Siempre
fui aficionado a leer toda clase libros que tratasen sobre la realidad que nos
rodea, especialmente, los de economía. Ello, y toda una vida de experiencias
vitales profundas y aleccionadoras, me siguen espoleando en la búsqueda de una mejor
compresión de esa realidad.
En
ese camino, es frecuente encontrarse con descalificaciones desde uno y otro
bando que tratan, unos de enmascarar la falsedad interesada de sus
planteamientos y otros su dogmatismo. Una de las descalificaciones más frecuentes
es la de tildar de anacrónica, irracional o utópica una ideología o pensamiento.
Pero, al margen de descalificaciones, siempre he creído conveniente saber cómo
argumenta quien defiende postulados distintos o contrarios a los míos. Y en ese
camino, es frecuente encontrarse con alguna que otra sorpresa.
En
concreto, y no hace mucho, en esa búsqueda a que me refiero, me he llevado una
sonora sorpresa al encontrar, en un texto del siglo XVIII, afirmaciones con las
que estoy muy de acuerdo, en términos generales, muy aplicables a la realidad
actual, pero provenientes de un autor sacralizado por quienes defienden ideas
contrarias a las mías, y a quien ninguno de esos oponentes se le ocurre descalificar
por anacrónico.
«Se suele decir que la unión de los patronos es muy
rara y que la de los trabajadores es muy frecuente. Pero los que, de acuerdo
con estos dichos, piensen que los patronos raramente se unen, son tan
ignorantes de lo que pasa en el mundo como de este asunto". La experiencia más repetida, como dice el
autor, es la contraria: los trabajadores suspirando siempre por alcanzar la
unidad, frente a una patronal compacta y bien organizada.
"Los
patronos están siempre y en todas partes en una especie de acuerdo tácito, pero
constante y uniforme, para no elevar los salarios por encima de su nivel actual".
Cualquiera que afirme esto, en nuestros tiempos, sería tildado de
radical, extremista, ignorante y resabiado.
«Los patronos constituyen, a veces, incluso uniones
específicas, para reducir los salarios por debajo de aquel nivel. Estos
acuerdos se llevan a cabo siempre con el más absoluto silencio y secreto hasta
que se ejecutan, y nunca se hacen públicos cuando los trabajadores se someten,
como a veces ocurre, sin resistencia.» Cruda realidad.
«No obstante, estas uniones (de patronos) se encuentran a menudo
frente a uniones defensivas de los trabajadores, quienes en ocasiones, sin
existir siquiera una provocación de este tipo, se unen para elevar los
salarios. La historia del Movimiento Obrero ha sido siempre eminentemente
defensiva. Un claro y actual ejemplo de esa realidad es el movimiento de
los «chalecos amarillos» franceses que no solo actúan contra la subida del
precio de los carburantes, sino también contra el aumento de impuestos, por la
pérdida de poder adquisitivo, el paro, la precariedad, el precio de la
vivienda, etc. todas ellas agresiones a su buen vivir y estabilidad, como se
desprende de los propósitos expuestos por una gran mayoría de gente de este
movimiento.
«Para
precipitar una solución, recurren
(los trabajadores) siempre a grandes alborotos y a veces a la violencia y a
los atropellos más sorprendentes. Están desesperados y proceden con el frenesí
propio del hombre en ese estado, cuya alternativa es morirse de hambre o forzar
a sus patronos a que, por miedo, cumplan sus exigencias.» Es
habitual que se resalte, ante la opinión pública, solo los actos violentos de
grupos claramente minoritarios como estrategia para descalificar globalmente a
todo el movimiento.
«En estas ocasiones los patronos reclamen tanto
como ellos y exigen la ayuda de los magistrados civiles y el cumplimiento
riguroso de las leyes establecidas con tanta severidad contra la asociación de
sirvientes, trabajadores y jornaleros.» Lejos de lo que pudiera ocurrir
hace tres siglos, en la actualidad, los patronos no necesitan siquiera denunciar,
sino que es el propio Estado el que detiene, denuncia, reprime, juzga y condena.
«Los salarios corrientes del trabajo dependen del
contrato establecido entre dos partes cuyos intereses no son, en modo alguno,
idénticos. No es difícil, sin embargo, prever cuál de las partes vencerá en la
disputa y forzará a la otra a aceptar sus condiciones. Los patronos, al ser
menos en número, pueden unirse fácilmente; y además la ley lo autoriza, o al
menos no lo prohíbe, mientras que prohíbe las uniones de los trabajadores.»
De hecho, las organizaciones de trabajadores tardaron mucho en ser legalizadas,
sobre todo los sindicatos como organizaciones de clase.
«No tenemos leyes parlamentarias contra la asociación (de los patronos) para rebajar los
salarios; pero tenemos muchas contra las uniones (de trabajadores)
tendentes a aumentarlos.» Sin comentario.
«Aunque el patrono adelante los salarios a los
trabajadores, en realidad éstos no le cuestan nada, ya que el valor de tales
salarios se repone junto con el beneficio
en el mayor valor del objeto trabajado.» ¡Escándalo! Esto está
escrito antes de que Carlos Marx naciese. ¿No son los empresarios los que
graciosamente dan trabajo, los que crean empleo, los que "permiten"
que nos ganemos honradamente el sueldo? ¿No existen clase enfrentadas en la
sociedad?
"El producto anual, se divide de un modo natural,
como ya se ha dicho, en tres partes: la renta
de la tierra, los salarios del
trabajo y los beneficios del capital,
constituyendo, por tanto,(según) la renta, tres clases de la sociedad:
la que vive de la renta, la que vive de los salarios y la que vive de los
beneficios". La de los rentistas es
la única de las tres clases, que percibe su renta sin que le cueste trabajo ni
desvelos. El interés de la segunda
clase , la que vive de los salarios, está íntimamente vinculado al (interés) de la sociedad, aunque esa
clase es incapaz de comprender ese interés o de relacionarlo con el propio.
Cualquier propuesta de una nueva ley o reglamentación del comercio que provenga
de la clase (la que vive a costa del trabajo de los demás) deberá
analizarse siempre con gran precaución, y nunca deberá adoptarse sino después
de un largo y cuidadoso examen, efectuado no sólo con la atención más
escrupulosa sino con total desconfianza,
pues viene de una clase de gente cuyos intereses no suelen coincidir
exactamente con los de la comunidad".
Todos los párrafos que van
en letra cursiva (y otros muchos que se pudieran aportar) están extraídos de
una obra clásica, "La riqueza de
las naciones", publicada en 1776, por Adam Smith, ni más ni menos. ¡Quién lo diría! Dicha obra es como la
biblia del pensamiento liberal, considerada por muchos como "el libro más
grande jamás escrito sobre la vida económica", pero del que, curiosamente,
sus fervientes defensores, solo extraen la tan manida frase de que "una
mano invisible" rige el mercado y es la que se encarga de buscar el
equilibrio entre las distintas partes de la sociedad. Dicha
expresión aparece una sola vez en la mencionada obra, y sin embargo es
esgrimida sin tregua por aquellos que, interesadamente, esquivan párrafos y
capítulos en los que el economista escocés profundiza en las relaciones tanto
sociales como laborales, hablando claramente, por primera vez, y de forma bien
argumentada, de la lucha de clases.
Este es el texto concreto en que menciona
Adam Smith "la mano invisible":
«Ninguno [de los capitalistas] por
lo general se propone originariamente promover el interés público, y acaso ni aun
conoce cómo lo fomenta cuando no abriga
tal propósito. Cuando prefiere la industria doméstica a la extranjera, solo
medita su propia seguridad, y cuando dirige la primera de forma que su producto
sea del mayor valor posible, sólo piensa en su ganancia propia; pero en este y
en muchos otros casos es conducido como por una mano invisible a promover un fin que nunca tuvo parte en su
intención. (…) las miras de su propio interés promueven el de común con más
eficacia, a veces, que cuando de intento piensa fomentarlo directamente».
El retrato de las intenciones y voluntad que mueve el
interés de los capitalistas es crudo y contundente. Es difícil imaginar que
haya quien, defendiendo el libre mercado como la panacea universal para
solucionar todos los problemas, pase por el "trago" de admitir la
dura crítica que su patrono intelectual (Adam Smith) hace del interés que mueve
a los capitalistas. Es cierto que los capitalistas, en general no conforman un
bloque compacto y que se enfrentan entre ellos, es cierto, pero también es poco
creíble que la mayoría actúe ingenuamente y que involuntariamente sea conducido
a "promover un fin que nunca tuvo parte en su intención": el bien común.
Después
de este esclarecedor ejemplo, por el que muchos descalificarán a quien se propone darlo a conocer, aconsejo, a todos quienes sienten la necesidad de
profundizar en sus conocimientos sobre la historia, la economía y la sociedad,
que no desprecien, nunca, las opiniones del contrario, porque ello, además de
producirle algunas agradables sorpresas (como ésta), contribuirá a alcanzar un conocimiento
más objetivo de las cosas.