APUNTES CRÍTICOS AL TEXTO “Por
un Partido de los Trabajadores Cántabros”
Respuesta de Mario
De entrada, demasiado documento,
para empezar, según mi humilde opinión, porque puede producir enfrentamientos
prematuros de posiciones un tanto consolidadas, que pueden ser
irreconciliables. Eso, por lo tanto, condiciona el debate antes de empezar y no
creo que sea lo más conveniente. Auguro, además, que será poco viable.
Personalmente, por otra parte, me
encuentro un poco perplejo. No sé en cuál de los anillos concéntricos me
encuentro, si estoy entre la “gente dispersa” o dónde y, por lo tanto, no sé a
quién o quiénes puedo dirigir mis opiniones y por quién serán escuchadas. De
cualquier forma, mis planteamientos difieren bastante de los contenidos en el
texto, sobre todo en los aspectos prácticos que, por otra parte, considero
fundamentales.
Yendo al texto.
Creo que el análisis que hacéis es meramente descriptivo de la situación, aunque sea bastante completo. Sin embargo, no analiza en profundidad las causas que le han dado origen: además de la dominación material de la clase obrera y la dominación invisible (ideológica), hay una base natural en la que se apoya esa dominación, hay que contar con el “colaboracionismo papanatas ciudadano” que tanto nos exaspera, con el legítimo disfrute de los logros del trabajo por quienes lo han realizado, aunque sea bajo un sistema ilegítimo, con la distinción entre consumo y consumismo… Y no es que tengamos que asumir los trabajadores ninguna culpa, sino que habrá que tener en cuenta, siempre, las tendencias naturales de la gente y sus aspiraciones legítimas. Dicho de otra forma: no podemos ser maniqueos con la gente porque tenga ganas de vivir, salvo que pasemos de ella.
De cualquier manera, no considero
preciso, en esta primera fase, afinar demasiado en el análisis, así que el
documento lo cumple con creces.
Sin embargo, el texto no es
incisivo en lo que, a mi entender, debería serlo: no incluye análisis, ni
siquiera descriptivo, del estado en que se encuentra la “parte de la izquierda
no involucrada, marginada, guetizada” a la cual pertenecemos. En esto no se
moja el texto, y es algo que, personalmente, hecho en falta, y observo que no
mojarse en esto es algo generalizado entre esa izquierda. Hablamos, sí, de la
izquierda liberal, socialdemócrata, reformista, parlamentaria,…oficial, pero
nunca nos atrevemos a valorar (autocrítica)
el grado de asunción, por esta otra izquierda, de los valores y las
formas, métodos, etc. de la democracia liberal-capitalista que promete-oculta-engaña-manipula-infantiliza-impone-aliena.
¿Lo hemos hecho todo bien hasta ahora? ¿Por qué nos tenemos que plantear
continuamente empezar de nuevo? Personalmente llevo años insistiendo en esto,
buscando explicación de por qué la gente no ha querido seguir o no ha sabido
comprender a la izquierda más consecuentemente defensora de sus intereses.
Siendo honestos, no podemos echar toda la culpa al empedrado o a los demás.
Tampoco a la flojera mental y el egoísmo del conjunto de los trabajadores.
¿No hay voluntad de autocrítica?
Toda crítica se hace en referencia a algo, a unos principios, a una estrategia,
a unos planes, a una tradición, a unos compromisos. ¿Será que “nuestra
izquierda” no tiene ni principios, ni estrategia, ni planes, ni tradición, ni
compromisos diferentes a los de la izquierda “oficial” a la que criticamos?
Incluye el texto definiciones
teóricas aceptables, desde mi humilde punto de vista marxista y de clase, sobre
la caracterización de una alternativa política socialista-cántabra, la necesidad
de organización, etc. Pero ese tipo de discursos, como propuestas repetidamente
ensayadas, está amortizado. Si no decimos y hacemos algo más (¿nuevo?),
fracasaremos, de entrada. Si sólo vamos a la gente a decirle que hay que
expropiar a los expropiadores, que hay que tomar el poder y planificar la
economía, que tenemos que ser soberanos e independizarnos, que hay que
comprometerse, seguirán sin entendernos o, en el menos malo de los casos, sin
atendernos, porque su interés y preocupación suele estar en otro sitio.
Tampoco ensaya el texto la
introducción de un lenguaje que contrarreste la degeneración de los conceptos
que sistemáticamente produce el poder, y del que nos hacemos ingenuamente
cómplices, aunque aquí no sea necesario, ya que no es un texto propagandístico.
Pero, no está de más que empecemos a ensayar, desde el principio, algo que
considero urgente e imprescindible: hablar, también entre nosotros, con un
lenguaje menos grandielocuente.
Lo que más me preocupa, con todo,
es que desemboca vuestra propuesta en concepciones por mí rechazables en cuanto
a la estrategia de construcción de la organización que también son esenciales.
En esa búsqueda de razones de
nuestro histórico fracaso, he llegado a algunas conclusiones.
El método de los anillos concéntricos
ya lo hemos ensayado. Recuerdo el intento de RAIZ. Hablábamos de crear un
“movimiento realmente nuevo”, pero no fuimos capaces de creérnoslo y menos de
ponerlo en marcha. Algunos sólo pensaban en la rueda de prensa de presentación.
Lo de culminar “todo un proceso constituyente para echar a andar ya
públicamente” me suena a aquello. Parece el camino más rápido pero, dada
la particular situación de “sálvese
quien pueda” en que se encuentran los “elementos más concienciados” que están
organizados, creo que el método no tiene recorrido. Hay poca o ninguna voluntad
de confluir, ni siquiera de debatir. Y ¿cómo llegar a la “gente dispersa”?
¿Tenemos voluntad de incorporar a ese proceso constituyente a la gran masa
trabajadora y del pueblo? ¿Esperamos que la gente sea algo más que un fiel
votante? ¿Qué medios vamos a poner en marcha para conseguirlo?
Por otra parte, si no se
desarrolla algo más la filosofía de los círculos, puede resultar un centralismo
más, de ida sin vuelta, y un izar banderas en busca de adhesiones, sin más. De
ese tipo de alternativas ya tenemos algunas y no pasan de una presencia
testimonial.
Tampoco vale la concepción del
“trabajo en red”, porque si la red se rompe deja de serlo, por su propia
esencia. Y es precisamente eso, romper la red lo que hace falta.
Tampoco vale el concepto del
“centralismo democrático leninista” si se ejerce mecánica y rutinariamente,
como lo han hecho la mayoría de las organizaciones que se denominan
marxistas-leninistas. Mi experiencia en el ejercicio del “centralismo
democrático, es que el camino de ida y vuelta no se completa. Los “organismos
intermedios”, los círculos concéntricos de la periferia, porque miran
obsesivamente “hacia arriba”, se convierten en un filtro de la corriente que
viene “de abajo”. Concibo el centralismo democrático como una retroalimentación
consciente y regulada entre la base y los “elementos más conscientes” (aquí
no los llamaremos vanguardia ni dirección), una relación dialéctica por la
cual, las propuestas que nacen de “arriba” (o del centro) necesitan,
imperiosamente, ser experimentadas “abajo” (en la periferia o, incluso, fuera
de ella). Sólo la puesta en práctica de una mayoría puede transformar las ideas
en fuerza material, dejando de ser meras ideas, y siendo, a la vez, depuradas
por esa práctica, experiencias depuradas sobre las que puedan construirse las
siguientes propuestas. En el método de los anillos concéntricos, ¿dónde
terminan los elementos más conscientes y empieza la mayoría de los menos
conscientes? ¿Dónde quedan los que consideremos nada conscientes?
En cuanto a la concienciación de
la clase obrera, para su subjetivación, tal como la concibe el texto, parece un
trabajo desde fuera, serio, concienzudo pero… desde fuera, influenciado,
quizás, por la vulgar y socorrida interpretación de la tesis leninista de que
“espontáneamente, por sí misma, la clase obrera no es capaz de llegar a los
conocimientos necesarios para hacer la revolución”. Tiene ese tufillo. Las
afirmaciones del “¿Qué hacer?” leninista han sido sacadas intencionadamente de
contexto en el que y para el cual fueron formuladas. Ha sido uno de los
argumentos postmodernistas más empleados para desprestigiar al gran político.
Elevarlas a categoría, sin embargo, como ha hecho parte de la izquierda autodenominada
marxista-leninista, ha desembocado siempre en estrategias de concienciación
similares a las que hace el poder, aunque en sentido contrario, colocándose, de
cualquier manera, fuera de la clase.
No se puede hablar de elementos
más o menos conscientes, sino conscientes de distinta manera. ¿O no es
plenamente consciente el desahuciado cuando ve llegar al oficial del juzgado?
Tampoco se puede decir que hay dos conciencias de clase distintas, la de la
“vanguardia” que conoce la esencia de los procesos de la explotación y el
camino para combatirla, y la de la base que conoce sólo las consecuencias
concretas y cotidianas de esa explotación. El “en sí y para sí”. No puede
existir la una sin la otra. El paso de una a otra no es un camino lineal. El
reto está en enfrentarlas dialécticamente para alcanzar su síntesis. El reto
está en la praxis. No podemos sustituir una alienación por otra. Tenemos que
ser conscientes de la existencia de “dos mundos políticos”: uno más o menos
“lleno” de política, y otro políticamente casi vacío, pero cargado de lucha por
la vida. No se trata de elementos más o menos conscientes, sino de conscientes
de distinta forma. Ambos se complementan. Uno, el de quienes luchan
directamente por la vida, tiene la conciencia de clase en germen, por lo que es
receptivo y aporta la experiencia. El otro aporta la idea, pone nombre a los
anhelos de la gente, encuadra la experiencia individual y concreta en una
visión global, y la devuelve, contrastada con la práctica de esa misma masa que
parece caminar ciegamente, sin conciencia de sí misma y de lo que representa.
Por eso, creo, hay que
dirigirse, desde el inicio, a la gente, sin intermediarios, saltarse todos
los anillos y llegar al vacío político del que extraer experiencias de lucha
por la vida y, sobre ellas, construir la idea, la conciencia política, la
conciencia de clase. Que lo hayan hecho otros antes que nosotros no nos exime
de intentarlo constantemente, pues la realidad constantemente cambia.
¿Qué hacer con los círculos
intermedios, con los elementos más conscientes? Respetarlos. Que sea la gente,
en todo caso, quien les juzgue. Si nos encontramos en ese camino de “ir a la
gente” honestamente, bienvenidos. Y, si podemos hacer, en adelante, el camino,
juntos, mejor. Y, si hacen demagogia, desenmascararlos.
Y ¿quiénes seríamos “nosotros”?
Lo sabremos cuando empecemos a poner sobre la mesa estos planteamientos. Pero
tampoco esperaríamos a ser muchos para empezar.
¿Cómo llegar a la gente?
En el breve borrador que os hacía
llegar apuntaba algunas cuestiones concretas, aunque poco desarrolladas, sobre
el cómo. Quizá entre lo allí escrito y esto de ahora haya alguna contradicción.
Es posible. No tengo mucho interés en comprobarlo. Pero el pensamiento es así.
El ejercicio mismo de pensar, cuando has hecho tu elección fundamental y
previa, te va llevando detrás de una lógica y de unos objetivos.
Aquí, sí tengo que decir algo
fundamental sobre el con qué.
Hecho en falta, de siempre, entre
las posiciones soberanistas e independentistas cántabras, una valoración
valiente y honesta de cuál sería el precio, para los cántabros
(Cantabria no dejará de ser un ente abstracto), en términos de bienestar, de
igualdad de oportunidades, de desarrollo integral, de sostenibilidad, a pagar
por la conquista de la libertad política colectiva. Dicho de otra manera, cómo
los cántabros conseguirán equilibrar su balanza de pagos con el exterior, cómo
lograrán la independencia energética y alimentaria, cómo alcanzarán la
rentabilidad de sus producciones para hacerlas vendibles, en base a qué factor
elevarán su productividad… Porque si hay que lograrlo a base de aumentar la
carga de trabajo, o de plantar los montes de molinos de viento, o de renunciar
a los pájaros que tenemos en la mano, fruto de la explotación y la dependencia,
a cambio de ciento volando… hay que decirlo. No basta decir lo mal que
estamos con este régimen de dependencia y explotación, sino que hay que hablar
de la realidad futura, de las posibles renuncias a cambio del gran logro, la
libertad. Aquí sí que hay que hacer un trabajo de explicación para ser
creíbles. Hay que ser valientes. Pero no es tan difícil. Nosotros no tenemos
que inventar ideologías para concienciar. Simplemente tenemos que hacer un
análisis objetivo de la realidad y trasmitirlo. A diferencia de la burguesía,
nosotros sí podemos prometer lo que ofrecemos. Pero hay que ser capaces de
demostrarlo.
Hasta aquí mi perorata
estrafalaria y radicalota (¿?). Difícilmente me podréis incorporar a vuestro
debate, lo asumo, pero quede claro que estoy dispuesto. Llevo bastante tiempo
clamando en el desierto y reconozco que no encuentro mucho eco. Sin embargo, la
realidad es tozuda. Así nos luce el pelo. Por eso no dejo de preguntarme,
insisto, ¿por qué, después de tanta dedicación y entrega, de tanta reflexión y
debate, de tanta generosidad por nuestra parte, la gente no confió en nosotros,
no nos siguió, no nos escuchó, siquiera, y prefirió seguir apoyando a quienes
la explotaban, la manipulaban, la embaucaban y seguían ciegamente fortaleciendo
con su apoyo a quienes eran el origen de sus males? Esto es muy serio ¿no? Algo
habremos hecho mal. Y lo tendremos que descubrir y corregir.
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