La noticia de la solicitud de
liquidación de Sniace, por parte de su Consejo de Administración, está
provocando distintos y, en algunos casos, hasta contrarios, sentimientos. Pero
los sentimientos vienen originados casi siempre por razones, más o menos
objetivas, y siempre dentro de una lógica. En el caso de Sniace, los
sentimientos están contrapuestos.
El hecho de que, la liquidación y
cierre de una fábrica haya producido hasta euforia, en una minoría
extemporánea, que no es consciente de la
realidad en que vive, o precisamente porque vive en otra realidad, es
censurable, y más lo son ciertas expresiones de júbilo habidas, días atrás, en
alguno de los lugares, donde se concentra cierto sector de jóvenes y no tan
jóvenes para beber y divertirse por el cierre de Sniace. Diríamos que, en su
mayoría, es gente que no sufre las agresiones de la economía de mercado, bien
porque puede sobrevivir al margen de ellas (lo cual, hoy en día, es un lujo), o
bien porque, sufriéndolas, o no es consciente de ello, o se resigna, porque
piensa que las cosas no pueden cambiar, o... porque ni siquiera se ha planteado
hacer algo para cambiarlas. En algunos casos, es solo resquemor por no haber
sido capaces siquiera de haber luchado por sus propios intereses, por sus
derechos.
De cualquier manera, desde una
óptica de mínima humanidad, es inconcebible que alguien celebre que vecinos
suyos, gente sencilla y humilde, se queden sin trabajo, sin medio de
subsistencia, y vayan al paro.
Pero hay gente para todo.
Y, desde, no ya un mínimo de
humanidad, sino de la más elemental responsabilidad, tampoco es aceptable que
personas que han asumido una representación social y política, se limiten a dar
palmaditas en la espalda y ánimos a quienes sufren la situación. De ellos y
ellas esperamos siempre mayor compromiso, medidas eficaces, y no meras palabras
de condolencia. Con los trabajadores y trabajadoras de Sniace estamos todos,
faltaría más. Pero eso no basta. Hay que denunciar, exigir a quien corresponda,
adoptar acuerdos, llevar a cabo acciones encaminadas a la solución del
problema.
Seguro que, entre los
sentimientos provocados por la situación, los hay de rebeldía, de sentido
crítico, de incredulidad ante lo que está ocurriendo.
¿Pero, cuáles son las razones que
provocan esos sentimientos?
Es cierto que, en esta sociedad
en que vivimos, la oportunidad y la competencia de crear, administrar y
mantener los puestos de trabajo corresponden mayormente a los empresarios. Pero
los gobiernos también tienen competencias, no ya para crear empleo, que
también, sino, sobre todo, para orientar la actividad económica, y para
controlar que ésta no sobrepase ciertos límites de irresponsabilidad, de
despilfarro, de incumplimiento de las leyes y, especialmente, de
sobreexplotación de los trabajadores. Por el momento, no estamos viendo, por
parte del Gobierno de Cantabria, más que palabras de "condolencia", y
genéricas manifestaciones de compromiso, que no tienen nada que ver con las
competencias de las que es legítimo sustentador. Parece que están más asustados
que los propios trabajadores.
Pero, por parte del Gobierno
central, tampoco estamos viendo grados de responsabilidad suficiente como para
que las decisiones que adopta, sean fruto de la necesaria valoración de los
pros y contras de las mismas. No se puede permitir el lujo de que se pierdan
puestos de trabajo, hoy tan caros de encontrar.
A medida que pasa el tiempo y se
van comprobando más cosas, el sentimiento de rabia o, cuando menos, de
incomprensión va creciendo. En la decisión del Consejo de Administración de
Sniace, hay aspectos difícilmente explicables, como la llamativa
"sorpresa" manifestada por su Presidenta, cuando ha conocido la
decisión del Consejo que ella preside. ¿Dónde estaba esta señora? ¿Ostenta un
cargo por mero postureo? ¿O lo hace altruístamente, sin cobrar un duro? Uno de
los principales males de nuestra economía es que quienes realmente se
benefician de ella son los ejecutivos, los que se asignan desorbitados sueldos,
los que no invierten ni arriesgan nada.
Otra de las incongruencias,
difícil de explicar, es el hecho de que el detonante, que ha disparado el
devenir de los acontecimientos, sea un "borrador" del Gobierno
Central cuya finalidad es desarrollar el Plan Energético vigente, cuyo
desarrollo ya preveía la modificación periódica de las primas por Cogeneración,
y que la misma "tocaba ahora", pero al que aún se pueden hacer
alegaciones.
A mayor abundamiento, es
inaceptable que una empresa con dificultades, tantas que han provocado su
liquidación, se permita rechazar sustanciosos pedidos de clientes que
supondrían para la misma varios meses de beneficiosa actividad industrial.
Ya en el planteamiento del
recientemente acordado ERTE entre empresa y trabajadores, existían varias
contradicciones, según la información facilitada por le empresa, entre la que
destaca que ésta, aún diciendo que estaba produciendo "a pérdidas",
pretendiese seguir haciéndolo durante varios meses más. ¿Con qué fin? La
pregunta, con todo, es la lógica: teniendo el ERTE aprobado, ¿no sería más
propio hacer uso del mismo, a la espera de ver cómo se desarrollaban los
acontecimientos? ¿No dice la Presidenta que estaban "a un tris" de
llegar a acuerdos millonarios de inversión para nuevos proyectos de Sniace?
El decir más común en la calle
es, que la empresa estaba buscando una oportunidad para librarse de la carga de
la deuda concursal que mantiene, y que, con esa previsible rebaja de las
tarifas a la Cogeneración y la reducción de ingresos que supone, con esa rebaja
la ha encontrado, y con ella justifica su decisión de cierre. Todo es posible.
Pero ello no supone que lo pueda hacer libremente, porque hay intereses de
terceros en juego, no solo los de los trabajadores, porque hay leyes que los
protegen, y porque esas leyes incluyen la posibilidad de exigir
responsabilidades incluso penales a quienes las incumplan.
A ese decir de la calle, el que
estas líneas escribe se apunta, porque no encuentra otra explicación lógica de
lo que está ocurriendo. Pero
también me apunto a la pregunta que se hace mucha gente: Y los trabajadores ¿no
van a hacer nada?
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