Por si fuera poco el circo
montado para que no nos enteremos de lo que realmente proponen los partidos
políticos en estas elecciones, ahora nos tienen embobados con el "debate
del debate". Sólo faltaba eso, que la Junta Electoral terciase con una
resolución que podía haber sido evitada. ¿Es lo más importante para la gente
que haya o no ese debate, que sea el 23 o 22 de Abril y que se desarrolle en la
Sexta o en RTVE? ¿Es lo más interesante especular si la exclusión de VOX le va
beneficiar o perjudicar? Nos quedan, sin duda, muchas horas para soportar ese "encendido"
debate sobre lo que no es más que la espuma de la cuestión, dado que las
posturas, en vez de irse suavizando, se están enquistando más.
Ya teníamos bastante frenesí con el
que los medios estaban tratando el "fenómeno" VOX, sobre todo,
después de las elecciones andaluzas, para que ahora nos vengan con esto.
VOX puede que sea un fenómeno, en
una de las acepciones del término, en cuanto cosa sorprendente que no podíamos
esperar, y que acababa con el mito de que España era el único país de Europa
que se estaba librando de tener un partido xenófobo, reaccionario, populista de
derecha extrema, fascista. Quizás esto
fuera lo sorprendente.
Pero, desde un punto de vista más
racional y objetivo, más profundamente político, VOX no es, en sí, el fenómeno
sorprendente. Lo sorprendente es que, en una Andalucía, donde durante cuarenta
años ha ganado las elecciones el PSOE, en una Andalucía con el mayor índice de
paro del estado (o quizá, precisamente por eso), VOX haya obtenido 396.000
votos, de hombres y mujeres andaluzas.
Como todo fenómeno, el resultado
electoral de VOX es el síntoma, es la manifestación que se nos hace presente,
de algo que venía gestándose en Andalucía. El verdadero fenómeno son los
resultados. En concreto, el PSOE, desde 2008, por poner una fecha, hasta las
últimas elecciones generales de 2016, ha perdido más de un millón de votos, más
de 20 puntos porcentuales; y, guardando las distancias, algo parecido ha
ocurrido con Izquierda Unida, Unidos Podemos o Adelante Andalucía en las
distintas elecciones. Si a esto añadimos los EREs, las disputas entre Pedro
Sánchez y Susana Díaz, o las habidas entre Teresa Rodríguez y la dirección de
Podemos-Madrid, la disputa entre Casado y Soraya Sáez de Santamaría, o la
irrupción de Ciudadanos en el ámbito estatal con sus continuos cambios de
chaqueta, parte de la explicación está servida. Pero, insisto, ni la aparición
de VOX, ni las rencillas internas de los partidos son el fenómeno. El fenómeno
es el resultado electoral de unos y otros.
Sin embargo, la reacción de los
partidos de izquierda, expresada en la misma noche electoral andaluza, fue que
había que trazar un "cordón sanitario" en torno a VOX, reacción falta
de imaginación y de autocrítica, cuando el análisis político más serio debería
ser preguntarse sobre las causas de los resultados electorales.
Las ideas son imagen
o representación que del objeto percibido queda en la mente (la RAE). No son
fuerza material que pueda, de por sí, cambiar las cosas. Se instalan en la
mente. Solo cuando las ideas salen de la mente y toman cuerpo en un proceso
social, como es la gestación soterrada de un descontento generalizado, y se da
una contienda electoral, de cuyos resultados depende que llegue a gobernar una
determinada fuerza política o una coalición de ellas, y esas ideas logran
respaldo electoral, es cuando se convierten en fuerza material, se traducen en
fuerza capaz de cambiar las cosas. La idea puede ser el fascismo de VOX, o la
derecha, la izquierda, la nación, la independencia, la unidad de España. Esas
ideas, por sí mismas, no pueden cambiar las cosas. Sí lo pueden cuando, en una
sociedad democrática, toman la forma de organización, de aparato difusor y
propagandístico, reconocido constitucionalmente, como partido que puede
participar en elecciones, y obtener resultados suficientes como para formar
gobierno y gobernar.
¿Pero, por qué la gente vota a unos
partidos y no a otros? En teoría, porque escoge libremente aquél partido que
mejor refleja sus intereses.
Pero esa es la teoría. La política
está completamente mediatizada. Los medios de comunicación, dedicando más
espacio a unos partidos que a otros, o cuando dan cabida a informaciones no
contrastadas, y aún falsas, facilitan que los discursos que no interesan, de
los partidos, queden ocultos, llegando al votante común únicamente una visión
superficial, más centrada en la figura de los candidatos que en el programa que
proponen, de tal forma que, después, cuando salen elegidos, nadie se acuerda de
lo que prometieron y nadie les pide cuentas cuando dejan de cumplir con su
programa.
Eso es en general.
En concreto, y si nos preguntamos
por qué la gente puede votar a VOX (cosa que parece la más importante, a la
vista del revuelo mediático que los resultados de las encuestas ofrecen),
posiblemente sean muchas las razones.
Hay una parte de su potencial
electorado (aún no se ha presentado a elecciones generales), sin duda,
nostálgica con el franquismo. Serán aquellos que se beneficiaron de aquél
régimen. Estos no necesitan información sobre lo que el partido de Abascal
propone. Otra parte de sus posibles votantes son aquellos que nunca se
preocupan por informarse, les bastan los
símbolos, los eslóganes, las palabras gruesas de quienes amenazan con cambiarlo
todo. En realidad, no son conscientes de que esas amenazas van dirigidas contra
ellos mismos. Otra parte, quizá la mayoritaria, entre los votantes de VOX, sea
la que está padeciendo más cruelmente las consecuencias de la crisis, la que no
encuentra salida a su situación, la que vota con su desesperación, la que cree
que nadie, hasta ahora, le ha tenido en cuenta, la que está desengañada de
todos los partidos que han gobernado hasta ahora o puedan gobernar en el
futuro. Ni siquiera les preocupa que VOX llegue a gobernar. Su voto es de castigo para
todo lo anterior, es un grito desgarrado, como cuando, en el franquismo, ante
una situación extrema, alguien daba un puñetazo en la mesa y decía que tendría
que venir la ETA, o Fidel o el Che...
Es un error pensar que lo que hay
que hacer es entrar al trapo y dedicarse a rebatir las provocaciones de VOX. No
hay mejor desprecio que no dar aprecio. O, en todo caso, ridiculizar sus
ocurrencias. Pero no perder demasiado tiempo en ello. Lo que hace falta para
cerrarle el paso es que las propuestas reales, de los partidos que las tengan,
y que vayan dirigidas a mejorar la vida de la gente, se abran paso, lleguen a
la gente y se expliquen bien, para atraer el foco de atención mediático
y recuperar así la agenda política. La gente no es tonta y sabe entender,
cuando se le explican bien las cosas.