domingo, 20 de junio de 2010

IÑAKI NO ENTIENDE

La otra noche, Iñaki Gabilondo, en el programa que tiene en CNN+, repetía su asombro porque el Gobierno no estaba explicando debidamente a los trabajadores por qué la Reforma Laboral era necesaria. Repetía machaconamente: “no entiendo, no entiendo, se está perjudicando a sí mismo”. Y lo acompañaba con una expresión de ingenuidad e inocencia con la que, a más de uno, habrá convencido de que, efectivamente, el Gobierno debería explicar mejor… lo inexplicable.

Porque inexplicable es para el Gobierno aprobar un Reforma que sólo contiene concesiones para los empresarios y decir que es por el bien de los trabajadores. Los sindicatos han acudido a las negociaciones sin pedir nada en concreto e intentando, como mucho, ceder lo menos posible. Es cierto. La Patronal, sin embargo, sí tenía claro lo que quería. Por eso salía sonriente de esa última reunión maratoniana. Porque sabía que el Gobierno, por decreto, iba a atender sus reivindicaciones, "iba, por fin a gobernar", como si gobernar fuese sinónimo de perjudicar a la mayoría de la población. Y si no lo hacía de una sola vez, lo iría haciendo, paso a paso.

Porque, quizá el asombro de Iñaki provenga de que no está enterado o de que está ocultando lo que sabe. Quizá no sabe o no dice que el Gobierno pretende meternos su Reforma en dosis, para que el efecto no sea tan brusco.

El Gobierno ha dado el primer paso. En cuatro días, en conversaciones con los grupos parlamentarios, ha ido “mejorando” el proyecto en beneficio de los empresarios y, a medida que pase el tiempo y las negociaciones, cada vez se va a parecer menos a la propuesta inicial. Ya UGT y CCOO le acusan de no haber descubierto todas sus cartas desde el principio. Y, en la tramitación del proyecto de ley, irá accediendo a las pretensiones del PP, de CiU, del PNV, de Rosa Diéz, que están “dispuestos a negociar” si se les admiten algunas de sus propuestas para “mejorar” el proyecto, todas ellas en la misma dirección: más facilidades para el despido, desmantelamiento de la negociación colectiva, posibilidad de incumplir lo firmado en los convenios, etc. Y, por otro lado, vuelve el tema de las pensiones, de la reforma del sistema, del retraso de la edad de jubilación, de modificar la fórmula de cálculo, de forma que las pensiones resulten más bajas… Y, todo ello, sumado al recorte, ya aprobado, de los salarios de los empleados públicos y la congelación de las pensiones. Como con el Decreto de recortes se encontró solo, pretende ahora alcanzar el máximo consenso posible a base de hacer concesiones.

Quizá sea por esto, porque, en el otoño, el malestar pueda llegar a ser mayor, por lo que UGT y CCOO han aplazado, para entonces, su convocatoria de Huelga General. Porque albergan la esperanza de que la respuesta del conjunto de los trabajadores y trabajadoras vaya a responder mejor que lo han hecho los empleados públicos, y así salvar la maltrecha cara que les ha quedado por el desplante de sus afiliados favoritos y recuperar cierta fuerza para volver a sentarse a la mesa de negociación. Pero, no nos engañemos, ellos no van a poner nada de su parte para que esa respuesta sea un éxito. Tratan, únicamente, de aprovechar unas circunstancias que puedan serles  más favorables para sus intereses particulares.

El Gobierno no puede decir abiertamente que la Reforma sólo pretende reducir los gastos de los empresarios y que no sabe hasta dónde ha de llegar para satisfacer las exigencias de éstos. De hecho, la patronal ya ha dicho que esta Reforma no es suficiente. El Gobierno no puede decir que a menos renta de los trabajadores, habrá menos consumo, menos actividad y más paro. Pero sabe que va a ser así. El Gobierno no puede decir que la Reforma poco o nada tiene que ver, por tanto, con la solución a la crisis. El Gobierno no puede confesar que la Reforma es un negocio puro y duro, un regalo para los empresarios a costa de los trabajadores y trabajadoras.

¿Es esto lo que, de verdad, Iñaki no entiende y quiere que se lo expliquen? ¿No debería mejor no entender cómo, machaconamente, se nos está ocultando o tratando de que olvidemos, cuáles son las causas de la crisis, quiénes la han provocado, por qué no se han adoptado medidas para evitar que se vuelva a producir? ¿Por qué no se está dando ningún paso para controlar la actividad de los bancos, para evitar que concedan créditos sin fianza, para que no se vendan títulos sin garantía, para perseguir los paraísos fiscales, para destapar el secreto bancario, para desacreditar a las agencias de calificación, verdaderas voceras de interesadas mentiras sobre la economía de éste o aquél estado? ¿Por qué no se dan pasos para arrebatar de manos de los bancos centrales la competencia de hacer y deshacer sobre las economías de los países sin que nadie los controle, ni siquiera los parlamentos, los órganos representativos de la voluntad popular? Sin embargo, todo eso, Iñaki parece que lo entiende, lo aplaude, y está dispuesto a encubrir, o a ignorar, a contribuir con su supuesta ingenuidad a que los demás no nos enteremos.

Pero Iñaki no estaba solo esa noche. Quienes lo acompañaban en la mesa, y con él mostraban su extrañeza, forman parte de todo el coro de palmeros que repiten, como papagayos, que todas estas medidas son necesarias, inevitables, pero ninguno nos dice por qué y para qué. Por qué los estados se han endeudado, prestando dinero barato a los bancos y, ahora, a esos mismos bancos, les tienen que dar mayores intereses para que les concedan créditos con que financiar sus presupuestos. Parece rocambolesco, pero es así. Esos bancos que “había que salvar por el bien de todos”, en medio de la crisis, siguen obteniendo enormes beneficios. Y, además, se jactan de ello. Se va a dar dinero a las cajas de ahorro para que se fusionen… y despidan a varias decenas de miles de empleados. ¿Por qué los estados no han empleado su dinero, por ejemplo, en prestarlo a las pequeñas empresas productivas para que puedan continuar con su actividad, manteniendo el empleo, o a las familias que no pueden pagar sus hipotecas para que no las desahucien? Esos palmeros son los mismos que se atreven a decir, una y otra vez, que “todos estamos pidiendo la Reforma Laboral”. ¿Quiénes son ellos para afirmarlo? ¿A quién han preguntado?

Todo esto es una verdadera estafa que Iñaki y sus colegas deberían entender y, cuando menos, escandalizarse, y hacer algo. O, sencillamente, callarse, seguir cobrando, pero, al menos, no pretender camelarnos con su supuesta ingenuidad.


jueves, 3 de junio de 2010

FUNCIONARIOS: HUELGA SÍ, HUELGA NO

Conozco a unos cuantos funcionarios y funcionarias, mejor dicho, empleados públicos, o sea, todos los que trabajan para la Administración del Estado, para los Servicios Públicos y en las Empresas Públicas. A algunos los considero amigos.

Me duele que el Gobierno, vía decreto, les aplique, entre otras medidas, el recorte del 5% de salario, de promedio, aprovechando que tiene poder para imponerlo sin negociación, y porque puede hacerlo efectivo inmediatamente, ya que es el dueño de la caja con la que se pagan esos sueldos.

Y me duele especialmente que lo haga una institución elegida en las urnas. A los más de 4,5 millones de parados los han echado los empresarios del sector privado que no han sido elegidos y que no tienen en cuenta las mayorías porque son los amos.

Pero me preocupa que las y los empleados públicos no vayan a protestar enérgicamente por ello. La huelga la tienen convocada, pero me llegan comentarios que hacen pensar que algunos no están con la labor.

Cuando se convoca una huelga muchos miran si hay motivos suficientes para hacerla. Otros se preguntan por qué, habiendo motivos, siempre hay quienes no la secundan. Lo peor en estos casos es perder el norte.

Y creo que perder el norte es, por ejemplo, argumentar que, haciendo la huelga, se beneficia a un gobierno que ha perdido el norte, porque se va a ahorrar los salarios de ese día. Un ahorro más, señalan.

Siempre he oído que hay oficios para los que es necesario tener vocación. Respetando a los que así piensan, tal afirmación me ha parecido siempre un poco mojigata, moralista, aplicable sólo a lo religioso. Siempre he defendido que, en el trabajo, lo que hay que tener es sentido de la profesionalidad. Quienes argumentan que haciendo huelga benefician al Gobierno, modestamente, creo que no la tienen. Me explico.

Todavía hay muchos trabajadores y trabajadoras, que producen bienes y servicios, y que se sienten orgullosos de lo que hacen, que se encariñan con el producto de su preparación, habilidad y destreza… y que lamentan tener que dejar de hacer, por un día, lo que hacen, tener que hacer huelga. Pero la hacen, porque con ello, buscan un bien mayor. Estoy seguro que muchos servidores públicos que hacen huelga, además de hacer cálculos, más o menos cicateros, sobre los euros que van a perder ese día, lamenten no poder ejercer su función por la huelga. Lo contrario sería despreciar ellos mismos lo que hacen a diario. Lo que está quedando claro es que el Gobierno lo desprecia. Me imagino a profesores preocupados porque un parón a final de curso puede hacer que no se cumpla el programa, o que los alumnos se desconcentren y puedan fallar en los exámenes. Me imagino a una enfermera agobiada por tener que suspender el turno de atención a las personas mayores que tenía previsto para ese día. Me imagino a un bombero escuchando, desde casa, la sirena de un camión del Parque que sale a atender una emergencia y él no va montado en ese vehículo porque está haciendo huelga. Pero, en este caso, quien lo ha provocado es el Gobierno y es a él a quien habrá que pedir responsabilidades. Suspender un Servicio Público es algo muy serio, pero hay veces en que es inevitable.

Pero, también me imagino que es difícil hacer comprender a padres de alumnos, a jubiladas y jubilados, o a quien ha sufrido un accidente que, adoptar una medida como una huelga, dejar de prestar el servicio, cuando hay motivos suficientes, es una apuesta de futuro y que beneficia a todos. Para los que la hacen porque ponen por delante su dignidad como trabajadores, como ciudadanas, como personas, como votantes. Y para la sociedad en general porque luchar contra la injusticia siempre es un bien social. Cuesta explicarlo pero hay que intentarlo.

Oigo también a quienes, de entre los convocados a esta huelga, cínicamente acusan a los sindicatos de no haberse preocupado de los parados y sí son capaces de convocar una huelga por los funcionarios. Y ellos y ellas ¿se preocuparon de los parados?

Oigo a quienes, sinceramente, se sienten dolidos por la imagen que, una parte de la sociedad, tiene de los empleados públicos. Les afecta oír que son unos privilegiados y, más, que son insolidarios con el resto de los trabajadores y trabajadoras, como les dicen algunos.

Sean o no solidarios, lo que no les va a perdonar nadie es que ni siquiera luchen por lo suyo. Que no sean capaces de perder el salario de un día por una apuesta de futuro. Que busquen explicaciones estrafalarias para no sumarse a su lucha. Que ideen estratagemas para eludir la huelga y aparentar que protestan.

Perder el salario de un día por la huelga es el precio de mantener la dignidad, de dejar claro, a quien tiene el poder, que enfrente tiene personas conscientes y responsables que no se van a dejar pisar. Porque siempre hay que pagar un tributo por las cosas importantes. Por eso son importantes. Y ésta es una de ellas.