viernes, 7 de octubre de 2011

CURSO DE ECONOMÍA. Bloque 3.

Bloque 3. LOS INGRESOS EN EL SISTEMA CAPITALISTA

El Producto Interior Bruto: concepto

El producto Interior Neto: Origen y su distribución         

               De las rentas del capital 
               De las rentas del trabajo en la empresa mercantil
         
Los ingresos del Estado:
                
                Los impuestos y cotizaciones
                Las empresas públicas
         
 Los gastos del Estado:
 
                Los servicios públicos
                Las Obras
 
                Los salarios de los empleados públicos
                
                Las subvenciones
                    A los particulares, “a las familias”
                    A las empresas, “al capital”

Destino

            Al consumo general: de las empresas y de los particulares
            Al ahorro (atesoramiento)
            A la reinversión productiva
            A la ampliación del negocio (Acumulación)
           A la Especulación
 

 Analizar y comentar

            Cuadro: Creación, distribución y destino del ingreso

Nota.- Las dimensiones gráficas de los apartados del siguiente cuadro no se corresponden necesariamente con el peso específico que cada concepto tiene dentro del conjunto de la economía real.



  

lunes, 5 de septiembre de 2011

CURSO ECONOMÍA. Bloque 2

Bloque 2. DINERO NO FALTA, SOBRAN LADRONES

El dinero en la historia: su evolución
    Dinero metálico
    Dinero papel
    Dinero convertible
    Dinero parcialmente convertible
    Dinero no respaldado por su equivalente en oro
    Otros medios de cambio: cheques, pagarés, bonos, letras, etc.

El valor del dinero
    Valor propio como mercancía útil: moneda de metal precioso
    Valor relativo como medio equivalente de cambio
    Valor virtual (“que tiene existencia aparente, no real, pero puede producir un efecto”), como mera 
    anotación contable

El dinero no produce dinero
    El dinero, como moneda, vale lo que cuesta producirla
    El dinero, cuando se reduce a ser mero medio de pago, sólo tiene valor en el intercambio
    El dinero, como mero valor de cambio, no se vende
    se presta, a cambio de más dinero
        tiene un precio
        El Interés es el precio especial del dinero
    Prestar, es el principal negocio de los bancos
        ¿En qué consiste ese negocio?

La circulación es el viaje del dinero a través de los intercambios
    El mismo dinero puede ser cambiado, sucesivamente, por distintas mercancías
            El dinero es la base de la circulación de mercancías
    El dinero se mueve permanentemente
            las mercancías normalmente se van saliendo de la circulación hacia el consumo
            Velocidad de circulación y rotación del dinero
            Influencia en la economía del capitalista       

Origen del actual dinero disponible en los mercados
    ¿De dónde proviene el dinero que nos prestan los inversores?
    ¿De dónde se saca el dinero con que  se devuelven los préstamos?
    ¿De dónde se saca el dinero con que se pagan los intereses?
    ¿Tienen verdadero interés los prestamistas en que acabemos de devolverles su dinero?

       

Analizar y comentar:

   Anexo 2. Texto: “El dinero no da la felicidad…”



Anexo 2. Texto: EL DINERO NO DA LA FELICIDAD, PERO AYUDA... ¡¡¡A COMPLICARLO TODO!!!
jmg

AL PRINCIPIO ERA LA VIDA

Al principio, muy al principio, y desde hace “apenas” 800.000 años (!!!), la gente vivía de la recolección de los frutos de la Naturaleza, se abastecía libremente y apenas tenía que intercambiar, haciéndolo, en todo caso, mediante el trueque, producto por producto, sin problemas para encontrar equivalencias de valor, pues costaba parecido recolectar un coco que una pera.

La capacidad de observación, la energía y la habilidad manual propias del ser humano, unidos a la necesidad de protección y seguridad vital ante la propia Naturaleza, desarrollaron su capacidad de transformar, mediante el trabajo, los recursos naturales, logrando obtener, no sólo medios nuevos de subsistencia, sino también en mayor cantidad.

Pasó de depender absolutamente de la Naturaleza a empezar a dominarla, manipulando, en provecho propio, sus leyes de funcionamiento.

De una época en que sólo se producía (recolectaba) lo necesario para subsistir, se pasó “pronto” (¡¡¡sólo 700.000 años más tarde!!!) a producir más de lo necesario, y a repartirse el trabajo en distintas funciones o especialidades entre los distintos miembros de la comunidad. Nació el excedente y la división del trabajo.

De una época en que el valor de las cosas dependía exclusivamente de que fueran útiles o no para la satisfacción de las necesidades, se pasó a otra en que lo importante era poder cambiar unas cosas por otras y, para que esto fuera posible, las cosas empezaron a valer lo que había costado producirlas (trabajo).

ACAPARAR PARA VIVIR SIN PODER DORMIR

Llegados a esta nueva época, cuando las comunidades fueron capaces de producir más de lo que necesitaban, surgieron los interrogantes y las preocupaciones nuevas de cómo almacenar, cómo conservar, cómo defender el excedente acumulado y cómo cambiarlo por otros bienes, cómo transportarlo. Así apareció, “inmediatamente” (¡¡apenas 70.000 años después!!) y simultáneamente, las funciones del soldado y del comerciante en la comunidad, quienes estaban liberados del trabajo de producir y tenían la misión de proteger e intercambiar los bienes sobrantes con otras comunidades.

La diferencia de valor en trabajo de los diversos bienes, hizo enseguida casi imposible el trueque entre comunidades distintas, lo que dio lugar a un acuerdo entre los distintos comerciantes, por el cual se establecía un bien con valor propio, sea por su utilidad (la sal, por ej.), sea por el trabajo que costaba producirlo (el oro y otros metales), que reuniese las cualidades de aceptación general, inalterabilidad y, sobre todo, divisibilidad, que permitiese establecer, en cada caso, una equivalencia exacta entre los distintos valores de los distintos bienes: el dinero, un bien diferente, que no servía para satisfacer ninguna necesidad, pero sí para cambiarlo por aquellos que sí satisfacían las necesidades. Esto se produjo –decíamos- “rápidamente” (¡unos 20.000 años después!).

El dinero, que no es, en sí mismo, ni malo ni bueno, que facilita los intercambios, no necesariamente ayuda a aumentar la producción y la calidad de los productos (el dinero no engendra dinero, decía Tomás de Aquino), pero sí incita a ello. Porque tan pronto como la figura del comerciante adquiere relevancia social, merced a su enrique-cimiento, el dinero se convierte en objetivo de toda actividad, sea productiva o de servicios. Se trabaja para obtener dinero. El comerciante había pasado de ser vendedor y comprador en nombre de la comunidad (“lo comido por lo servido”) a ser autónomo, compra y vende a su comunidad y vende y compra a las demás por cuenta propia, juega con los precios, y eso le permite obtener un beneficio, en dinero, que puede ateso-rar y aumentar, cada vez, su negocio, y prestar a otros, si llega el caso. De esta forma pasa a obtener un beneficio mayor que el que le produciría el sólo cobro por su función de intermediario.

DON DINERO ES EL REY

Trabajar más para producir más y mejor y poder vender se convierte en un fin en sí mismo. Ya no se produce únicamente lo necesario para vivir, sino que se produce para poder vender por dinero. Pero, al mismo tiempo, el productor, el trabajador, poco a poco, perdió autonomía, ya no le bastaban sus manos y sus conocimientos para trabajar, empezó a depender del dinero para producir, para comprar herramientas y materia prima, para transportar, para vender, e, incluso, para poner precio al fruto de su trabajo. Empieza a depender del comerciante intermediario y de quien tiene el dinero necesario para montar una empresa. Pronto, al no contar más que con sus manos, con sus conocimientos y habilidad, con su fuerza de trabajo,  ésta la tendrá que vender, como una mercancía más, en el mercado, como otra cualquiera, aceptando el precio que le ponga quien se la compre, el empleador, el contratador, y siempre en función de que haya muchos o pocos productores dispuestos a vender su fuerza de trabajo y del interés del empleador en contratarlos. Nace el trabajador asalariado.

Inicialmente, el oro (y demás metales utilizados como dinero) valía el trabajo que costaba extraerlo de las minas, fundirlo, acuñarlo y transportarlo, y la unidad de valor en que se subdividía se establecía en función del peso de las porciones. El dinero era una mercancía más, apenas variaba su valor, se podía almacenar, era fácil de conservar, y la más fácil de intercambiar porque su valor era reconocido por todos, por lo que se convirtió en la mercancía más apetecible, y pronto adquirió su carácter de bien económico, esto es, escaso, pues, aunque no se consumía con su uso, enseguida se convirtió en bien que había que atesorar. Atesorarlo permitía, además de comprar para consumir, y de tener “un seguro por lo que pudiera pasar”, también prestarlo a otros y cobrar por ello un “interés”. El dinero, además de valor en sí mismo, empezó a tener precio, o sea, el valor que cuesta obtenerlo prestado o, dicho de otra manera, la cantidad de más que había que devolver en su momento (intereses). Ya no importaba tanto lo que había costado producir el dinero, cuanto lo que estaba dispuesto a pagar por él quién lo necesitaba. De esta forma, el valor de las cosas empezó a no depender sólo del trabajo que costaba producirlas, sino también de lo que costaba obtener el dinero para hacerlo, en el caso de que no se poseyese lo suficiente. El empresario que quería montar un negocio y no tenía dinero para hacerlo, además de los costes del propio negocio, tenía que contar con que necesitaba obtener los ingresos suficientes para devolver el dinero prestado más los intereses.

De cualquier manera, el valor del dinero, como unidad de cambio equivalente, siempre sería el mismo, el que había costado producirlo, independientemente de que su precio, su valor en el mercado del dinero, fuese otro. Quien poseía una onza de oro podía saber siempre a qué atenerse. Su valor era inmutable. Es de necios confundir valor y precio, decía Machado.

EL REY DE OROS CAMBIA SU CORONA POR OTRA DE OROPEL (PAPEL)

Con el aumento del trasiego del dinero, el desgaste del metal, la pérdida de peso y, sobre todo, la dificultad de transportarlo, con seguridad, en grandes cantidades, dieron paso a un nuevo medio de intercambio: El dinero de papel. Ya no se entregaba oro como pago de una compra, sino un justificante de que había oro depositado en un lugar determinado y quién era su propietario, ofreciendo siempre la garantía de que, en cualquier momento, aquél justificante podía ir a cambiarse por la correspondiente cantidad de oro. Ya no hacía falta ir con el oro de acá para allá, para comprar y vender. El papel, que representaba un valor, podía pasarse de mano en mano y tardar mucho hasta que alguien decidiese cambiarlo por el oro que representaba.

Lógicamente, que se aceptase un papel como forma de pago, exigía que quien lo ofrecía tuviese la solvencia económica y social necesaria: debía ofrecer confianza. Y, aunque cualquier persona o entidad particular podía disfrutar de tal solvencia, la prerrogativa de emitir justificantes, billetes de banco, como sustitutivo del dinero metálico, recayó enseguida en el Estado. Así surgió la banca oficial.

En un principio, la cantidad de dinero de papel que se emitía era la necesaria para inter-cambiar las mercancías que circulaban en el mercado. Podía ser menor o igual que la cantidad de oro depositado, pero nunca mayor. No se emitían billetes porque sí, sino para facilitar el intercambio. Como es lógico, no se podían emitir varios justificantes sobre la misma cantidad de oro, porque había que garantizar poder canjear, en cualquier momento, por oro, todos los billetes emitidos. En esa época, los billetes de banco eran dinero total y obligatoriamente convertibles. Quiere decir que en cualquier momento se podía cambiar la totalidad de los billetes por la cantidad de oro correspondiente.

Sin embargo, fruto de todas las facilidades que este sistema monetario otorgaba para producir y comerciar, y bajo la presión constante del máximo beneficio como objetivo, la necesidad de disponer de más dinero en circulación superó la cantidad total de oro depositado, y dio lugar a la aparición del dinero de papel parcialmente convertible. ¿Qué quiere decir esto?

EL DINERO DE PAPEL SE CONVIERTE EN EL REY DEL MUNDO

Pronto se observó que, la mayoría de la gente no acudía inmediatamente a canjear sus billetes por oro. Se comprobó estadísticamente qué porcentaje acudía normalmente a hacerlo y, por lo tanto, qué cantidad máxima de billetes se podía emitir, sin poner en peligro la convertibilidad del dinero y la confianza en el sistema o, dicho de otra manera, qué cantidad mínima de oro había que conservar en depósito para garantizar que, quien viniera con su billete, se pudiera llevar la cantidad de oro correspondiente. La emisión de billetes aumentó hasta lo máximo aconsejable. Y consecuentemente aumentó la posibilidad de atesorar, de prestar, de conceder créditos, aumentó la actividad, aumentó la producción y el comercio y también aumentó la cantidad que se cobraba por intereses. Quienes tenían dinero atesorado aprovechaban la ocasión y cada vez exigían más intereses. El mercado del dinero fue cogiendo peso, convirtiéndose, en poco tiempo, en el eje central de la economía. Los billetes dejaron de considerarse como justificantes de un depósito de oro, pasando a ser tratados como bienes en sí mismos, como mercancías que se podían comprar y vender, y cuyo precio, como el de todas las mercancías, dependía de lo que te quisieran pagar por ellas. El dinero empezó a convertirse en un valor relativo. Los billetes ya no representaban el valor de lo que había costado producirlos. Pero ahí no paró la cosa. Se empezó a emitir “papel” de todo tipo, justificantes o títulos representativos de valores diversos que servían también para pagar en los intercambios, se pagaba con “letras” de cambio, con pagarés, con acciones, con obligaciones, títulos emitidos por los estados, pero también por particulares… de tal manera que las posibilidades de realizar operaciones de intercambio aumentaron hasta el infinito. En realidad, en el mercado del dinero, en las Bolsas, lo que más frecuentemente se compra y vende son papeles que representan deudas, promesas de beneficios futuros, no bienes tangibles contantes y sonantes. El crédito se ha constituido en instrumento fundamental para mover la economía.

Todo este proceso vino impulsado por circunstancias diversas que aconsejaban su desarrollo, especialmente las crisis y las guerras. La necesidad de más dinero para “relanzar la actividad”, que permitiese reparar los daños ocasionados, por ejemplo, por las dos grandes guerras del s.XX, sobre todo por la segunda, urgió una mayor agilidad en la utilización del dinero que, hasta entonces, dependía demasiado del oro. Y el progreso en las comunicaciones facilitaron que un mismo bien, “sin moverlo del almacén”, se vendiera y comprara, varias veces, en un mismo día, produciendo beneficios, supuestamente, a todos los que intervenían en el intercambio.

PONER ALGO DE ORDEN, PERO HASTA CIERTO PUNTO

Como había que poner algo de orden en esta vorágine, en 1944, se estableció un acuerdo internacional (Bretón Woods), por el que los billetes de banco de todos los estados se podían cambiar (convertir) por dólares, manteniendo el dólar un valor fijo de equivalencia expresado en oro. La banca oficial norteamericana se convertía en banco emisor mundial y su solvencia descansaba en sus reservas de oro y en el potencial de su economía, poco dañada por la guerra. Los productos y los billetes yanquis invadían todos los mercados. El comercio entre estados se realizaba en dólares y el mundo se fiaba de que la Reserva Federal de los EEU, en cualquier momento, podía hacer frente a las demandas de oro de cualquier portador de billetes verdes.

Después de un “largo” período de 27 años, EEUU, agobiado por su deuda con otros países, suspendió unilateralmente la convertibilidad del dólar. Ya no garantizaba su canje por oro, ni mantenía su equivalencia fija con una cantidad de este metal. La economía americana había perdido terreno, ya no ingresaba tanto, y se vio obligada a  emitir billetes sin valor propio objetivo, ya que no estaban respaldados por una cantidad equivalente de oro sino por su supuesta solvencia económica.

A partir de ese momento, el valor del dinero depende de la necesidad que haya de él y de la cantidad del mismo que esté circulando en el mercado. O sea, de la oferta y demanda de dinero. Cuando el dinero se guarda, o cuando hay poco, la cantidad que se ofrece pagar para comprar un producto es menor y, en proporción, el valor del producto sube, los precios bajan. Cuando se pone todo “a gastar” o se emiten más billetes, la cantidad que se está dispuesto a pagar por un producto es mayor, el valor del producto baja, los precios suben: se produce inflación. Quienes tienen el poder reconocido o supuestamente atribuido de emitir billetes tienen claramente un gran arma en su mano para influir en el valor del dinero, en el de la producción y en la economía en general.

La actual crisis del euro, moneda creada para arrebatar parte del poder económico a los EEUU, viene marcada por todos los condicionantes derivados de la lucha por el poder económico, por el control del dinero, por la autoridad para emitir billetes, en definitiva, por todos los condicionantes de la historia del dinero, tal como se ha desarrollado a lo largo de los tiempos.

MORALEJAS

A partir de este momento, el trabajador no sólo depende de lo que le quieran pagar por su trabajo, sino, además, de lo que le quieran dar en la tienda por el dinero que ha cobrado como salario.

La Humanidad ha sabido vivir, durante casi 800.000 años, sin dinero. La aparición de éste se calcula que se produjo, como mucho, hace 6.000. Los primeros billetes oficiales de papel moneda no hace más de 200. El cambio del patrón-oro por el patrón-dólar 65. Y el abandono del dinero a su suerte hace sólo 35 años.

En 1948, un comerciante santanderino compró a peso un vagón de billetes de marco alemán de curso legal en aquél momento. El marco valía entonces muy poco, y pensó que la economía alemana se recuperaría y el marco subiese. A los pocos días, el gobierno alemán sustituyó aquél marco por otro, anulando el anterior. Al avispado santanderino le quedó sólo el valor a peso del papel de los billetes, que, por tener tinta, ni siquiera servía entonces para reciclar, por lo que su negocio resultó todo un fiasco.

¿Será tan seguro el dinero actual? La crisis que vivimos demuestra que no.

¿Será tan imprescindible el dinero? La historia de la Humanidad parece atestiguar que tampoco.

¿Podemos hoy vivir sin dinero, sin bancos…?

viernes, 26 de agosto de 2011

Curso Popular de Economía. MATERIAL DEL BLOQUE 1.

GUIÓN PARA EL TRABAJO

Nota. Se trata, en esta fase, de trabajo personal, buscando definiciones, usando los medios al alcance de cada uno. Se trata de un esfuerzo individual, fundamental para digerir mejor los conceptos, cuyo resultado se complementará con la puesta en común en las sesiones de grupo. Es interesante, por tanto, que cada uno vaya guardando sus “averiguaciones” para que, llegado el momento de ponerlas en común, el volcado sea más ágil, yendo al grano.
 

Bloque 1. EL CAPITALISMO NO PROGRAMA SUS CRISIS
       
Radiografía de la crisis por sus manifestaciones

¿Qué son las hipotecas basura?
¿Qué las hipotecas subprime?
¿Qué son los activos tóxicos?
¿Qué es la “financiarización” de la economía?
¿Qué es la “titulización de los activos”?
¿Qué son los fondos o bancos de inversión?
¿Qué son los bonos de deuda?
¿Qué son los seguros y primas de riesgo?
¿Qué es la “deuda soberana”?
¿Qué son los “activos de/a futuro”?
¿Cuál es la diferencia entre economía productiva y economía financiera?
¿Qué es la “sobreacumulación” en la economía productiva?
¿Qué es el “subconsumo”, en general, en la economía?
Etc.

Los orígenes de esta crisis: ¿hay una fecha exacta?
    Cronología: apuntemos unas fechas y datos, al menos

Naturaleza de las crisis capitalistas:
   
    ¿Es lo mismo crisis del sistema que crisis social?
    ¿Qué relación hay entre ambas?
 
Causas generales de las crisis capitalistas: ¿son propias o ajenas?
¿O son consecuencia de un mal funcionamiento del sistema?
¿Es indispensable la confianza mutua para el funcionamiento del sistema capitalista?
¿Es suficiente esa confianza mutua para evitar las crisis?
¿Es posible esa confianza?
 
Naturaleza de esta crisis
   

El endeudamiento generalizado
        Sus Causas y origen
        Saldar, mantener o aumentar la deuda, ¿a quién interesa?
La invasión de los “activos tóxicos” ¿fruto de la globalización de la economía?
¿Quiénes son los deudores?
¿Quiénes los acreedores?
¿Qué o quiénes son “los mercados”?

La crisis ¿es un mal?
¿Por qué?
¿Para quién?
       
La crisis ¿es una oportunidad?
¿Por qué?
¿Para quién?

Distintas salidas de la crisis según quién cargue con sus consecuencias
    ¿Quién decide la forma de salir de las crisis?
            ¿Puede haber salidas que sean buenas para todas las partes?
 
Analizar y comentar:

Anexo 1. Texto: Rebelion. El mayor problema en España y en la Eurozona no es ni el déficit ni la deuda pública.

Vicenç Navarro

Como he indicado en otro texto, los conceptos de déficit público y deuda pública son conceptos que se utilizan constantemente (en la literatura económica, así como en la popular) en términos alarmantes, como si el crecimiento del déficit y de la deuda pública representaran un problema gravísimo para nuestras economías en la Unión Europea (UE).

En realidad, frecuentemente ambas se presentan como las causas del estancamiento de las
economías en la Unión Europea de los Quince (UE-15). Estas afirmaciones, constantemente reproducidas no sólo en los medios de mayor difusión, sino también en revistas de información económica, no tienen ninguna base científica. El déficit público del estado estadounidense en 2010 fue del 10.6% del PIB, mayor que el promedio de los países de la Eurozona (6%). Y dentro de EEUU hay un estado, California, que, tanto en términos absolutos, como proporcionales, tiene una deuda pública que es mayor que la de Grecia o cualquier otro país de la Eurozona. Y a pesar de ello, el dólar es más estable que el euro y no es sujeto de campañas especulativas como está ocurriendo ahora con el euro.

El hecho de que esto ocurra no se debe ni a causas económicas, ni a causas monetarias, ni a causas financieras. Se debe única y exclusivamente a causas políticas, que son las que configuran los problemas económicos, monetarios y financieros. No hay que confundir (aunque tal confusión ocurre constantemente) los síntomas (los problemas) con las causas
de la enfermedad (la distribución del poder en cada sociedad). El problema de la falta de estabilidad del euro se debe a que no hay un estado que le de soporte frente a las avalanchas especulativas. El dólar, en cambio, tiene un estado federal que lo apoya (apoyando también a California). Que ello no ocurra en la Eurozona (y en la UE) se debe al excesivo poder del capital financiero en los países de la UE-15, poder que se lleva a cabo con la complicidad de las grandes corporaciones transnacionales, así como de las clases dominantes de cada país de la Eurozona. Son estos grupos y clases los que crearon la estructura de la Eurozona con el objetivo de debilitar al mundo del trabajo. Hoy estamos viendo la aplicación de políticas de claro corte neoliberal (desregulación de los mercados laborales, con dilución y debilitamiento de los convenios colectivos y sindicatos, y reducción de la protección social y del estado del bienestar) que tienen el propósito de reducir los salarios y debilitar a las clases trabajadoras (erróneamente definidas como clases medias, término que se utiliza en EEUU para definir a las clases trabajadoras) de los países de la Eurozona.

Evidencia que apoya tal postura

Varios indicadores muestran la veracidad de tal postura, raramente visibles en los medios y/o en los forums de debate político dominantes. Uno de ellos es el énfasis en salir de la crisis a base de reducir el déficit público mediante recortes del gasto público. El objetivo que se utiliza en la argumentación neoliberal en defensa de estas reducciones de gasto público (en transferencias y servicios públicos) es que hay que disminuir la deuda pública que el déficit genera. Pero el mayor problema que existe en España no es la deuda pública, sino la privada. La deuda pública representa sólo el 13% de toda la deuda. La gran parte de la deuda es deuda privada (87%). ¿Por qué, entonces, este énfasis en querer reducir la deuda pública? En realidad, en este intento de reducir el déficit y la deuda pública, se están recortando también las pensiones públicas que no tienen nada que ver con el déficit público. La Seguridad Social no está incorporada en el presupuesto del estado, y la mayoría de las pensiones son las contributivas, que no se pagan con impuestos y que no afectan, por lo tanto, al déficit. Pero el hecho de que se reduzcan las pensiones no tiene nada que ver con la reducción del déficit y de la deuda pública. Lo que en realidad se desea es disminuir la protección social (de la cual la Seguridad Social es un elemento clave) para debilitar al mundo del trabajo. Un tanto parecido ocurre con el descenso de los salarios de los empleados públicos. El objetivo más importante de esta medida no es ahorrar fondos
públicos (que podría conseguirse aumentando selectivamente los impuestos, tal como ha sugerido el sindicato de Inspectores de Hacienda del propio Ministerio de Economía del Estado español), sino presionar para bajar los salarios, tanto públicos como privados, resultado de la interconexión salarial entre el sector privado y el sector público. En realidad, el endeudamiento público en España es hoy incluso bajo (en términos proporcionales), y ello es una de las causas del elevado endeudamiento privado, que es el mayor problema que tiene España. Y este endeudamiento privado se debe a varios factores. Uno de ellos es la mala distribución de las rentas en España, otro tema raramente citado en los medios y en el debate político. Desde que España ha entrado en el euro, las rentas del trabajo como porcentaje de la renta total han ido disminuyendo en una proporción incluso mayor que en el promedio de la Eurozona. Y ello a pesar de que el porcentaje de la población que se ha ido incorporando al mercado de trabajo ha ido aumentando. Lo que este dato indica es que –en contra de lo que muestra la argumentación neoliberal- los salarios han crecido menos que la productividad. ¿Cómo se explica, sino, que las rentas del capital hayan crecido más rápidamente que las rentas del trabajo durante este periodo?

Las causas del crecimiento del sector financiero

Esta pérdida de la capacidad adquisitiva ha forzado el enorme crecimiento del endeudamiento, el cual no tuvo un impacto negativo en la demanda (hasta que apareció la crisis en 2008), debido a la facilidad de conseguir créditos a bajos intereses, resultado de tener el euro como moneda. Ello benefició, en particular, a los países periféricos de la Eurozona, incluida España, para los cuales el cambio de su moneda al euro significó un aumento de la estabilidad y acceso al crédito. De ahí que la introducción del euro significara el crecimiento del endeudamiento y, por lo tanto, del sector financiero dentro de las economías, crecimiento que se hizo a costa de los sectores de la economía productiva. La burbuja inmobiliaria en España es un ejemplo de ello. Este endeudamiento fue financiado por capital extranjero. De nuevo, este endeudamiento exterior fue predominantemente del sector privado (83%). Sólo una parte muy pequeña de la deuda externa procede del sector público (17%). Es sorprendente, pues, que toda, o casi toda, la atención se centre en la deuda exterior pública, cuando el mayor problema es la deuda exterior privada. En realidad, todo el énfasis (que abarca la atención mediática y política) en
la “presión de los mercados financieros” es claramente desorbitada. La mayoría de la deuda pública española es doméstica (54%), y sólo una minoría (44%) es extranjera (procediendo predominantemente de bancos alemanes y franceses). Los desorbitados intereses que se imponen a la deuda pública (por parte de unas agencias de evaluación que son meros instrumentos de la banca) representan un enorme flujo de fondos públicos a la banca, de la cual la mayoría es la banca española (y otras entidades financieras). Y ahí está el otro problema que raramente se cita. La banca y las entidades financieras reciben dinero prestado del Banco Central Europeo a unos intereses muy bajos (1%).Y con este dinero compran deuda pública a unos intereses de la deuda pública que van del 6% en España a un 12% en Portugal (los bancos españoles son los que poseen más deuda pública portuguesa) y 17% en Grecia. Así se forran de dinero según el proceso que llaman de capitalización, sin que dediquen estos fondos a proveer crédito. Y para colmo, según las reglas del juego, el Banco Central Europeo no puede prestar dinero directamente a los Estados. Últimamente, ante la gravedad de la crisis, ha comenzado a comprar bonos públicos de los Estados en situación difícil, pero, incluso ahora, no puede comprar bonos directamente al Estado, sino que tiene que comprar bonos públicos a los bancos (lo que se llaman mercados secundarios). La mayoría de la deuda externa es la que deben las
instituciones financieras a los bancos alemanes y franceses. En realidad, los bancos de los países centrales de la Eurozona han prestado 1.579 billones de euros a los países periféricos, de los cuales sólo el 17% son en deuda pública a los estados periféricos. La enorme austeridad impuesta a los estados parece desproporcionada teniendo en cuenta que es una parte muy menor. Pero lo que es digno de mención es que cuando la banca entró en crisis, con graves problemas de insolvencia debido a la deuda externa, fueron los estados, incluyendo los estados periféricos, los que invirtieron enormes cantidades de fondos públicos para salvarla, ayuda que se hizo sin poner condiciones. En realidad, parte de la deuda pública se debe al esfuerzo público para ayudar a la banca. Y la llamada ayuda de la “troika” (Consejo Europeo, Comisión Europea y Fondo Monetario Internacional) es, en realidad, ayuda a los estados para que paguen a los bancos, incluyendo los bancos de los países centrales.

¿Por qué se intenta debilitar al mundo del trabajo?

Según la argumentación neoliberal, la salida de la crisis en la Eurozona pasa por la aplicación del modelo alemán al resto de países. El modelo alemán es el modelo exportador, basado en unos salarios bajos (en relación con su productividad) que crean una plusvalía que genera una acumulación de euros. Pero tal modelo es inviable, entre otras razones, porque un modelo exportador requiere países importadores. Y puesto que los importadores son países de la Eurozona, la reducción salarial y los recortes de gasto público reducen la demanda. Es más, intentar salir de la crisis a base de reducir salarios y
protección social es profundamente erróneo, pues ignora la historia económica, que muestra como las recesiones necesitan medidas expansivas para salir de ellas. De ahí que las proyecciones de recuperación son inviables. Y la experiencia así lo demuestra. Desde que España entró en el euro, ha sido un alumno ejemplar de las enseñanzas neoliberales. En realidad, redujo su déficit, y de hecho tuvo un superávit, incluso a pesar de reducir los impuestos, sobre todo de las rentas superiores. Ello no le sirvió de nada (repito, de nada) para evitar la enorme crisis. En realidad, facilitó que la crisis fuera particularmente dañina, pues la reducción de impuestos significó que se creara un déficit estructural de su estado que explica que, una vez explotara la burbuja, el déficit del estado se disparara.

¿Cuáles son las alternativas?

La situación actual es insostenible. Quiere decir que los países periféricos estarán estancados durante muchos años. Sólo hay dos alternativas. Una de ellas es establecer una estructura federal europea, un Estados Unidos de Europa, comprometida en unas políticas expansivas de estímulo económico. El desarrollo de instituciones financieras, económicas y fiscales a nivel europeo, que sean responsables a instituciones democráticas (escasamente desarrolladas a este nivel, donde el Parlamento Europeo es una institución con escasas competencias en las áreas económicas, financieras y fiscales) sería imperativo en esta alternativa. Esta vía es la que están presionando componentes de las izquierdas europeas y de los sindicatos. La otra alternativa para los países de la periferia es salir del euro. Ahora bien, incluso esta opción depende de cómo se haría la salida del euro. Gran Bretaña no está en el euro y, sin embrago, es el país de la Unión Europea que está recortando más los gastos públicos. De ahí que una variable de enorme importancia, en caso de considerarse esta alternativa, sería discutir cómo se haría esta salida del euro y quien absorbería los costes de esta salida. Es un indicador de la escasa cultura democrática existente en España que no se haya iniciado un debate sobre estas alternativas. El único debate visible mediáticamente es cómo, cuándo y cuánto debe reducirse el déficit y la deuda pública. Y así estamos.



miércoles, 24 de agosto de 2011

CURSO POPULAR DE ECONOMÍA Y DEBATE SOBRE ACCIÓN POLÍTICA INSURGENTE

Comunicación del Curso
Jmg.

Presentación: Ir a las raíces

A menudo, los políticos, los especialistas y los medios de comunicación nos dan unas explicaciones de la crisis como si fuesen dogmas, y nos proponen unas salidas como si fuesen las únicas posibles.

Y nosotros, las escuchamos pasivamente, sin pararnos a pensar sobre lo que nos están diciendo. En el mejor de los casos, nos esforzamos en comprender lo que nos proponen tratando de descubrir si es o no lógico.  

Pero lo solemos hacer, inconscientemente, midiendo la coherencia de lo que nos dicen según sus principios y no según los nuestros. Pero, la mayoría de las veces no entendemos lo que nos están contando. Por otra parte, tenemos miedo a enfrentarnos con algunos conceptos porque los consideramos difíciles de entender o porque sospechamos que su conocimiento puede afectar a nuestro modo de vida individual. Conocer la verdad sobre las cosas y llamarlas por su nombre nos hará libres más que otra cosa.

Y, como mucho, nos contentamos con encontrar una explicación lógica sobre el relato de los acontecimientos, sin profundizar en por qué, cuándo y cómo se ha llegado a esta situación. Pocas veces llegamos a plantearnos si la historia podía haberse desarrollado de otra forma. No vamos a las raíces.

Todo ello hace que, a pesar de los nuevos movimientos, estemos en un atolladero del que nos va a costar salir.

Con la idea de contribuir, modestamente, a encontrar la salida popular a la crisis que necesitamos, y conocedor de mis propias limitaciones y de que no es fácil hablar de estas cuestiones de forma que las comprendamos la mayoría, es por lo que propongo este –llamémosle- “curso”, en el que, entre todos, podamos llegar a conocer las cosas por nosotros mismos. ¿Por qué “popular”? Porque se trata de acercar a la mayoría de nosotros conceptos profundos, aunque no necesariamente complicados. Existen muchas opiniones y profundos análisis sobre lo que está ocurriendo, pero casi todos parten de un nivel de conocimientos que dan por supuesto que tenemos todos. Popular, también, porque no es habitual que los análisis que se nos ofrecen se hagan desde la perspectiva de los intereses populares. Partir desde cero, desde nuestra ignorancia e ingenuidad, desde nuestra lógica y sentido común, y hacerlo colectivamente, es algo que frecuentemente echamos en falta y será lo que nos permita comprender lo que realmente hay detrás de los discursos oficiales. El trabajo no va a ser liviano, pero considero necesario acometerlo por una vez.

La metodología es la siguiente. Por una parte, propongo un trabajo personal, donde, quien vaya a participar, busque, por sus propios medios, aclaración sobre algunos conceptos. Hoy hay muchos medios a nuestro alcance para conseguirlo. Por otra parte, planteo preguntas, unas más concretas que otras. Y también hago algunas afirmaciones sobre las que habrá que manifestarse si se está o no de acuerdo y en qué medida. También propongo algunos textos, algunos breves, otros no tanto, algunos clásicos, otros originales, escogidos de entre otros muchos posibles, pero que pueden condensar parte de la problemática de la que tratamos.

Todo este trabajo personal lo haríamos en una primera fase, y supondría un importante avance para pasar a la segunda, porque llegaríamos con una parte importante de “los deberes hechos”. Por supuesto que el grado de participación y la aceptación de la metodología es libre y voluntaria pero, por el “bien de la comunidad”, y para que perdamos todos el menor tiempo posible y seamos capaces de sacar conclusiones prácticas, aceptarla será muy útil.

La segunda es de trabajo colectivo. Nos reuniríamos en una o varias sesiones, más o menos largas, de trabajo, que iríamos fijando entre los participantes, en función del interés que cada cuál encuentre en seguir trabajando. En estas sesiones, y según el número de participantes, nos dividiríamos en grupos, donde, siguiendo el guión, pondríamos en común lo conseguido en nuestro trabajo personal, con la intención de alcanzar la síntesis que resulte de las distintas aportaciones. Posteriormente, nos juntaríamos todos los grupos en pleno y trataríamos de llegar a una síntesis general. Es metodología al uso.

El trabajo está dividido en bloques, de los cuales, los cinco primeros son de carácter conceptual. Necesitamos avanzar en el conocimiento de las cosas y en utilizar un lenguaje común. El sexto de los bloques pretende ser de contenido más práctico, pues supone que vamos a hablar de método, objetivos y estrategia, pero aquí los planteamientos son completamente abiertos. Se trata sólo de iniciar el debate. No se trata de perfilar al detalle un modelo de sociedad futura porque, cuando llegue el momento de poder hacerlo, inevitablemente intervendrán, quién sabe si con o sin nosotros, otras muchas personas que ahora todavía no están en movimiento, o que se mueven en otros campos, pero que legítimamente tendrán la última palabra. Se trata, sin embargo, de empujar nosotros, desde ahora, y en la medida de nuestra capacidad, para que ese momento llegue cuanto antes. Este último bloque, por tanto, más que una parte del curso, sería el inicio de un debate sobre líneas de trabajo y alternativas a medio y largo plazo.

En el tiempo, el desarrollo del curso sería el siguiente: durante los meses de agosto y setiembre llevaríamos a cabo el trabajo personal, de tal manera que, a primeros de octubre, pasaríamos al colectivo. El calendario concreto con sus fechas y horarios lo iríamos elaborando sobre la marcha, como resultado de la comunicación que establezcamos entre todos los participantes, pero siempre en el horizonte temporal apuntado arriba. El trabajo personal podemos empezarlo desde ya.

La comunicación sobre dudas, anticipo voluntario de opiniones, comentarios y sugerencias, la centralizaremos en la dirección de correo:


E irían apareciendo en el blog: josemariagrubercorredordefondo.blogspot.com

En concreto, inicialmente, quien esté interesado en acometer esta “apasionante” aventura de investigación, será conveniente que me lo comunique, por cualquiera de los medios disponibles (quizás el más práctico, para la mayoría, sea el correo electrónico). A los interesados, cada semana, les trasladaré, por el mismo conducto, el material (guión y textos) correspondiente a cada bloque, porque entiendo que ayuda a llevar el trabajo con cierto orden y no dejarlo para el final. Algunas cuestiones de algunos bloques puede que estén respondidas en otros bloques posteriores, pero es importante esforzarse por encontrar la respuesta en su contexto. De cualquier manera, quien quiera recibir todo el material de una vez, no tiene más que manifestarlo expresamente

Dependiendo del interés que despierte este “Primer Curso”, en uno “Segundo”, empleando la misma metodología, trataríamos de la economía capitalista en su conjunto y sus repercusiones sociales y políticas.





Bloque 1: EL CAPITALISMO NO PROGRAMA SUS CRISIS

Bloque 2: DINERO NO FALTA, SOBRAN LADRONES

Bloque 3: CAPITAL, RENTA, TRABAJO, VALOR, DINERO Y PRECIO

Bloque 4: LOS INGRESOS EN EL SISTEMA CAPITALISTA

Bloque 5: ¿QUIÉN TUMBARÁ AL CAPITALISMO?

Bloque 6: SABEMOS QUE NO SOMOS ÚNICOS NI PERFECTOS, Y QUE NECESITAMOS DE TODO. POR ESO, PRECISAMENTE, PODEMOS CRECER Y LLEGAR A SER MAYORÍA

martes, 9 de agosto de 2011

"POBRECITO MI PATRÓN"

Solemos decir que el sistema capitalista no es mejorable, que es incontrolable, por esencia, y que llega a devorar a muchos de aquellos que en principio pensaron que iban a salir beneficiados con él.

Para analizar estos aspectos, y, sobre todo, el último de ellos, para descubrir la verdadera esencia del capitalismo, vamos a hacerlo centrándonos, esta vez, en la figura y avatares de un imaginario pequeño empresario de nuestro tiempo, tan presente, por cierto, en la economía de los países desarrollados.

Inicialmente, ese pequeño empresario, fue, como otros muchos, obrero, trabajador por cuenta ajena. Al cabo de los años, bien porque ahorró un poco, porque lo pidió prestado, porque se vio empujado por las circunstancias o, simplemente, porque pensó que le iba a “ir mejor en la vida”, decidió hacerse empresario y contratar obreros que trabajasen para él. También pudo ser un más o menos adinerado “hijo de papá”. Para nuestro caso, es lo mismo.

Pero, en cualquiera de los casos, no todo es tan sencillo, ni se presenta siempre de igual forma. Y, sin duda, nuestro empresario, desde el principio, deberá responder a varias cuestiones para las que no está preparado.

¿Cómo se desenvuelve  la vida de un pequeño empresario en el sistema capitalista?

Veamos.

Cuando “nuestro patroncito” de turno haya terminado, por ejemplo, el primer año como empresario, o un ejercicio económico, o una etapa de su actividad empresarial, habrá invertido “su” dinero en hacerse con un local, comprar unas máquinas y herramientas, proveerse de materias primas, contratar energía, emplear trabajadores, producir... y vender en el mercado todo lo producido. Habrá completado todo un círculo productivo.

En ese momento, surgirá su primera duda y deberá optar entre: retirarse y dedicar el parte de su vida o toda la que le resta a gastar lo obtenido con la venta de sus productos, o plantearse iniciar de nuevo otro círculo productivo.

Podrá optar por lo primero si ha logrado hacer el “negocio del siglo” que le permita vivir toda su vida de lo ganado, cosa poco habitual. Lo normal será que opte por lo segundo: poner parte de ese beneficio a producir. Es lo que se llama hacer capital. En este caso, podrá elegir, a su vez, entre varias posibilidades.

Se supone que, con la venta de sus productos, ha obtenido dinero suficiente para seguir pagando el alquiler del local, reparar las máquinas, reponer herramientas, proveerse de materias primas y energía, contratar trabajadores y procurarse su propio sustento. Si no sería una ruina.

Pero, si sólo ha conseguido esto, o sea, cubrir gastos y nada más, es fácil que la duda sea mayor, y calcule si los intereses que le pudiera producir ese dinero metido en el banco, serían suficientes como para dejar de trabajar y vivir tranquilamente, pues, si es así, no le merecería la pena meterse, otra vez, en tantos rompecabezas como su “frenética actividad empresarial” le ocasiona.

Sin embargo, lo normal es que con su negocio obtenga más ingresos.

Se llama ganancia al sobrante que le queda después de haber pagado todos los gastos, incluida su supervivencia y la de su familia.

Ese sobrante, que le pertenece “por ley”, por ser el dueño del negocio, le permitirá optar, a su vez, entre: o bien invertir de nuevo, esta vez, más cantidad que la vez anterior, o sea, ampliar su negocio, mo-dernizarlo; o bien “malgastar” todo o parte del sobrante conseguido en lujo y ostentación, “en vivir mejor”; o, por el contrario, guardar ese sobrante, sea para invertir en futuros y nuevos negocios, sea para hacer frente a tiempos difíciles que pudieran llegar; o, en todo caso, aplicar ese sobrante repartiéndolo, de forma mixta,  entre varias de esas posibilidades, al mismo tiempo.


ACUMULAR: ¿es hacerse rico o más poderoso?

Al proceso de dedicar, cada año, una parte del sobrante obtenido en ampliar el negocio se le llama acumulación. Acumulación de capital productivo. Poner más dinero a producir, a obtener más beneficio. Hacer más capital. Capital es el dinero que se pone a producir.

Si el empresario se limitase a invertir siempre lo mismo, en el mismo negocio, en el mejor de los casos, lograría siempre el mismo dinero para gastar en vivir o para guardar. Si esto hace, verá cómo sus ahorros crecen “lentamente”, siempre al mismo ritmo (si no los gasta). Se hará cada vez más rico, tendrá las espaldas bien guardadas, pero “nada más”. No aumentará su capital.

Ahora bien, si parte o todo el sobrante lo dedica a ampliar su negocio, alquilando o com-prando más locales, poniendo más máquinas, adquiriendo más materias primas y energía y contratando a más trabajadores, producirá más bienes, los venderá, y con ello recuperará el dinero invertido en producir. Pero, sobre todo, obtendrá un sobrante, una ganancia mayor que en años anteriores, que será proporcional, al menos, al “esfuerzo económico” realizado, a la sobreinversión efectuada, y mayor, además,  que lo que ese mismo dinero le hubiese producido metiéndolo en el banco, porque, de no ser así, no le compensaría invertir más dinero en ampliar su negocio, “aumentando sus preocupaciones”. No le bastaría con ganar más en su negocio. Deberá ganar más que invirtiéndolo en otra cosa. Para decidir invertir más en su negocio deberá tener claro que, de esta forma, va a ganar más que de otra forma cualquiera.

La acumulación, la ampliación constante del negocio hará al empre-sario más rico, sí, su patrimonio será mayor, pero, sobre todo le pondrá en situación de obtener más beneficio, y, además, le dará más poder, porque será un cliente más solvente para sus proveedores, éstos le fiaran más y le harán mejores precios, tendrá un margen de maniobra mayor, podrá producir más barato que sus competidores y quitarles pedidos y, sobre todo, tendrá a más trabajadores dependiendo de él.


ACUMULAR O MORIR: el “drama” del empresario liberal-capitalista

¿Puede “nuestro patroncito” elegir libremente entre ampliar constantemente su negocio o despilfarrar en lujos personales y/o en ahorrar?

La condición común a todas las opciones que hasta ahora hemos contemplado es que siempre se venda todo lo que se produce. Si no se vende, no se gana, no se recupera, no se puede volver a producir lo mismo y, menos aún, ampliar el negocio. Por tanto,  para que un empresario se decida a invertir su dinero en ampliar su negocio, es necesario, entre otras cosas, que sepa o esté convencido de que va a vender todo lo que produzca, porque la demanda de sus productos en el mercado esté aumentando, o, al menos,  porque tenga muchas seguridades de que lo vaya a hacer, para arriesgar lo menos posible.

Pero, también nuestro empresario tendrá competidores. Por eso, será necesario que sus productos tengan más aceptación en el mercado que los de sus competidores, porque no siempre hay pedidos para todos.

En el sistema capitalista, siempre habrá más productos en el mercado de los que realmente demanda la gente.

¿Por qué?

Porque siempre habrá más fabricantes de un mismo producto de los que son necesarios. Porque las ansias de ganar mueven, ciegamente, a los empresarios, a imitar a aquellos a los que “les va bien”, a los que ven que venden con facilidad, a los que ven obtener más beneficios, pasándose a producir ellos los mismos productos que aquellos, sin medir suficientemente que haya o no mercado para todos. Lo importante es que cada uno se las arregle para vender todo lo que produce y lo haga a los precios que ha calculado.

Cuando no hay mercado para todos, la cuestión se centra, por tanto, en obtener ventaja sobre la competencia. Y hacerlo permanentemente, sin descanso.

No basta con ser “tan bueno” como ellos. Hay que ser mejor. No basta con que se re-partan equitativamente, entre todos, las ventas posibles, porque todos perderán algo, todos se quedarán con parte de lo producido, ya que no hay demanda para todos sus productos, y, por lo tanto, no recuperarán todo el dinero invertido. Incluso los que hayan conseguido que sus productos les salgan más baratos, si no venden todo, perderán (o dejarán de ganar), pues siempre les hubiese resultado más rentable reservar esa parte invertida de más, bien para guardarla o prestarla a interés, bien para invertirla en otro negocio más rentable.

Ser competitivo no es un valor absoluto, sino que siempre está relacionado con lo competitivos que sean los demás. Competitivo quiere decir, en realidad, ser MÁS competitivo. Ser “mejor produciendo” que los demás.

Ser mejor en el mercado que los demás exige, por supuesto, pro-ducir buenos productos, pero también a menor coste y vender más barato que los demás (sin perder dinero, claro). Ser competitivo es un valor relativo.

Se llama productividad a la relación que hay entre la cantidad de dinero invertido y la obtenida en la venta de lo producido. O tambié es la relación entre el dinero obtenido con la venta y el sobrante que queda después de haber pagado todos los gastos. A esta relación se llama tasa de ganancia. También es la relación entre la cantidad de producto obtenido y el tiempo de trabajo que ha costado producirlo. O, lo que es lo mismo, la cantidad de producto que produce cada trabajador. La competencia obliga a que cada empresario intente, cada vez, conseguir mayor productividad, o sea, obtener más por cada euro que invierte en salarios y, sobre todo, más que sus com-petidores.

Aumentar constantemente la productividad es el sino de todo empresario que quiera sobrevivir (como empresario, se entiende).

¿Y quién se arriesga a fracasar en el intento, cuando ha puesto uno voluntariamente en juego todos los ahorros, cuando se ha acostumbrado a trabajar menos (o nada) o más reconfortablemente, cuando ha acostumbrado a los suyos a una vida mejor, al menos, en lo material, cuando lo que ha cosechado en su medio social es una serie de interesados amigos que, por delante le valoran, pero que pueden darle la espalda en cualquier momento, y, tam-bién, cuando “gracias” a su actividad empresarial ha cosechado más enemigos que ami-gos? ¿Y si, encima, acaba en el paro?

La posibilidad de acabar así representa un “verdadero drama” para nuestro patroncito.


“Mi patrón piensa que el pobre soy yo”. ¡Y ES VERDAD!

Afirmaciones como que “ser más rico no es tener mucho dinero sino pocas necesidades”, además de tener una gran dosis de cinismo, pueden ser ciertas sólo en parte.

Superados unos mínimos materiales, efectivamente, uno puede liberarse bastante controlando el aumento de sus necesidades. Pero, para la gran mayoría, alcanzar la meta de esos mínimos materiales está aún muy lejos. Restan aún muchas necesidades básicas por satisfacer para que la gran mayoría pueda empezar a pensar en liberarse de otras necesidades. Para muchos empresarios, poder liberarse de la necesidad de seguir invirtiendo, de ampliar su explotación, de aumentar su productividad resulta prácticamente imposible.

La productividad se puede aumentar invirtiendo en maquinaria para producir más con los mismos o con menos trabajadores. O reduciendo gastos, fundamentalmente, por dos vías: pagando menos por igual trabajo, o pagando lo mismo por más trabajo. O por ambas cosas a la vez.

Es cierto que también se aumenta la productividad ampliando el negocio, sin más, sin modernizarlo, pues siempre habrá gastos fijos que son iguales, sea el negocio más grande o más pequeño. Por ejemplo, la cuota fija del teléfono. Pero las posibilidades de ahorrar en gastos fijos es limitada.

Sobre todo, se aumenta la productividad exigiendo al operario más esfuerzo y atención, más horas de trabajo, obligándole a atender más máquinas, o máquinas más rápidas, y siempre por el mismo salario (o por menos).

Por eso, cuando los empresarios y economistas hablan de productividad, se refieren, casi exclusivamente, al mayor o menor ahorro obtenido por hora de trabajo de cada trabajador.

No en vano, en la economía liberal-capitalista, se llama capital fijo a los locales y maquinaria, y capital constante a las materias primas y energía. O simplemente capital constante a todos ellos. El rendimiento que se pueda obtener de éstos son habas contadas. Está calculado, de antemano, lo que cuestan y lo que puedan dar de sí. Cada metro cuadrado de local permite la instalación de un número determinado de máquinas. Cada kilo de materia prima permite obtener tantas unidades de producto y no más. La velocidad máxima de las máquinas es una y limitada. Todos estos factores (locales, maquinaria, energía y materias primas) son necesarios para la producción. Ninguno de ellos aumenta o varía su valor por el hecho de intervenir en  el proceso productivo. También son habas contadas los precios de estos factores. Reducir costes en estos elementos no es posible, ya que su precio viene fijado por los proveedores .

Al trabajo humano, sin embargo, se le llama capital variable. Siempre es posible estrujar más al operario y siempre es posible pagarle menos. La cantidad de trabajo necesario para producir no es algo invariable.

Por otra parte, y esto es lo más importante, el trabajo empleado en producir es el único elemento o factor de la producción que tiene la virtud de producir más valor de lo que ha costado contratarlo.  Por tanto, de todos los elementos que el empresario compra para producir, el único que le produce ganancia es el trabajo, pues todas las demás cosas que emplea las incluye en el precio de venta por lo que le costaron y no obtiene beneficio por ellas. La ganancia del patrón sólo puede provenir  del trabajo del productor o, mejor dicho, de la parte del trabajo que no paga al productor.

Mayor productividad se traduce así, claramente, en mayor explotación, si por explotación entendemos la cantidad de trabajo (producto) que el empresario no paga al obrero.

Pero, MI PATRÓN TAMBIÉN LO TIENE CRUDO

Es cierto que la acumulación constante tiene como fin conseguir, cada vez, una mayor ganancia, en base a una mayor productividad, pero ésta es limitada. La competencia obliga a un aumento de la productividad constante. Y, contradictoriamente, el aumento de la productividad, obligado por la competencia, acaba, al final, con la competencia misma, pues los más débiles desaparecen. Pero, cuando se acaba la competencia, nuestro patroncito no habrá salido mejor parado.

En la lucha por competir, las empresas más débiles, tarde o temprano, acaban sucumbiendo y desaparecen. Son compradas o absorbidas por las más fuertes y éstas se quedan, no sólo con sus fábricas, sino, sobre todo,  con sus pedidos, con su parte de mercado. Las mayores ganancias obtenidas por las más fuertes les permiten ejercer esa presión con múltiples maniobras y con un esfuerzo relativamente menor. El aumento de la productividad habrá aumentado la producción en su conjunto y, al haber más productos, los precios habrán bajado. La resistencia numantina de los débiles para poder seguir produciendo les habrá forzado a vender más barato de lo que costaron sus productos, les habrá hecho entramparse, hipotecar su negocio, desvalorizarlo, llegando a valer cuatro céntimos en el mercado, y, al final, irremisiblemente, se habrán visto obligados a vender su negocio.

Mientras queda algo de competencia, los precios los marca el mercado. Cuando llega el monopolio, los precios los marca el monopolio, y a su conveniencia.


COMPAÑEROS EN EL INFORTUNIO, ENEMIGOS IRRECONCILIABLES

Tirado en la cuneta o, lo que es lo mismo, engrosando las listas del paro, “nuestro patroncito” recordará la titánica lucha que ha librado para evitar este final.

Pensará, con todo, que sus verdaderos enemigos son los que le acompañan en la fila de la oficina de em-pleo: los parados. Los demás, sus colegas empresarios, sólo han sido “sanos competidores”, que se han portado como él lo hubiera hecho, de haber podido.

Su única obsesión ha sido pagar menos y exigir más a sus trabajadores. Y se ha ganado, con ello, muchas antipatías.

Se dará cuenta de que parte del precio que había tenido que pagar, tanto de los alquileres como de materias primas, era valor de trabajo no pagado por sus explotadores proveedores a sus respectivos trabajadores, era su ganancia. Ha visto que todos hacían lo mismo, explotar es normal y, por eso, ha pensado que era justo y razonable.

Y ha podido comprobar que, quienes han triunfado, son los que más han explotado. Porque, también, en lo que a explotación se refiere, la palabra MÁS es importante. (Insistamos en que más explotación, en términos económicos, no se refiere a más sudor, sino a más trabajo no pagado).

Recordará cómo, en los primero momentos de su larga pelea, “su solución” fue apretar más en el trabajo a sus obreros para que no tuviesen ni un minuto de descanso. Cómo después, compró máquinas que hicieran parte del trabajo y encomendó su funcionamiento y atención a los mismos trabajadores que ya estaban del todo ocupados. A continuación descubrió que comprando máquinas más modernas, rápidas y automáticas, podía prescindir de algunos trabajadores y los mandó al paro. Por último recurrió a bajar los salarios a los que le quedaban pues, “si no estaban contentos, otros muchos, más necesitados, esperaban a la puerta para aceptar lo que ellos rechazaban”.

Pronto se había dado cuenta que su beneficio real era la cantidad de trabajo que no pa-gaba a sus trabajadores, porque de todas las demás facturas no podía rebajar nada; que para producir más barato necesitaba introducir máquinas, a poder ser, las más modernas, y prescindir de algunos trabajadores, cuantos más mejor; pero que si prescindía de ellos, oh! contradicción, ¿a quién iba a explotar? ¿de quién iba a obtener su beneficio?

Nunca supo responder a esta pregunta.

Más de una vez había pensado que sería mejor venderlo todo y meter el dinero en el banco. Pero lo había descartado. Sobraban fábricas como la suya y le darían poco por ella. Y, además, ... amaba su fábrica, “en ella tenía toda una vida invertida”. Y también, pensó: si todos hacemos lo mismo, si nadie se dedica a producir, ¿en qué invertirán los bancos? ¿cómo ganarían dinero? ¿cómo nos pagarían intereses a los ahorradores? Se sentía eslabón inevitable y sacrificado de toda una cadena.

Recordaba con rabia cómo pidió dinero para seguir “peleando”, y cómo hipotecó todo, y cómo se quedó sin nada. Ya había advertido el peligro, pero ¿qué otra cosa podía hacer si no sabía hacer nada más? “Son las leyes de la economía”, se dijo, “los bancos están para ganar dinero y se deben a sus accionistas”.  Al fin y al cabo, él sólo había pretendido lo mismo: ganar dinero.

Más de una vez había pensado que sus proveedores eran unos usureros y aprovechados, que ponían precios desorbitados, que no era justo. Que debería tener fuerza el Estado para regularles los precios, pero ¿y si también se los regulaban a él? No, mejor era que quedasen las cosas como estaban. Si es caso, que el Estado presionase a los proveedores de otros países para que bajaran sus precios, que, incluso, “les mandase la flota” para darles un susto, pero que no pasase de ahí la cosa. Algo tendría que hacer el Estado por los empresarios honrados de su país. Al fin y al cabo, los otros eran extranjeros. Porque ¿quién tiene más derecho a vivir que nosotros los empresarios que somos los que “sostenemos el país”?

Por eso, a lo que no había derecho, lo que nunca comprendería ni perdonaría era que sus obreros hubieran sido tan duros de mollera, tan intransigentes. No se dieron cuenta que la empresa “éramos todos”. Nunca le agradecerían bastante “todo lo que se había sacrificado por sacar la empresa adelante y darles empleo”.

No era justo que, ahora, estuviesen aguardando, con él, en la misma fila, la del paro. Ni siquiera eso se merecían.


MORALEJA

El que se mete a patrón es porque quiere y puede.

El que busca en ello “su” solución no sabe que también puede encontrar su perdición, porque para que unos patrones ganen, otros tienen que perder.

Hacerse patrón suele ser un camino sin retorno.

Muchos empresarios son capaces de sacrificar su bienestar personal con tal de pertenecer al grupo social que tiene poder, aunque sea ocupando los últimos lugares de esa fila privilegiada.

El empresario no crea empleo. Sino que son los trabajadores asalariados los que crean, mantienen y engordan patrones. No hay patrón sin obreros. (Sí puede haber obreros sin patrón).

Los patrones y los obreros siempre tendrán intereses contrarios, aunque alguna vez puedan llegar a encontrarse en una misma fila del paro. Cuando el patrón gana el obrero pierde. Cuando el obrero gana el patrón deja de ganar (que no es lo mismo).

EL DINERO no da la felicidad, pero ayuda... ¡¡¡A COMPLICARLO TODO!!!

Al principio era la vida

Al principio, muy al principio, y desde hace “apenas” 800.000 años (!!!), la gente vivía de la recolección de los frutos de la Naturaleza, se abastecía libremente y apenas tenía que intercambiar, haciéndolo, en todo caso, mediante el trueque, producto por producto, sin problemas para encontrar equivalencias de valor, pues costaba parecido recolectar un coco que una pera.

La capacidad de observación, la energía y la habilidad manual propias del ser humano, unidos a la necesidad de protección y seguridad vital ante la propia Naturaleza, desarrollaron su capacidad de transformar, mediante el trabajo, los recursos naturales, logrando obtener, no sólo medios nuevos de subsistencia, sino también en mayor cantidad.

Pasó de depender absolutamente de la Naturaleza a empezar a dominarla, manipulando, en provecho propio, sus leyes de funcionamiento.

De una época en que sólo se producía (recolectaba) lo necesario para subsistir, se pasó “pronto” (¡¡¡sólo 700.000 años más tarde!!!) a producir más de lo necesario, y a repartirse el trabajo en distintas funciones o especialidades entre los distintos miembros de la comunidad. Nació el excedente y la división del trabajo.

De una época en que el valor de las cosas dependía exclusivamente de que fueran útiles o no para la satisfacción de las necesidades, se pasó a otra en que lo importante era poder cambiar unas cosas por otras y, para que esto fuera posible, las cosas empezaron a valer lo que había costado producirlas (trabajo).

Acaparar para vivir sin poder dormir

Llegados a esta nueva época, cuando las comunidades fueron capaces de producir más de lo que necesitaban, surgieron las interrogantes y las preocupaciones nuevas de cómo almacenar, cómo conservar, cómo defender el excedente acumulado y cómo cambiarlo por otros bienes, cómo transportarlo. Así apareció, “inmediatamente” (¡¡apenas 70.000 años después!!) y simultáneamente, las funciones del soldado y del comerciante en la comunidad, quienes estaban liberados del trabajo de producir y tenían la misión de proteger e intercambiar los bienes sobrantes con otras comunidades.

La diferencia de valor en trabajo de los diversos bienes, hizo enseguida casi imposible el trueque entre comunidades distintas, lo que dio lugar a un acuerdo entre los distintos comerciantes, por el cual se establecía un bien con valor propio, sea por su utilidad (la sal, por ej.), sea por el trabajo que costaba producirlo (el oro y otros metales), que reuniese las cualidades de aceptación general, inalterabilidad y, sobre todo, divisibilidad, que permitiese establecer, en cada caso, una equivalencia exacta entre los distintos valores de los distintos bienes: el dinero, un bien diferente, que no servía para satisfacer ninguna necesidad, pero sí para cambiarlo por aquellos que sí satisfacían las necesidades. Esto se produjo –decíamos- “rápidamente” (¡unos 20.000 años después!).

El dinero, que no es, en sí mismo, ni malo ni bueno, que facilita los intercambios, no necesariamente ayuda a aumentar la producción y la calidad de los productos (el dinero no engendra dinero, decía Tomás de Aquino), pero sí incita a ello. Porque tan pronto como la figura del comerciante adquiere relevancia social, merced a su enriquecimiento, el dinero se convierte en objetivo de toda actividad, sea productiva o de servicios. Se trabaja para obtener dinero. El comerciante había pasado de ser vendedor y comprador en nombre de la comunidad (lo comido por lo servido) a ser autónomo, compra y vende a su comunidad y vende y compra a las demás por cuenta propia, juega con los precios, y eso le permite obtener un beneficio, en dinero, que puede atesorar y aumentar, cada vez, su negocio, y prestar a otros, si llega el caso. De esta forma pasa a obtener un beneficio mayor que el que le produciría el sólo cobro por su función de intermediario.

Don Dinero es el rey.

Trabajar más para producir más y mejor y poder vender se convierte en un fin en sí mismo. Ya no se produce únicamente lo necesario para vivir, sino que se produce para poder vender por dinero. Pero, al mismo tiempo, el productor, el trabajador, poco a poco, perdió autonomía, ya no le bastaban sus manos y sus conocimientos para trabajar, empezó a depender del dinero para producir, para comprar herramientas y materia prima, para transportar, para vender, e, incluso, para poner precio al fruto de su trabajo. Empieza a depender del comerciante intermediario y de quien tiene el dinero necesario para montar una empresa. Pronto, al no contar más que con sus manos, sus conocimientos y habilidad, con su fuerza de trabajo, ésta fuerza la tendrá que vender, como una mercancía más, en el mercado como otra cualquiera, aceptando el precio que le ponga quien se la compre, el empleador, el contratador, y siempre en función de que haya muchos o pocos productores dispuestos a vender su trabajo y del interés del empleador en contratarlos. Nace el trabajador asalariado.

Inicialmente, el oro (y demás metales utilizados como dinero) valía el trabajo que costaba extraerlo de las minas, fundirlo, acuñarlo y transportarlo, y la unidad de valor en que se subdividía se establecía en función del peso. El dinero era una mercancía más, apenas variaba su valor, se podía almacenar, era fácil de conservar, y la más fácil de intercambiar porque su valor era reconocido por todos, por lo que se convirtió en la mercancía más apetecible, y pronto adquirió su carácter de bien económico, esto es, escaso, pues, aunque no se consumía con su uso, enseguida se convirtió en bien que había que atesorar. Atesorarlo permitía, además de comprar para consumir, y de tener “un seguro por lo que pudiera pasar”, también prestarlo a otros y cobrar por ello un “interés”. El dinero, además de valor en sí mismo, empezó a tener precio, o sea, el valor que cuesta obtenerlo prestado o, dicho de otra manera, la cantidad de más que había que devolver en su momento (intereses). Ya no importaba tanto lo que había costado producir el dinero, cuanto lo que estaba dispuesto a pagar por él quién lo necesitaba. De esta forma, el valor de las cosas empezó a no depender sólo del trabajo que costaba producirlas, sino también de lo que costaba obtener el dinero para hacerlo, en el caso de que no se poseyese lo suficiente. El empresario que quería montar un negocio y no tenía dinero para hacerlo, además de los costes del propio negocio, tenía que contar con que necesitaba obtener los ingresos suficientes para devolver el dinero prestado más los intereses.

De cualquier manera, el valor del dinero, como unidad de cambio equivalente, siempre sería el mismo, el que había costado producirlo, independientemente de que su precio, su valor en el mercado del dinero, fuese otro. Quien poseía una onza de oro podía saber siempre a qué atenerse. Su valor era inmutable. Es de necios confundir valor y precio, decía Machado.

El rey de oros cambia su corona por otra de oropel (papel)

Con el aumento del trasiego del dinero, el desgaste del metal, la pérdida de peso y, sobre todo, la dificultad de transportarlo, con seguridad, en grandes cantidades, dieron paso a un nuevo medio de intercambio: El dinero de papel. Ya no se entregaba oro como pago de una compra, sino un justificante de que había oro depositado en un lugar determinado y quién era su propietario, ofreciendo siempre la garantía de que, en cualquier momento, aquél justificante podía ir a cambiarse por la correspondiente cantidad de oro. Ya no hacía falta ir con el oro de acá para allá, para comprar y vender. El papel, que representaba un valor, podía pasarse de mano en mano y tardar mucho hasta que alguien decidiese cambiarlo por el oro que representaba.

Lógicamente, que se aceptase un papel como forma de pago, exigía que quien lo ofrecía tuviese la solvencia económica y social necesaria: debía ofrecer confianza. Y, aunque cualquier persona o entidad particular podía disfrutar de tal solvencia, la prerrogativa de emitir justificantes, billetes de banco, como sustitutivo del dinero metálico, recayó enseguida en el Estado. Así surgió la banca oficial.

En un principio, la cantidad de dinero de papel que se emitía era la necesaria para inter-cambiar las mercancías que circulaban en el mercado. Podía ser menor o igual que la cantidad de oro depositado, pero nunca mayor. Como es lógico, no se podían emitir varios justificantes sobre la misma cantidad de oro, porque había que garantizar poder canjear, en cualquier momento, por oro, todos los billetes emitidos. En esa época, los billetes de banco eran dinero total y obligatoriamente convertibles. Quiere decir que en cualquier momento se podía cambiar la totalidad de los billetes por la cantidad de oro correspondiente.

Sin embargo, fruto de todas las facilidades que este sistema monetario otorgaba para producir y comerciar, y bajo la presión constante del máximo beneficio como objetivo, la necesidad de disponer de más dinero en circulación superó la cantidad total de oro depositado, y dio lugar a la aparición del dinero de papel parcialmente convertible. ¿Qué quiere decir esto?

El dinero de papel se convierte en el Rey del Mundo

Pronto se observó que, la mayoría de la gente no acudía inmediatamente a canjear sus billetes por oro. Se calculó estadísticamente qué porcentaje acudía normalmente a hacerlo y, por lo tanto, qué cantidad máxima de billetes se podía emitir, sin poner en peligro la convertibilidad del dinero y la confianza en el sistema o, dicho de otra manera, qué cantidad mínima de oro había que conservar en depósito para garantizar que, quien viniera con su billete, se pudiera llevar la cantidad de oro correspondiente. La emisión de billetes aumentó hasta lo máximo aconsejable. Y consecuentemente aumentó la posibilidad de atesorar, de prestar, de conceder créditos, aumentó la actividad, aumentó la producción y el comercio y también aumentó el porcentaje que se cobraba de intereses. Quienes tenían dinero atesorado aprovechaban la ocasión y cada vez exigían más intereses. El mercado del dinero fue cogiendo peso, convirtiéndose, en poco tiempo, en el eje central de la economía. Los billetes dejaron de considerarse como justificantes de un depósito de oro, pasando a ser tratados como bienes en sí mismos, como mercancías que se podían comprar y vendar y cuyo precio, como el de todas las mercancías, dependía de lo que te quisieran pagar por ellas. El dinero empezó a convertirse en un valor relativo. Los billetes ya no representaban el valor de lo que había costado producirlos. Pero ahí no paró la cosa. Se empezó a emitir “papel” de todo tipo, justificantes o títulos representativos de valores diversos que servían también para pagar en los intercambios, se pagaba con “letras” de cambio, con pagarés, con acciones, con obligaciones, títulos emitidos por los estados, pero también por particulares… de tal manera que las posibilidades de realizar operaciones de intercambio aumentaron hasta el infinito. En realidad, en el mercado del dinero, las Bolsas, lo que más frecuentemente se compra y vende son papeles que representan deudas, promesas de beneficios futuros, no bienes tangibles contantes y sonantes. El crédito se ha constituido en instrumento fundamental para mover la economía.

Todo este proceso vino impulsado por circunstancias diversas que aconsejaban su desarrollo, especialmente las crisis y las guerras. La necesidad de más dinero para “relanzar la actividad”, que permitiese reparar los daños ocasionados, por ejemplo, por las dos grandes guerras del s.XX, sobre todo por la segunda, urgió una mayor agilidad en la utilización del dinero que, hasta entonces, dependía demasiado del oro. Y el progreso en las comunicaciones facilitaron que un mismo bien, “sin moverlo del almacén”, se vendiera y comprara, varias veces, en un mismo día, produciendo beneficios, supuestamente, a todos los que intervenían en el intercambio.

Poner algo de orden, pero hasta cierto punto.

Como había que poner algo de orden en esta vorágine, en 1944, se estableció un acuerdo internacional (Bretón Woods), por el que los billetes de banco de todos los estados se podían cambiar (convertir) por dólares, manteniendo el dólar un valor fijo de equivalencia expresado en oro. La banca oficial norteamericana se convertía en banco emisor mundial y su solvencia descansaba en sus reservas de oro y en el potencial de su economía, poco dañada por la guerra. Los productos yanquis invadían todos los mercados. El comercio entre estados se realizaba en dólares y el mundo se fiaba de que la Reserva Federal de los EEU, en cualquier momento, podía hacer frente a las demandas de oro de cualquier portador de billetes verdes.

Después de un “largo” período de 27 años, EEUU, agobiado por su deuda con otros países, suspendió unilateralmente la convertibilidad del dólar. Ya no garantizaba su canje por oro, ni mantenía su equivalencia fija con una cantidad de este metal. La economía americana había perdido terreno, ya no ingresaba tanto, y se vio obligada a emitir billetes sin valor propio objetivo, ya que no estaban respaldados por una cantidad equivalente de oro.

A partir de ese momento, el valor del dinero depende de la necesidad que haya de él y de la cantidad del mismo que esté circulando en el mercado. O sea, de la oferta y demanda de dinero. Cuando el dinero se guarda, o cuando hay poco, la cantidad que se puede pagar para comprar un producto es menor y el precio del producto sube. Cuando se pone todo “a gastar” o se emiten más billetes, la cantidad que se está dispuesto a pagar por un producto es mayor, el valor del producto baja, los precios suben: se produce inflación. Quienes tienen el poder reconocido o supuestamente atribuido de emitir billetes tienen claramente un gran arma en su mano para influir en el valor del dinero, en el de la producción y en la economía en general.

Moralejas.

A partir de este momento, el trabajador no sólo depende de lo que le quieran pagar por su trabajo, sino, además, de lo que le quieran dar en la tienda por el dinero que ha cobrado como salario.

La Humanidad ha sabido vivir, durante casi 800.000 años, sin dinero. La aparición de éste se calcula que se produjo, como mucho, hace 6.000, los primeros billetes oficiales de papel moneda no hace más de 200, el cambio del patrón-oro por el patrón-dólar 65, y el abandono del dinero a su suerte hace sólo 35 años.

En 1948, un avispado comerciante santanderino compró a peso un vagón de billetes de marcos alemanes de curso legal en aquél momento. El marco valía entonces muy poco, y pensó que la economía alemana se recuperaría y el marco subiese. A los pocos días, el gobierno alemán sustituyó aquél marco por otro, anulando el anterior. Al avispado santanderino le quedó sólo el valor a peso del papel de los billetes, que, por tener tinta, ni siquiera servía entonces para reciclar, por lo que su negocio resultó todo un fiasco.

¿Será tan seguro el dinero actual? La crisis que vivimos demuestra que no.

¿Será tan imprescindible el dinero? La historia de la Humanidad parece atestiguar que tampoco.

¿Podemos hoy vivir sin dinero, sin bancos…?


martes, 1 de febrero de 2011

PEOR QUE UNA DERROTA ES UN MAL ACUERDO

Han llegado a lo que “todos” esperaban y muchos nos temíamos: un mal acuerdo sobre las pensiones.

Un mal acuerdo, esperamos, lo reconozcan los propios UGT y CCO ya que, después de haberse tirado semanas enteras “negando la mayor” de las argumentaciones del Gobierno, al final, han renunciado a defender sus argumentos como sabemos hacerlo los trabajadores… y han “tragado”.

Según la Academia, además de la definición más técnica de tragar como el paso del alimento de la boca al estómago, tragar también lo define como: “dar fácilmente crédito  a una cosa, aunque sea inverosímil”, “soportar o disimular algo desagradable” “acceder, sin convicción, a una propuesta”.

Digan lo que digan, UGT y CCOO han tragado. Nos han querido dar a entender que no abrían, siquiera, la boca, pero, en realidad, estaban ensalivando disimuladamente la propuesta del Gobierno para poder digerirla mejor. Pero, a quienes les observábamos, viéndoles, no se nos hacía la boca agua. Antes, al contrario, cada vez se nos secaba más.

Porque han llegado a un acuerdo a sabiendas de que la reforma propuesta por el Gobierno “no va a solucionar el principal problema que tiene la economía española”: el paro. A sabiendas de que la reforma “supone globalmente un recorte puro y duro del gasto en pensiones o, lo que es lo mismo, una rebaja de éstas”. A sabiendas de que “muchos trabajadores y trabajadoras no van poder llegar a cumplir los requisitos mínimos exigibles para tener derecho a una pensión. A sabiendas de que “no falta dinero” para atender las necesidades de la población, sino que “sobran ladrones”, especuladores, ventajistas.

Y, todo ello, dicen, para que todos los trabajadores y trabajadoras tengan garantizado, en su momento, el acceso a una pensión. Al menos, eso es lo que argumenta el Gobierno. Pero no salen las cuentas. El último argumento, cuando se les apura, es que “lo exigen los mercados”. Y se quedan tan panchos. Echan por tierra todo el edificio de su democracia. De nada sirve que elijamos a nuestros gobiernos si éstos sólo van a escuchar a quienes no les han votado.

Un mal acuerdo para UGT y CCOO, aunque les sirva para pasar el trago de verse obligados a convocar otra huelga general que no querían, menos aún, que la del 29-S. Sí les ha servido, por el contrario, para recuperar cierto protagonismo en los medios empresariales de la desinformación, aunque esto sea pan para hoy y hambre para mañana, ya que dichas empresas les darán una patada en el culo si se plantean, alguna vez, llevarles la contraria y defender, de verdad, los intereses de los trabajadores.

“Gana España con este acuerdo”, se están apresurando en decir los voceros de turno. Pero perdemos los españoles y españolas. España no existe, salvo si se la considera un pedazo de tierra. Lo demás son entelequias. Ni es grande, ni una ni libre. Se ha demostrado palmariamente en los últimos tiempos. Vuelve a quedar claro que, al menos, hay dos españas, la de los que trabajamos y la de los que se aprovechan de nuestro trabajo, la de quienes deciden y la de quienes tenemos que acatar. Cuando se habla de sacrificios sólo se refieren a esta última. A la otra, la de los banqueros, la de los parásitos y especuladores, ni la nombran.

Para nosotros es un acuerdo nefasto. Estamos perdiendo empleo, perdemos poder adquisitivo, perdemos parte de nuestras pensiones. Y quieren que perdamos más derechos.

Un mal acuerdo es peor que una derrota. Tras una derrota siempre queda la esperanza de recuperarse y volver a luchar por lo que uno cree que es justo. Tras un mal acuerdo, quien lo firma queda obligado a defenderlo, aunque lo considere injusto.

Los trabajadores y trabajadoras necesitamos otra forma de hacer sindicalismo, porque la que practican estos sindicatos ya no da más de sí, y no nos está trayendo más que conformismo y resignación.