domingo, 10 de febrero de 2019

VIVA, VIVA, VIVA,...VISCA, GORA...



"Las comparaciones son odiosas". "El tamaño sí importa". "Los populismos son demagogia". "España Una, Grande y Libre".

Vivimos tiempos de espectáculo, donde priva, por encima de todo, el número, el tamaño, aunque sea de baja calidad.

De la concentración, en Madrid, convocada por PP, Cs y Vox se pueden sacar muchas conclusiones. Una, que el tamaño no ha sido muy grande, ni en términos absolutos ni en términos relativos. Según los datos de la Delegación del Gobierno, el acto ha congregado muchas menos personas que convocatorias del PP durante el gobierno de Zapatero.

Pero, vamos a conceder que incluso se ha concentrado un millón de personas (que ni los organizadores lo creen). Y ello, bajo el lema "Por la Unidad de España", y con más de cien autobuses, venidos del resto del estado. Un millón representaría un 2,1% de la población española ("que estén tranquilos quienes estaban preocupados por la convocatoria"). En Cataluña, por ejemplo, un millón representaría un 14,2%. Y, siempre han dicho que el tamaño importa. Pero las comparaciones son odiosas.

Han querido presentarnos el acto como una manifestación ciudadana (aunque convocada y financiada por partidos), pero sus dirigentes políticos no han renunciado a situarse en la parte más visible, para monopolizar la atención de las cámaras de televisión, entre toma y toma panorámica de la gran masa anónima portadora de banderas.

Han debido tener problemas para encontrar "personas independientes" que leyeran el manifiesto final. Y han tenido que recurrir a periodistas. Cualquier persona de cualquier otra profesión hubiese ofrecido más credibilidad. Muy identificados con la causa deberían estar esos periodistas como para sacrificar su independencia profesional, como lo han hecho. A partir de ahora, cuando se sienten en las tertulias televisivas, deberán situarse en el bando de los políticos y no de los periodistas imparciales. La parcialidad en las opiniones podemos esperarla de los políticos, por supuesto, y los periodistas también tienen derecho a ser parciales como sujetos individuales, pero, como profesionales de la información, deberían ser neutrales.

El lema de la convocatoria solo tenía contenido concreto en lo referido a la "convocatoria de elecciones". En cuanto a lo de la "Unidad de España", se trata de un "significante vacío de contenido", como dicen los populistas, algo que despierte los sentimientos y los afectos, aunque no diga nada o concrete poco, que aúne emocionalmente lo que está de por sí distante (recordemos lo de la "casta", la "trama" o "el pueblo"). ¿Qué significa la unidad de España? ¿La unidad geográfica, territorial? ¿La unidad del Estado? ¿La unidad de lengua? ¿La unidad del Ejército, de la Hacienda y de la Seguridad Social? ¿La unidad de los partidos y sindicatos? ¿O la unidad real de las condiciones de vida entre españoles y españolas? En esto no hay unidad. Y, a quien le mueva a manifestarse esa abstracta "Unidad de España", allá él o ella, si se contenta con solo eso. Pero, a la mayoría, creo yo, no le contenta. La muestra es el respaldo exiguo que ha obtenido la convocatoria. ¡Basta ya de circo y espectáculo!

Quienes rechazan unos Presupuestos un poco más sociales que los anteriores, solo por intereses de partido, importándoles un comino que de esas cuentas públicas se puedan beneficiar muchos ciudadanos y ciudadanas necesitados, poco pueden hablar de unidad de España. Quienes se niegan, una y otra vez, a reformar la ley electoral, porque la actual beneficia a su partido, aunque, por esa ley, la representación política nazca viciada, cada vez que se repiten elecciones, y hace posible que un partido, en este caso el PP, obtenga mayoría absoluta con sólo el 30% del censo, poco pueden hablar de unidad de España.  Quienes, con el pretexto de la crisis, han recortado el presupuesto de los servicios sociales, poniendo en peligro la calidad de la sanidad, de la educación y la dependencia, a la vez que daban dinero a los bancos para su recuperación o quitaban impuestos a los que más tienen para que paguen menos, no deberían hablar de unidad de España. Quienes se niegan a dar legítima satisfacción a decenas de miles de familias que aún no han podido enterrar dignamente a sus seres queridos, víctimas de la represión franquista, ¿cómo pueden hablar de unidad de España?

Solo faltó que alguien, aprovechando la aglomeración, se "autoproclamase presidente encargado (¿?) del gobierno". Pero no pudo ser: había demasiados gallos para un solo corral.


viernes, 8 de febrero de 2019

¡QUIÉN LO DIRÍA!


Siempre fui aficionado a leer toda clase libros que tratasen sobre la realidad que nos rodea, especialmente, los de economía. Ello, y toda una vida de experiencias vitales profundas y aleccionadoras, me siguen espoleando en la búsqueda de una mejor compresión de esa realidad.

En ese camino, es frecuente encontrarse con descalificaciones desde uno y otro bando que tratan, unos de enmascarar la falsedad interesada de sus planteamientos y otros su dogmatismo. Una de las descalificaciones más frecuentes es la de tildar de anacrónica, irracional o utópica una ideología o pensamiento. Pero, al margen de descalificaciones, siempre he creído conveniente saber cómo argumenta quien defiende postulados distintos o contrarios a los míos. Y en ese camino, es frecuente encontrarse con alguna que otra sorpresa.


En concreto, y no hace mucho, en esa búsqueda a que me refiero, me he llevado una sonora sorpresa al encontrar, en un texto del siglo XVIII, afirmaciones con las que estoy muy de acuerdo, en términos generales, muy aplicables a la realidad actual, pero provenientes de un autor sacralizado por quienes defienden ideas contrarias a las mías, y a quien ninguno de esos oponentes se le ocurre descalificar por anacrónico.


«Se suele decir que la unión de los patronos es muy rara y que la de los trabajadores es muy frecuente. Pero los que, de acuerdo con estos dichos, piensen que los patronos raramente se unen, son tan ignorantes de lo que pasa en el mundo como de este asunto". La experiencia más repetida, como dice el autor, es la contraria: los trabajadores suspirando siempre por alcanzar la unidad, frente a una patronal compacta y bien organizada.


"Los patronos están siempre y en todas partes en una especie de acuerdo tácito, pero constante y uniforme, para no elevar los salarios por encima de su nivel actual". Cualquiera que afirme esto, en nuestros tiempos, sería tildado de radical, extremista, ignorante y resabiado.


«Los patronos constituyen, a veces, incluso uniones específicas, para reducir los salarios por debajo de aquel nivel. Estos acuerdos se llevan a cabo siempre con el más absoluto silencio y secreto hasta que se ejecutan, y nunca se hacen públicos cuando los trabajadores se someten, como a veces ocurre, sin resistencia.» Cruda realidad.


«No obstante, estas uniones (de patronos) se encuentran a menudo frente a uniones defensivas de los trabajadores, quienes en ocasiones, sin existir siquiera una provocación de este tipo, se unen para elevar los salarios. La historia del Movimiento Obrero ha sido siempre eminentemente defensiva. Un claro y actual ejemplo de esa realidad es el movimiento de los «chalecos amarillos» franceses que no solo actúan contra la subida del precio de los carburantes, sino también contra el aumento de impuestos, por la pérdida de poder adquisitivo, el paro, la precariedad, el precio de la vivienda, etc. todas ellas agresiones a su buen vivir y estabilidad, como se desprende de los propósitos expuestos por una gran mayoría de gente de este movimiento.


«Para precipitar una solución, recurren (los trabajadores) siempre a grandes alborotos y a veces a la violencia y a los atropellos más sorprendentes. Están desesperados y proceden con el frenesí propio del hombre en ese estado, cuya alternativa es morirse de hambre o forzar a sus patronos a que, por miedo, cumplan sus exigencias.» Es habitual que se resalte, ante la opinión pública, solo los actos violentos de grupos claramente minoritarios como estrategia para descalificar globalmente a todo el movimiento.


«En estas ocasiones los patronos reclamen tanto como ellos y exigen la ayuda de los magistrados civiles y el cumplimiento riguroso de las leyes establecidas con tanta severidad contra la asociación de sirvientes, trabajadores y jornaleros.» Lejos de lo que pudiera ocurrir hace tres siglos, en la actualidad, los patronos no necesitan siquiera denunciar, sino que es el propio Estado el que detiene, denuncia, reprime, juzga y condena.


«Los salarios corrientes del trabajo dependen del contrato establecido entre dos partes cuyos intereses no son, en modo alguno, idénticos. No es difícil, sin embargo, prever cuál de las partes vencerá en la disputa y forzará a la otra a aceptar sus condiciones. Los patronos, al ser menos en número, pueden unirse fácilmente; y además la ley lo autoriza, o al menos no lo prohíbe, mientras que prohíbe las uniones de los trabajadores.» De hecho, las organizaciones de trabajadores tardaron mucho en ser legalizadas, sobre todo los sindicatos como organizaciones de clase.


«No tenemos leyes parlamentarias contra la asociación (de los patronos) para rebajar los salarios; pero tenemos muchas contra las uniones (de trabajadores) tendentes a aumentarlos.» Sin comentario.

«Aunque el patrono adelante los salarios a los trabajadores, en realidad éstos no le cuestan nada, ya que el valor de tales salarios se repone junto con el beneficio en el mayor valor del objeto trabajado.» ¡Escándalo! Esto está escrito antes de que Carlos Marx naciese. ¿No son los empresarios los que graciosamente dan trabajo, los que crean empleo, los que "permiten" que nos ganemos honradamente el sueldo? ¿No existen clase enfrentadas en la sociedad?


"El producto anual, se divide de un modo natural, como ya se ha dicho, en tres partes: la renta de la tierra, los salarios del trabajo y los beneficios del capital, constituyendo, por tanto,(según) la renta, tres clases de la sociedad: la que vive de la renta, la que vive de los salarios y la que vive de los beneficios". La de los rentistas es la única de las tres clases, que percibe su renta sin que le cueste trabajo ni desvelos. El interés de la segunda clase , la que vive de los salarios,  está íntimamente vinculado al (interés) de la sociedad, aunque esa clase es incapaz de comprender ese interés o de relacionarlo con el propio. Cualquier propuesta de una nueva ley o reglamentación del comercio que provenga de la clase (la que vive a costa del trabajo de los demás) deberá analizarse siempre con gran precaución, y nunca deberá adoptarse sino después de un largo y cuidadoso examen, efectuado no sólo con la atención más escrupulosa sino con total desconfianza, pues viene de una clase de gente cuyos intereses no suelen coincidir exactamente con los de la comunidad".


Todos los párrafos que van en letra cursiva (y otros muchos que se pudieran aportar) están extraídos de una obra clásica, "La riqueza de las naciones", publicada en 1776, por Adam Smith, ni más ni menos. ¡Quién lo diría! Dicha obra es como la biblia del pensamiento liberal, considerada por muchos como "el libro más grande jamás escrito sobre la vida económica", pero del que, curiosamente, sus fervientes defensores, solo extraen la tan manida frase de que "una mano invisible" rige el mercado y es la que se encarga de buscar el equilibrio entre las distintas partes de la sociedad. Dicha expresión aparece una sola vez en la mencionada obra, y sin embargo es esgrimida sin tregua por aquellos que, interesadamente, esquivan párrafos y capítulos en los que el economista escocés profundiza en las relaciones tanto sociales como laborales, hablando claramente, por primera vez, y de forma bien argumentada, de la lucha de clases. 

Este es el texto concreto en que menciona Adam Smith "la mano invisible":


«Ninguno [de los capitalistas] por lo general se propone originariamente promover el interés público, y acaso ni aun  conoce cómo lo fomenta cuando no abriga tal propósito. Cuando prefiere la industria doméstica a la extranjera, solo medita su propia seguridad, y cuando dirige la primera de forma que su producto sea del mayor valor posible, sólo piensa en su ganancia propia; pero en este y en muchos otros casos es conducido como por una mano invisible a promover un fin que nunca tuvo parte en su intención. (…) las miras de su propio interés promueven el de común con más eficacia, a veces, que cuando de intento piensa fomentarlo directamente».


El retrato de las intenciones y voluntad que mueve el interés de los capitalistas es crudo y contundente. Es difícil imaginar que haya quien, defendiendo el libre mercado como la panacea universal para solucionar todos los problemas, pase por el "trago" de admitir la dura crítica que su patrono intelectual (Adam Smith) hace del interés que mueve a los capitalistas. Es cierto que los capitalistas, en general no conforman un bloque compacto y que se enfrentan entre ellos, es cierto, pero también es poco creíble que la mayoría actúe ingenuamente y que involuntariamente sea conducido a "promover un fin que nunca tuvo parte en su intención": el bien común.  


Después de este esclarecedor ejemplo, por el que muchos descalificarán a quien se propone darlo a conocer, aconsejo, a todos quienes sienten la necesidad de profundizar en sus conocimientos sobre la historia, la economía y la sociedad, que no desprecien, nunca, las opiniones del contrario, porque ello, además de producirle algunas agradables sorpresas (como ésta), contribuirá a alcanzar un conocimiento más objetivo de las cosas.