lunes, 23 de octubre de 2017

RECORDATORIOS



En las guerras modernas, tan importante como las bombas lo son la información, la desinformación, la manipulación y la mentira. Sobre todo, esta última se convierte en verdadera arma de destrucción masiva. Destruye razonamientos, sentimientos y voluntades y encubre atrocidades de todo tipo.

Cataluña vive una auténtica guerra. Sin muertos, de momento, pero, con sangre, con violencia y con resistencia pacífica. Cataluña vive un encarnizado enfrentamiento, en una desigual lucha entre el Estado y la Generalitat. Todos los equilibrios políticos están rotos. Pero, a pesar de todo, nadie puede vaticinar el resultado final. Porque el conflicto se ha traslado a la calle. Las instituciones han quedado en segundo plano. La lucha se libra entre dos poderes, el popular, y la fuerza bruta del Estado. Y, en medio, los políticos de todos los signos.

La opinión publicada, las tertulias políticas difícilmente pueden, a estas alturas, aportar algo como no sea intoxicación. Los acontecimientos les sobrepasan. Acostumbrados a poner etiquetas a todo, a separar en compartimentos estancos la realidad, a contemplarla como si de una foto fija se tratase, argumentan sólo en base a números y tantos por ciento de representatividad, de manifestantes, de votos y escaños, sin profundizar en lo hay detrás de esos números. Piensan que las cosas "son como son" y no pueden dejar de serlo, se ponen a la defensiva, se cierran en el bucle en que les han metido (el referéndum es ilegal, el referéndum es ilegal, es ilegal, ilegal...), no saben interpretar o simplemente descubrir que "la cosa" está en movimiento, que existen fuerzas enfrentadas, que ninguna lo puede todo y que ninguna carece de todo poder. Que, en un momento puede ser uno el vencido, pero que ello no significa que vaya a serlo siempre. La tendencia es lo que hay que observar, saber ver de dónde se viene y hacia dónde se va. Y, sobre todo, los medios nos tienen acostumbrados a informarnos sin contrastar las informaciones. Y no ha sido una ni dos, sino muchas las ocasiones en que nos han transmitido informaciones falsas o, cuando menos, verdades a medias (hablo en pasado porque la velocidad con que ocurren las cosas, enseguida las convierte en obsoletas). No nos ayudan a comprender lo que realmente está pasando.

Decía que les han metido en un bucle y que no saben interpretar. Es una manera amable de juzgarlos. A nadie se le escapa que los grandes medios son empresas cuyo principal, si no último, objetivo es ganar dinero, a costa de lo que sea. A costa de aprovecharse de la creencia popular de que sus informaciones y opiniones son "palabra de dios". Sólo les importa mantener su poder. A costa de presionar a sus trabajadores para que sólo defiendan lo que a sus dueños interesa.

Por eso, si no somos capaces de buscar información en otras fuentes, más autónomas e independientes, menos partidistas, si no las encontramos, al menos debemos hacer un esfuerzo por razonar, por analizar con nuestro sentido común, con nuestra experiencia y conocimientos. Y, eso, hacerlo en grupo, colectivamente. A eso va encaminado este escrito, a recordar algunas cosas elementales que la retórica, los intereses particulares y el juego sucio trata de hacernos olvidar. Aunque parezca algo ingenuo, dada la transcendencia de los acontecimientos. Los hechos se desarrollan a una velocidad vertiginosa. Y, en nuestro intento de seguirlos, olvidamos su origen. Es tal la velocidad con que suceden que, en un instante, perdemos de vista lo que los ha traído hasta aquí y nos impide verlos en perspectiva.

Toda Constitución es un contrato entre partes, generalmente desiguales en cuanto a fuerza y poder. Inicialmente se considera ese contrato como indefinido, pero en ningún sitio está escrito que deba mantenerse eternamente. Se puede romper unilateralmente (de eso saben mucho los empresarios). Cuando se rompe un contrato sin causa justificada exigimos indemnización. También se puede romper de mutuo acuerdo, aceptando cada uno parte de las razones del otro y repartiendo los costes. Lo que no se puede es obligar a nadie a mantenerlo eternamente. La Constitución del 78 respondió a las circunstancias concretas de aquél momento. Pero esas circunstancias han cambiado.

Normalmente, la legitimidad de los contratos se fundamenta en que las partes contratantes suscriben los contratos libremente. Hemos asumido ingenuamente que, en la política, en el empleo, las partes, ciudadanos y políticos, trabajadores y empresarios, acuerdan los contratos libremente. Pero no es así. A los ciudadanos, las constituciones se nos presentan como algo acabado, acordado en los despachos por los representantes, a lo que hay que decir sí o no. No hay participación en el debate, no hay oportunidad de introducir matices. En lo laboral, quien no tiene otra manera de sobrevivir que aceptar las condiciones que le ofrece el empresario, no puede escoger libremente.

El contrato del 78 no se firmó con la misma libertad por ambas partes. Cuando los contratos se han establecido sin la necesaria libertad de las partes, cuando una parte, por las circunstancias, se ve obligada a ceder más que la otra, cuando, con el paso del tiempo, esa cesión llega a ser insoportable, romper el contrato resulta inevitable y resulta ser de justicia, aunque, las clausulas del propio contrato, establezcan que romperlo es ilegal. Lógicamente, quien ha salido beneficiado con las condiciones del contrato se aferra a él, con uñas y dientes. "Santa Rita, Rita, Rita, lo que se da no se quita". Acusa a la otra parte de desleal y a quien lo rompe de ilegal.

Además, cuando se trata de un contrato para la convivencia, resulta contra natura obligar a nadie a convivir si no quiere.

Imaginemos una comunidad de vecinos en que uno de ellos decide vender su piso e irse, porque no se siente a gusto en la comunidad, y los demás se oponen por las razones que sean. ¿Con qué derecho pueden impedir que el vecino se vaya? "La decisión de que se vaya o no la tenemos que tomar entre todos". Bueno, "si se va, que se vaya, pero que deje el piso... No le dejamos venderlo... Formamos una comunidad... Lo tenemos escrito... El estatuto de la división horizontal... Y, quien quiera irse, que se vaya... pero que deje el piso".

¿Algo estrambótico, no?

¿Quién debe votar cuando alguien quiere irse de la comunidad? ¿Todos? ¿Por qué no votamos todos también cuando se aprueba el Estatuto de una Comunidad Autónoma determinada? ¿Es que no afecta a las demás comunidades lo que se apruebe para una? Formamos parte de la Unión Europea y esta institución está marcando gran parte de nuestras posibilidades de decidir. ¿Por qué no hemos votado todos en el Brexit?

Las comunidades pueden ser muy viejas, menos viejas o de pocos años. Llevar mucho tiempo juntos puede ayudar a la convivencia. Pero también puede llegar a hartar. "¿Por qué romper la comunidad si llevamos tanto tiempo juntos?" Quien quiere irse puede dar razones, pero no necesariamente. Se irá con todas las consecuencias. Eso sí: cumplirá con todas las obligaciones que tenía contraídas. Pero, acabará yéndose. ¿Y no sería más práctico romper de mutuo acuerdo y poder seguir colaborando en el resto de los aspectos de la vida?

"¿Pero no es mejor seguir unidos?" "El mundo va hacia la globalización". No, el mundo ya está globalizado en muchos aspectos. Pero, en otros no, porque lo impiden quienes tienen el poder. El dinero y los capitales circulan libremente, pero ¿y las personas? ¿Quiénes son los que toman las decisiones? ¿Es la gente? ¿Quién la escucha? La globalización es un hecho para unas minorías. La gran mayoría sigue encerrada dentro de las fronteras de sus estados. La Humanidad puede que tienda a la fraternidad universal, pero ello nada tiene que ver con la globalización tan cacareada y que tantos males está trayendo para una mayoría de países y pueblos. Quizá tendríamos que pararnos a pensar por qué, quienes lo deciden todo, impiden la libre circulación de las personas.

Expresar lo que uno piensa ¿por qué tiene que perjudicar a los demás? ¿Qué derechos han negado a los demás aquellos que han ido a votar el 1-O? ¿Les han negado el derecho a "sentirse español"? Ser es una cosa y otra existir. Y entramos en un campo muy complejo. Uno es catalán, o vasco, o murciano porque lo afirma ser o se siente tal. Pero, en la práctica, es importante que los demás se lo reconozcan. El concepto de ciudadanía de tal o cual lugar lleva aparejado el reconocimiento de unos derechos.  Vive, existe en un territorio, con otras personas, con su lengua, con sus costumbres, con sus anhelos, con sus derechos y obligaciones. Eso es lo que produce normalmente el sentimiento de ser catalán, vasco o murciano. Uno o una puede sentirse catalán o vasco... en cualquier lugar del mundo. Pero es necesario que los demás lo reconozcan. De hecho, muchos "extranjeros" en un país pueden integrarse en su nuevo país de residencia y trabajo sin dejar de "sentirse" perteneciente a su país de origen. A los catalanes que se sienten españoles nadie les va a arrebatar ese sentimiento, sentimiento que, por otra parte, no parece ser tan fuerte como para que llegue a ser su principal preocupación, como lo demuestran las encuestas. Muchos habitantes residentes en Cataluña, provenientes de otros lugares, han llegado a integrarse plenamente sin que por ello hayan renunciado o se les haya obligado a renunciar a su sentimiento de pertenencia a su lugar de origen. El sentimiento es voluble. Puede desaparecer o ser sustituido por otro distinto. Puede ser muy fuerte, pero no indestructible. Todas las alarmas que se están vertiendo sobre las conciencias de los catalanes para que tengan miedo a la independencia no parece que estén produciendo el efecto pretendido. Y es que la gente no es tonta. ¿Qué es? ¿Que van a cerrar las fronteras con alambradas? Otra cosa será cuando vean que los poderes económicos empiezan a adoptar decisiones simbólicas como el Banco Sabadell y la Caixa. Pero, ¿Qué es? ¿Que van a cerrar todas las sucursales y se van a llevar el dinero de los depositantes? ¿O ven que  la independencia está a la vuelta de la esquina? Si solo es una medida de presión se les puede volver en contra si sus depositantes optan par retirar sus dineros de golpe todos a una. La experiencia dice que más pronto que tarde "volverán" allí donde está su negocio.

Hay una contradicción evidente entre el discurso de quienes niegan que España "roba a los catalanes" y el de quienes creen que si Cataluña "se marcha" nos va a perjudicar al resto. ¿En qué quedamos? ¿Les robamos o nos roban?

¿Y la solidaridad? La solidaridad o es libre o no es solidaridad.

Continuamente se apela a que son más los que no quieren la independencia que los independentistas. Eso sólo se sabría si fuese posible preguntar a unos y otros, en libertad y serenamente lo que quieren. Así saldríamos de dudas, al menos, de momento. También sabríamos cuántos son los que prefieren que la cosa siga como está, aunque sufran estoicamente sus consecuencias. No existen mayorías silenciosas. O se manifiestan y dejarían de ser silenciosas, o permanecen calladas y no conformarán mayoría. Nadie se puede atribuir el apoyo de aquellos o aquellas que no manifiestan las razones de su silencio.

De cualquier manera, lo que no tiene explicación es que votar pueda llegar a ser ilegal y considerarlo una agresión. ¿A qué, a quién? Menos aún que, una vez declarado un referéndum ilegal y sin consecuencias jurídicas, se trate de impedir, por todos los medios, incluida la violencia, que se celebre, impedir que se vote. Allá los catalanes con su paranoia ¿No? ¿No será que, quienes han tratado de impedir que se vote no tengan tan claro que los independentistas sean minoría?

Otro de los mantras más utilizados es que el independentismo ha producido fractura social entre los catalanes. Por más que se empeñen en repetirlo, con todas las imágenes difundidas por los medios y en las redes sociales no han conseguido hacer visible esa fractura entre catalanes. Si se ha producido fractura, faltaría más, entre un grupo mayoritario de ciudadanos y las fuerzas de seguridad, claramente enviadas para "castigar a quienes han osado enfrentarse al todopoderoso Estado", fractura entre un sector amplio de la sociedad catalana y el gobierno de Madrid. ¿Hacía falta ese escarmiento?
Dicen que las votaciones desunen. Cuando hay diversidad de criterios se acude a la votación, cuyo resultado no tiene por qué ser definitivo. Quienes pierden la votación deben  poder volver a pedir votar cuando las circunstancias hayan cambiado. La votación no produce desunión. La desunión existe antes. Por eso se vota. La votación sólo refleja lo que hay, la realidad. Lo que siempre hay que exigir es coherencia, defender siempre lo mismo, aunque pueda perjudicarnos. No vale que el PP gobierne con un tercio de los votantes, apoyándose en la ley electoral vigente, y que al Gobierno de la Generalitat le exijan que tenga más de la mitad de apoyos en voto ciudadano. Hay que saber perder. ¿O es que alguien puede creer que todos los que no votaron al PP están de acuerdo con su Gobierno? Pero han aceptado el resultado y están sufriendo sus políticas.

Y, para terminar (esto está resultando muy largo). Nadie puede negar que hemos perdido dócilmente mucha soberanía, cediendo ante la UE en cuestiones de enorme importancia y condicionando nuestras vidas de forma determinante. Ser consciente de esa realidad es imprescindible. Quienes queremos cambiar profundamente la realidad debemos tener claro que conseguirlo dependerá, también, del apoyo u obstáculos que ponga la UE y de que ese anhelo se extienda por otros pueblos de Europa. Tal es la situación que juntar hoy fuerza suficiente para conseguirlo está muy lejos. La pregunta es: ¿debemos esperar a que se consiga la mayoría legal necesaria en España y en Europa para que, desde las instituciones se promuevan los cambios necesarios? ¿Cuándo se produciría eso? Incluso si esa mayoría se consiguiese, ¿podemos confiar en que la minoría que detenta el poder aceptaría los resultados y acataría las medidas que la mayoría popular vencedora fuese a ir adoptando?


sábado, 21 de octubre de 2017

RETAHÍLAS



"Los que miran callan y dan tabaco" suelen decir en el bar de mi pueblo cuando la partida está emocionante y hay mucha expectación. Asistimos a una verdadera partida de cartas, un juego de apuestas, donde la capacidad de adivinar la jugada del contrario, o de ocultar la propia, es más importante que la suerte que tengas con las cartas. Se trata de una partida de tahúres, jugadores de oficio, diestros en el juego y también fulleros. ¿Debemos, los que no jugamos, permanecer callados y, encima, dar tabaco? Resulta muy costoso.

Es bochornoso leer o escuchar a "quienes son capaces de opinar de todo", periodistas y contertulios, como verdaderos exegetas interpretadores de palabras, intenciones y sueños, de lo que dicen o quieren decir aquellos a los que se aplaude cuando coinciden contigo o se insulta cuando no. Y como impacientes profetas. Continuamente preguntan "y si esto, y si lo otro". Quieren conocer ya el futuro. Buscan el titular, a poder ser, sensacionalista. No es aquello de confundir los propios deseos con la realidad. Es, claramente, un argumentar torticero, interesado, mentiroso, si es preciso, para llevar el agua al propio molino.

Sigo pensando que los profesionales de la información y de la conformación de opinión pública no están capacitados o no quieren entender lo que realmente está pasando. No están educados para ello. Sólo opinan sobre lo último. No lo enmarcan en el contexto. Repiten mantras que, en muchos casos, ya están superados. Convocan a "expertos" (para dar una imagen de neutralidad) y luego no hacen ni puñetero caso de lo que les dicen. Imponen condiciones o limitaciones al diálogo, "tiene que ser dentro de la legalidad", e impiden que el diálogo comience, cuando lo único exigible, para que haya diálogo, es que haya, al menos, dos que quieran dialogar, que se reconozcan mutuamente como sujetos con derecho a ser escuchados y que estén dispuestos a escuchar, que se respeten. Para dialogar no hay normas. Dialogar no supone negociar, donde cada parte manifestará cuánto está dispuesta a ceder o renunciar para llegar a un acuerdo. Dialogar es previo, es condición necesaria para empezar una negociación. Dialogar ya es algo con lo que empezar a buscar la solución.  

Todos coinciden en que, tarde o temprano, el caso acabará en unas elecciones. Por eso, en la fase actual, y de cara a futuras campañas electorales, "lo que importa es el relato", poder contar la historia como a cada uno le interesa para dejar claro que uno siempre "defendió" lo mismo y descubrir las incoherencias del adversario. "Cuanto peor para todos, mejor. Mejor para mí el suyo beneficio político". Para ello, se mezclan datos (cuando no se inventan), se sacan frases de contexto o directamente se miente.

Un ejemplo claro es mezclar habitantes con electores, o votantes de hecho con censos electorales. O manifestantes con mayorías silenciosas. Se trata de minimizar los argumentos del contrario. En Cataluña hay 7,5 millones de habitantes (incluidos niños y residentes sin derecho a voto), de los cuales 5,5 millones pueden votar. Manifestarse pueden todos. Es positivo que se haya producido, por fin, una manifestación de ciudadanos y ciudadanas contrarias al independentismo, porque hay que escuchar todas las voces. Pero ¡ojo!, un argumento se ha caído definitivamente por tierra: Ya no vale comparar el número de manifestantes con los que se quedaron en casa. Los que se quedaron en casa el sábado 7 de los corrientes, fueron muchos más que los que se manifestaron por la "unidad de España". ¿Quiere eso decir que es aplastante la mayoría de catalanes y catalanas que no quiere esa unidad porque se quedaron en casa?

Con todo, es difícil comparar el número de los que se manifiestan con el de los que se quedan en casa. Unos muestran su opinión, otros se la reservan. Pero, incluso, es difícil comparar el número de manifestantes de unas manifestaciones y otras, cuando los métodos de cómputo están tan desprestigiados.  Pero, más difícil, aún, es comparar el número de unos manifestantes con otros, comparar a quienes salen de casa para votar, arriesgándose a recibir los palos de la policía, con quienes salen, de fiesta, a manifestarse con todo el apoyo mediático, político, policial y judicial... con el apoyo del Estado, en suma.

No obstante, ahí está el fondo de la cuestión. Sumando los manifestantes de ambos bandos, los de los "independentistas" y los de los "unionistas", son menos, en ambos casos, que los que se quedaron en casa. ¿Serán éstos los que esperan un referéndum pactado con garantías o, simplemente, son quienes prefieren que las cosas sigan como hasta ahora? Seguiremos sin saberlo. ¿Por qué nadie ha sido capaz de "sacar a la calle" a esa mayoría todavía silenciosa para que hable? ¿Por qué a nadie parece preocuparle esa mayoría que sigue sin manifestarse? No juguemos con los números.

Existen varias razones. Que el asunto es muy complejo y nadie quiere perder el tiempo en explicarlo para que la gente lo entienda. Que nadie quiere llamar a las cosas por su nombre. Y, sobre todo, que hay que mirar de reojo a los posibles resultados en unas próximas elecciones. El PP estará tranquilo mientras conserve sus votantes en el resto del Estado. Puede gobernar en España siendo una formación residual en Cataluña. El PSOE, sin embargo, nunca gobernará en España si no gana en Cataluña. Y, lejos de cumplir su compromiso de consultar a sus bases ante las grandes decisiones, parece conformarse con mantener los votos de Andalucía y llegar a gobernar en "gran Coalición con PP y Ciudadanos. El discurso "renovador" de Ciudadanos ha quedado al descubierto: ha optado por el palo, incapaz de ofrecer la zanahoria, se muestra más reaccionario que el propio PP. Y, Podemos no puede nadar en la ambigüedad. Errejón está ganando en los medios (aunque éstos no se lo reconozcan) lo que Iglesias no gana en la calle. Vista Alegre-II al revés. A nadie se le obliga a "regenerar" la política, salvo que haya sido el mensaje con que trató de convencernos.

Sin pretender ser exhaustivo (porque no me considero capaz), apuntaría algunas consideraciones que pudieran explicar parte de lo que está ocurriendo.

El "independentismo catalán" no es, al día de hoy, un movimiento de la burguesía catalana, sino que se ha convertido en un movimiento popular que desborda lo que la derecha catalana, mal que le pese, ha sido hasta ahora. Ese movimiento incluye a "ricos" y no tan ricos, a obreros, parados, jóvenes y mayores, mujeres y hombres. Y eso es lo que verdaderamente importa. Se podrán hacer quinielas, en base a encuestas, sobre quién va a salir fortalecido políticamente dentro del movimiento. Una cosa está quedando clara: la correlación real de fuerzas en el movimiento no necesariamente se corresponde con el reparto ni de votos ni de escaños obtenidos. Sólo así se explica el protagonismo real que está teniendo o que interesadamente se le atribuye a las CUP ("están en manos de los radicales", dicen) con su 8,4% de los votos. Quienes sigan minusvalorando el peso de ese movimiento popular, a la larga, acabará perdiendo la partida.

La lucha de fondo, mal que les pese a muchos, es una abierta lucha de clases. Si el independentismo catalán estuviera en manos de la derecha catalana, las principales empresas lo apoyarían. Y, no solo no es el caso, sino que la oligarquía catalana está resueltamente en contra, ejerciendo todo su poder e influencia, con el apoyo del Gobierno del PP y de la propia Casa Real, y aún a riesgo de cargarse a su fiel derecha catalana tradicional, para que su "espantada" aterrorice a la pequeña empresa y la "deserción"  sea masiva. En la derecha también hay clases. Pero no se llevan consigo los centros de trabajo, no se llevan sus negocios, no renuncian a seguir explotando a sus trabajadores. En Cataluña no todos son ricos. Se trata de una campaña simbólica cuyos efectos inmediatos en la economía están aún por comprobarse.

¿Cabe un "internacionalismo sin fronteras"? Según la izquierda tradicional, no, por aquello de "proletarios del mundo...", pero es este un debate en abstracto, que nada tiene que ver con el "Manifiesto" en que tal consigna fue inmortalizada. Interestatalismo no es internacionalismo. Para que haya internacionalismo tiene que haber naciones, y naciones libres para que se asocien. Los proletarios no dividieron el mundo en estados ni establecieron fronteras, sino que, más bien, el Movimiento Obrero histórico defendió siempre de "libre asociación de asociaciones libres". 

Mucho se puede discutir sobre qué es una nación, si una comunidad de sentimientos de pertenencia, si una cultura diferente, si una historia y una lengua, si una forma de organización, si una idiosincrasia, o todo a la vez. Pero, lo que es claro es que no se trata de algo abstracto, teórico, sin correspondencia con la realidad. 

A los proletarios del mundo les puede unir algo concreto y determinante en la conciencia de su situación, como es la exclusión y la explotación del trabajo asalariado, pero ni esa explotación se manifiesta en todas las situaciones por igual, ni es la misma la manera con que los pueblos se le enfrentan, ni es la misma la resistencia que encuentran enfrente.

Pueblo y Estado no son siempre lo mismo. De cualquier manera, la lucha por la liberación es un proceso histórico, con altibajos, con desviaciones, con estrategias, con diferentes ritmos. No es un proceso lineal ni coordinado, ni consensuado. "Hacía falta que nos uniéramos todos". ¿Y cómo se logra eso? El retraso de unos o lo avanzado de otros puede repercutir en el resto, acelerar el proceso o paralizarlo. ¿Tienen todos los pueblos que "parar su marcha" para esperar a los más rezagados? ¿Tenemos que esperar a que todos estemos de acuerdo? ¿Permitirá pasivamente el adversario que formemos un solo frente contra él? ¿O tratará de abortarlo antes? El tema tiene su aquél, es evidente, pero no podemos descartar, de antemano, ninguna estrategia ni descalificarla en función de unos principios ideológicos abstractos. Los nacionalismos del siglo XIX tuvieron un carácter claramente burgués. Pero la historia nos ha mostrado que también hay nacionalismos de izquierdas y que han mostrado, en su práctica, ser plenamente solidarios con los demás pueblos.

Es curioso que quienes rechazan los nacionalismos de las minorías, ellos mismos no se consideran nacionalistas. Consciente o inconscientemente, rechazan las diferencias de los demás y tratan de imponer una uniformidad que, casualmente, coincide con su propia diferencia, como si eso fuese lo más natural.

Personalmente creo que los nacionalismos e independentismos, como "ismos" que son, representan una tendencia, un "hacer en favor de", una estrategia pasajera que dejará de tener sentido cuando se consigan los objetivos. Cuando un pueblo llegue a ser soberano dejará de ser independentista. Será un pueblo políticamente independiente. Pero ello no significa que sea soberano. Después de conquistar la independencia tendrá que luchar por lograr su soberanía. Y, cuando lo logre, será un pueblo libre, sin más. Pero no podrá ser libre si no se solidariza con los que aún no lo son. El independentismo catalán, aquí y ahora, puede ser la espoleta que haga estallar el descontento de los demás pueblos del estado español y los ponga en marcha para luchar por su soberanía, por su liberación de la opresión que representa la actual hegemonía de fuerzas políticas, judiciales, policiales, ideológicas y, sobre todo, económicas que los oprimen.

Nota.- Escrito antes de conocer la decisión del Gobierno de poner en marcha el artículo 155 de la Constitución.