sábado, 20 de abril de 2019

VOX: el fenómeno y su representación


Por si fuera poco el circo montado para que no nos enteremos de lo que realmente proponen los partidos políticos en estas elecciones, ahora nos tienen embobados con el "debate del debate". Sólo faltaba eso, que la Junta Electoral terciase con una resolución que podía haber sido evitada. ¿Es lo más importante para la gente que haya o no ese debate, que sea el 23 o 22 de Abril y que se desarrolle en la Sexta o en RTVE? ¿Es lo más interesante especular si la exclusión de VOX le va beneficiar o perjudicar? Nos quedan, sin duda, muchas horas para soportar ese "encendido" debate sobre lo que no es más que la espuma de la cuestión, dado que las posturas, en vez de irse suavizando, se están enquistando más.

Ya teníamos bastante frenesí con el que los medios estaban tratando el "fenómeno" VOX, sobre todo, después de las elecciones andaluzas, para que ahora nos vengan con esto.

VOX puede que sea un fenómeno, en una de las acepciones del término, en cuanto cosa sorprendente que no podíamos esperar, y que acababa con el mito de que España era el único país de Europa que se estaba librando de tener un partido xenófobo, reaccionario, populista de  derecha extrema, fascista. Quizás esto fuera lo sorprendente.

Pero, desde un punto de vista más racional y objetivo, más profundamente político, VOX no es, en sí, el fenómeno sorprendente. Lo sorprendente es que, en una Andalucía, donde durante cuarenta años ha ganado las elecciones el PSOE, en una Andalucía con el mayor índice de paro del estado (o quizá, precisamente por eso), VOX haya obtenido 396.000 votos, de hombres y mujeres andaluzas.

Como todo fenómeno, el resultado electoral de VOX es el síntoma, es la manifestación que se nos hace presente, de algo que venía gestándose en Andalucía. El verdadero fenómeno son los resultados. En concreto, el PSOE, desde 2008, por poner una fecha, hasta las últimas elecciones generales de 2016, ha perdido más de un millón de votos, más de 20 puntos porcentuales; y, guardando las distancias, algo parecido ha ocurrido con Izquierda Unida, Unidos Podemos o Adelante Andalucía en las distintas elecciones. Si a esto añadimos los EREs, las disputas entre Pedro Sánchez y Susana Díaz, o las habidas entre Teresa Rodríguez y la dirección de Podemos-Madrid, la disputa entre Casado y Soraya Sáez de Santamaría, o la irrupción de Ciudadanos en el ámbito estatal con sus continuos cambios de chaqueta, parte de la explicación está servida. Pero, insisto, ni la aparición de VOX, ni las rencillas internas de los partidos son el fenómeno. El fenómeno es el resultado electoral de unos y otros.

Sin embargo, la reacción de los partidos de izquierda, expresada en la misma noche electoral andaluza, fue que había que trazar un "cordón sanitario" en torno a VOX, reacción falta de imaginación y de autocrítica, cuando el análisis político más serio debería ser preguntarse sobre las causas de los resultados electorales.

Las ideas son imagen o representación que del objeto percibido queda en la mente (la RAE). No son fuerza material que pueda, de por sí, cambiar las cosas. Se instalan en la mente. Solo cuando las ideas salen de la mente y toman cuerpo en un proceso social, como es la gestación soterrada de un descontento generalizado, y se da una contienda electoral, de cuyos resultados depende que llegue a gobernar una determinada fuerza política o una coalición de ellas, y esas ideas logran respaldo electoral, es cuando se convierten en fuerza material, se traducen en fuerza capaz de cambiar las cosas. La idea puede ser el fascismo de VOX, o la derecha, la izquierda, la nación, la independencia, la unidad de España. Esas ideas, por sí mismas, no pueden cambiar las cosas. Sí lo pueden cuando, en una sociedad democrática, toman la forma de organización, de aparato difusor y propagandístico, reconocido constitucionalmente, como partido que puede participar en elecciones, y obtener resultados suficientes como para formar gobierno y gobernar.

¿Pero, por qué la gente vota a unos partidos y no a otros? En teoría, porque escoge libremente aquél partido que mejor refleja sus intereses.

Pero esa es la teoría. La política está completamente mediatizada. Los medios de comunicación, dedicando más espacio a unos partidos que a otros, o cuando dan cabida a informaciones no contrastadas, y aún falsas, facilitan que los discursos que no interesan, de los partidos, queden ocultos, llegando al votante común únicamente una visión superficial, más centrada en la figura de los candidatos que en el programa que proponen, de tal forma que, después, cuando salen elegidos, nadie se acuerda de lo que prometieron y nadie les pide cuentas cuando dejan de cumplir con su programa.

Eso es en general.

En concreto, y si nos preguntamos por qué la gente puede votar a VOX (cosa que parece la más importante, a la vista del revuelo mediático que los resultados de las encuestas ofrecen), posiblemente sean muchas las razones.

Hay una parte de su potencial electorado (aún no se ha presentado a elecciones generales), sin duda, nostálgica con el franquismo. Serán aquellos que se beneficiaron de aquél régimen. Estos no necesitan información sobre lo que el partido de Abascal propone. Otra parte de sus posibles votantes son aquellos que nunca se preocupan  por informarse, les bastan los símbolos, los eslóganes, las palabras gruesas de quienes amenazan con cambiarlo todo. En realidad, no son conscientes de que esas amenazas van dirigidas contra ellos mismos. Otra parte, quizá la mayoritaria, entre los votantes de VOX, sea la que está padeciendo más cruelmente las consecuencias de la crisis, la que no encuentra salida a su situación, la que vota con su desesperación, la que cree que nadie, hasta ahora, le ha tenido en cuenta, la que está desengañada de todos los partidos que han gobernado hasta ahora o puedan gobernar en el futuro. Ni siquiera les preocupa que VOX  llegue a gobernar. Su voto es de castigo para todo lo anterior, es un grito desgarrado, como cuando, en el franquismo, ante una situación extrema, alguien daba un puñetazo en la mesa y decía que tendría que venir la ETA, o Fidel o el Che...

Es un error pensar que lo que hay que hacer es entrar al trapo y dedicarse a rebatir las provocaciones de VOX. No hay mejor desprecio que no dar aprecio. O, en todo caso, ridiculizar sus ocurrencias. Pero no perder demasiado tiempo en ello. Lo que hace falta para cerrarle el paso es que las propuestas reales, de los partidos que las tengan, y que vayan dirigidas a mejorar la vida de la gente, se abran paso, lleguen a la gente y se expliquen bien, para atraer el foco de atención mediático y recuperar así la agenda política. La gente no es tonta y sabe entender, cuando se le explican bien las cosas.

domingo, 7 de abril de 2019

1 DE ABRIL Y LA MEMORIA DEL VENCEDOR


Las cosas que pasan se recuerdan,  se celebran, o se olvidan.

Este 1 de Abril se han cumplido 80 años del final de la Guerra Civil española. El famoso parte de guerra del vencedor, Franco, condensa todo lo ocurrido antes y después de aquella fecha. "Cautivo y desarmado... la guerra ha terminado... "Y empieza la represión", debería haber dicho, con todo el fundamento.

Hay quienes celebran esa efemérides con pasión y fervor. No son mayoría. Hay quienes lo celebrarían, con gusto, pero no se atreven. Éstos puede que sí sean una mayoría importante. No tienen claro si ese hecho histórico, después de 80 años, debería celebrarse. Pero prefieren no significarse ni en un sentido ni en otro. Mejor será olvidarlo dirían. Y estamos quienes no queremos olvidarlo, aunque no sea más que para poder expresar nuestro rechazo, año tras año. Hay cosas que se podrían olvidar, pero nunca perdonar. Y esta es una de ellas.

El parte del 1 de Abril de 1939, no por escueto (apenas dos líneas) dejaba de tener mucho contenido. Se trataba de instaurar una especial manera de entender la victoria, una cultura del vencedor. Siempre se dijo que saber perder cuesta, pero que saber ganar distingue a las persona y a los pueblos. Y, quienes ganaron aquella guerra, demostraron no saber ganar.

Durante cuarenta años, hubo vencedores y vencidos. Entre los vencedores hubo quien se benefició de la victoria, quizá no la mayoría. Recibieron un trato privilegiado. Pero sí hubo una mayoría que, sin obtener ningún beneficio a cambio, le bastó el orgullo de sentirse vencedora. Es la pobreza de quien no sabe vencer, es el fascismo de los pobres.

Inevitablemente, me viene a la cabeza la imagen del genial cuadro de Velázquez, "Las lanzas o La Rendición de Breda". Es un cuadro-crónica, representa un hecho histórico, la victoria de los tercios españoles sobre el ejército holandés en la ciudad de Breda. Velázquez no estuvo allí para pintar una instantánea fidedigna sobre lo ocurrido. No se inventó los personajes, los conocía, no retrató sus gestos, su postura, su indumentaria, no los vio, se los imaginó, y creó una composición pictórica genial. Y, sobre todo, reflejó, con toda intención y detalle, una manera grandiosa de entender la victoria. Ni cautivo ni desarmado el ejército holandés. Humildad y dignidad por parte del vencido, y generosidad y respeto por la del vencedor. Eran tiempos en que España era grande materialmente, el mayor imperio del mundo. Pero, Velázquez quiso resaltar (o quizá desear), que España fuera una nación no solo grande sino grandiosa, que no es lo mismo, una nación que sabía vencer. Al menos, Velázquez nos pintó eso, un vencedor, Ambrosio de Spínola, que sabe recibir, con respeto y, diría yo, con ternura, de manos del vencido, las llaves de la ciudad conquistada, Breda. "Vencer y perdonar es vencer dos veces" diría Calderón de la Barca. Velázquez, es posible que soñara con una nación grandiosa, que descubría nuevos mundos, sí, pero que no los invadía, que llevaba desinteresadamente sus conocimientos, sí, a los nuevos conocidos, pueblos a los que no sojuzgaba. El cuadro de "Las lanzas" me inspira más esto que lo contrario.

El hecho puntual del aniversario de aquél parte sanguinario ("cautivo y desarmado...") debe, sin embargo, enmarcarse en toda una cultura histórica de un modo de victoria. El fin de la guerra, en sí, pudo ser solo una efemérides, una anécdota. Pero la España de vencedores y vencidos ha marcado toda la vida de la mayoría de la gente, durante cuarenta años, y también, después. Y pervive en los momentos actuales. Solo así se entiende que la cuestión de la memoria histórica siga siendo un arma electoral.

Desde el punto de vista político, no tendría por qué tener un coste electoral, para ninguno de los partidos, reconocer que las víctimas de la represión franquista tienen derecho a una reparación, a recuperar los restos de los seres queridos, a enterrarlos dignamente. Es una cuestión de humanidad, mundialmente aceptada. A quienes "trabajaron tanto" por alcanzar el consenso de la transición "se les olvidó" buscar el consenso también en honrar a los represaliados y a los muertos. ¿Qué perdería cada partido si todos llegaran a ese acuerdo?

La pregunta obligada es la siguiente: ¿por qué es imposible imaginar, siquiera, un acuerdo de todas las fuerzas políticas, que sirviese para cerrar, de una vez por todas, la herida que dejó la represión fascista, y que, el acuerdo de la transición dejó y sigue abierta? ¿Por qué ni siquiera nos lo preguntamos? Y es que no hablamos de muertos en la guerra, los hay de los dos bandos, sino de represión de los vencedores contra indefensos vencidos.
 
Para mí, ni PP, ni Cs, ni Vox quieren que desaparezca el fantasma de la derrota-victoria. Para estos partidos, el recuerdo, el miedo vivido o transmitido de generación en generación, la conciencia de que hubo derrota y represión para quienes tuvieron la osadía de defender su libertad frente a los grandes poderes, no debe desaparecer. Es fundamental que se mantenga. Los poderes que representan no consentirán que esa conciencia de la derrota se la lleve el olvido, debe permanecer, por los siglos de los siglos, en las mentes y corazones rebeldes, para que desistan, para que teman las consecuencias, para que se conformen o, mejor dicho, se resignen. Personalmente creo que, hasta al PSOE, en lo más profundo de su sentir, le interesa que ese fantasma, el de la victoria-derrota, el miedo, permanezca. Siempre nadó entre dos aguas. Entre el poder y los votos. Se le nota que tiene miedo a la gente, a la que se manifiesta espontáneamente, a la que se rebela, a la que desobedece, a la que no se conforma, a la que no se resigna, a la gente normal.

¿Cómo luchar contra ese fantasma?

No estamos hablando de espíritus evanescentes, sin cuerpo, sin reloj, sin calendario, ajeno a la realidad. Pero sí de algo que, sin ser material, está presente y condiciona la vida de las personas, también la material, su ideología, la cultura, las instituciones, las leyes, el poder. Todo eso se puede cambiar. Y, como dice la sabiduría china, "Todo el que venza el miedo a los fantasmas, acabará siendo temido por ellos". Tienen el poder, pero también tienen miedo. El asunto de las cloacas de Interior lo demuestra. Y el silencio con que se ha querido enterrar el asunto también. El recuerdo y la vida material de una generación podrá desaparecer con ella, pero ¡ojo!, su miedo, cuando responde a vivencias profundas, se hereda fácilmente, como si fuera algo genético, y es difícil desembarazarse de él. Ese es nuestro reto.