienes rechazan unos Presupuestos un poco más sociales que los anteriores, solo por intereses de partido, importándoles un comino que de esas cuentas públicas se puedan beneficiar muchos ciudadanos y ciudadanas necesitados, poco pueden hablar de unidad de España. Quienes se niegan, una y otra vez, a reformar la ley electoral, porque la actual beneficia a su partido, aunque, por esa ley, la representación política nazca viciada, cada vez que se repiten elecciones, y hace posible que un partido, en este caso el PP, obtenga mayoría absoluta con sólo el 30% del censo, poco pueden hablar de unidad de España.  Quienes, con el pretexto de la crisis, han recortado el presupuesto de los servicios sociales, poniendo en peligro la calidad de la sanidad, de la educación y la dependencia, a la vez que daban dinero a los bancos para su recuperación o quitaban impuestos a los que más tienen para que paguen menos, no deberían hablar de unidad de España. Quienes se niegan a dar legítima satisfacción a decenas de miles de familias que aún no han podido enterrar dignamente a sus seres queridos, víctimas de la represión franquista, ¿cómo pueden hablar de unidad de España?

Solo faltó que alguien, aprovechando la aglomeración, se "autoproclamase presidente encargado (¿?) del gobierno". Pero no pudo ser: había demasiados gallos para un solo corral.


viernes, 8 de febrero de 2019

¡QUIÉN LO DIRÍA!


Siempre fui aficionado a leer toda clase libros que tratasen sobre la realidad que nos rodea, especialmente, los de economía. Ello, y toda una vida de experiencias vitales profundas y aleccionadoras, me siguen espoleando en la búsqueda de una mejor compresión de esa realidad.

En ese camino, es frecuente encontrarse con descalificaciones desde uno y otro bando que tratan, unos de enmascarar la falsedad interesada de sus planteamientos y otros su dogmatismo. Una de las descalificaciones más frecuentes es la de tildar de anacrónica, irracional o utópica una ideología o pensamiento. Pero, al margen de descalificaciones, siempre he creído conveniente saber cómo argumenta quien defiende postulados distintos o contrarios a los míos. Y en ese camino, es frecuente encontrarse con alguna que otra sorpresa.


En concreto, y no hace mucho, en esa búsqueda a que me refiero, me he llevado una sonora sorpresa al encontrar, en un texto del siglo XVIII, afirmaciones con las que estoy muy de acuerdo, en términos generales, muy aplicables a la realidad actual, pero provenientes de un autor sacralizado por quienes defienden ideas contrarias a las mías, y a quien ninguno de esos oponentes se le ocurre descalificar por anacrónico.


«Se suele decir que la unión de los patronos es muy rara y que la de los trabajadores es muy frecuente. Pero los que, de acuerdo con estos dichos, piensen que los patronos raramente se unen, son tan ignorantes de lo que pasa en el mundo como de este asunto". La experiencia más repetida, como dice el autor, es la contraria: los trabajadores suspirando siempre por alcanzar la unidad, frente a una patronal compacta y bien organizada.


"Los patronos están siempre y en todas partes en una especie de acuerdo tácito, pero constante y uniforme, para no elevar los salarios por encima de su nivel actual". Cualquiera que afirme esto, en nuestros tiempos, sería tildado de radical, extremista, ignorante y resabiado.


«Los patronos constituyen, a veces, incluso uniones específicas, para reducir los salarios por debajo de aquel nivel. Estos acuerdos se llevan a cabo siempre con el más absoluto silencio y secreto hasta que se ejecutan, y nunca se hacen públicos cuando los trabajadores se someten, como a veces ocurre, sin resistencia.» Cruda realidad.


«No obstante, estas uniones (de patronos) se encuentran a menudo frente a uniones defensivas de los trabajadores, quienes en ocasiones, sin existir siquiera una provocación de este tipo, se unen para elevar los salarios. La historia del Movimiento Obrero ha sido siempre eminentemente defensiva. Un claro y actual ejemplo de esa realidad es el movimiento de los «chalecos amarillos» franceses que no solo actúan contra la subida del precio de los carburantes, sino también contra el aumento de impuestos, por la pérdida de poder adquisitivo, el paro, la precariedad, el precio de la vivienda, etc. todas ellas agresiones a su buen vivir y estabilidad, como se desprende de los propósitos expuestos por una gran mayoría de gente de este movimiento.


«Para precipitar una solución, recurren (los trabajadores) siempre a grandes alborotos y a veces a la violencia y a los atropellos más sorprendentes. Están desesperados y proceden con el frenesí propio del hombre en ese estado, cuya alternativa es morirse de hambre o forzar a sus patronos a que, por miedo, cumplan sus exigencias.» Es habitual que se resalte, ante la opinión pública, solo los actos violentos de grupos claramente minoritarios como estrategia para descalificar globalmente a todo el movimiento.


«En estas ocasiones los patronos reclamen tanto como ellos y exigen la ayuda de los magistrados civiles y el cumplimiento riguroso de las leyes establecidas con tanta severidad contra la asociación de sirvientes, trabajadores y jornaleros.» Lejos de lo que pudiera ocurrir hace tres siglos, en la actualidad, los patronos no necesitan siquiera denunciar, sino que es el propio Estado el que detiene, denuncia, reprime, juzga y condena.


«Los salarios corrientes del trabajo dependen del contrato establecido entre dos partes cuyos intereses no son, en modo alguno, idénticos. No es difícil, sin embargo, prever cuál de las partes vencerá en la disputa y forzará a la otra a aceptar sus condiciones. Los patronos, al ser menos en número, pueden unirse fácilmente; y además la ley lo autoriza, o al menos no lo prohíbe, mientras que prohíbe las uniones de los trabajadores.» De hecho, las organizaciones de trabajadores tardaron mucho en ser legalizadas, sobre todo los sindicatos como organizaciones de clase.


«No tenemos leyes parlamentarias contra la asociación (de los patronos) para rebajar los salarios; pero tenemos muchas contra las uniones (de trabajadores) tendentes a aumentarlos.» Sin comentario.

«Aunque el patrono adelante los salarios a los trabajadores, en realidad éstos no le cuestan nada, ya que el valor de tales salarios se repone junto con el beneficio en el mayor valor del objeto trabajado.» ¡Escándalo! Esto está escrito antes de que Carlos Marx naciese. ¿No son los empresarios los que graciosamente dan trabajo, los que crean empleo, los que "permiten" que nos ganemos honradamente el sueldo? ¿No existen clase enfrentadas en la sociedad?


"El producto anual, se divide de un modo natural, como ya se ha dicho, en tres partes: la renta de la tierra, los salarios del trabajo y los beneficios del capital, constituyendo, por tanto,(según) la renta, tres clases de la sociedad: la que vive de la renta, la que vive de los salarios y la que vive de los beneficios". La de los rentistas es la única de las tres clases, que percibe su renta sin que le cueste trabajo ni desvelos. El interés de la segunda clase , la que vive de los salarios,  está íntimamente vinculado al (interés) de la sociedad, aunque esa clase es incapaz de comprender ese interés o de relacionarlo con el propio. Cualquier propuesta de una nueva ley o reglamentación del comercio que provenga de la clase (la que vive a costa del trabajo de los demás) deberá analizarse siempre con gran precaución, y nunca deberá adoptarse sino después de un largo y cuidadoso examen, efectuado no sólo con la atención más escrupulosa sino con total desconfianza, pues viene de una clase de gente cuyos intereses no suelen coincidir exactamente con los de la comunidad".


Todos los párrafos que van en letra cursiva (y otros muchos que se pudieran aportar) están extraídos de una obra clásica, "La riqueza de las naciones", publicada en 1776, por Adam Smith, ni más ni menos. ¡Quién lo diría! Dicha obra es como la biblia del pensamiento liberal, considerada por muchos como "el libro más grande jamás escrito sobre la vida económica", pero del que, curiosamente, sus fervientes defensores, solo extraen la tan manida frase de que "una mano invisible" rige el mercado y es la que se encarga de buscar el equilibrio entre las distintas partes de la sociedad. Dicha expresión aparece una sola vez en la mencionada obra, y sin embargo es esgrimida sin tregua por aquellos que, interesadamente, esquivan párrafos y capítulos en los que el economista escocés profundiza en las relaciones tanto sociales como laborales, hablando claramente, por primera vez, y de forma bien argumentada, de la lucha de clases. 

Este es el texto concreto en que menciona Adam Smith "la mano invisible":


«Ninguno [de los capitalistas] por lo general se propone originariamente promover el interés público, y acaso ni aun  conoce cómo lo fomenta cuando no abriga tal propósito. Cuando prefiere la industria doméstica a la extranjera, solo medita su propia seguridad, y cuando dirige la primera de forma que su producto sea del mayor valor posible, sólo piensa en su ganancia propia; pero en este y en muchos otros casos es conducido como por una mano invisible a promover un fin que nunca tuvo parte en su intención. (…) las miras de su propio interés promueven el de común con más eficacia, a veces, que cuando de intento piensa fomentarlo directamente».


El retrato de las intenciones y voluntad que mueve el interés de los capitalistas es crudo y contundente. Es difícil imaginar que haya quien, defendiendo el libre mercado como la panacea universal para solucionar todos los problemas, pase por el "trago" de admitir la dura crítica que su patrono intelectual (Adam Smith) hace del interés que mueve a los capitalistas. Es cierto que los capitalistas, en general no conforman un bloque compacto y que se enfrentan entre ellos, es cierto, pero también es poco creíble que la mayoría actúe ingenuamente y que involuntariamente sea conducido a "promover un fin que nunca tuvo parte en su intención": el bien común.  


Después de este esclarecedor ejemplo, por el que muchos descalificarán a quien se propone darlo a conocer, aconsejo, a todos quienes sienten la necesidad de profundizar en sus conocimientos sobre la historia, la economía y la sociedad, que no desprecien, nunca, las opiniones del contrario, porque ello, además de producirle algunas agradables sorpresas (como ésta), contribuirá a alcanzar un conocimiento más objetivo de las cosas.