AMPLIACIÓN,
de Mario, a sus “APUNTES CRÍTICOS”
Porque doy por supuesto “que para
que los y las trabajadoras cántabras nos constituyamos en motor de un cambio
social acorde a nuestros intereses, es estrictamente necesario superar a la
izquierda liberal, y reconstruir la izquierda obrera, recuperando el
pensamiento y la acción en clave socialistas”, no me voy a centrar inicialmente
en analizar sobre cómo hacer esto, en general, sino que dedicaré mi atención al
análisis de cómo hacerlo desde la izquierda obrera. Dicho de otro modo, qué
tenemos que tener en cuenta para reconstruir esta izquierda, que, creo, que es
lo que nos ocupa. No en vano, es lo que tenemos sobre la mesa.
Aclaro: empleo la terminología de
“izquierda obrera”, en lugar de izquierda socialista cántabra, sólo por
simplificar, porque hablamos de un concepto político preciso, no sociológico.
UN MAL ENDÉMICO
Históricamente, los
partidos, tanto de la derecha como de la izquierda, se han autoconsiderado y
comportado, en la práctica, como intérpretes e intermediarios entre las clases
y la realidad, como si ellos mismos no formasen parte de una de las clases. Han
puesto todos los medios a su alcance para que la realidad llegue, a través de
ellos, mediatizada, a la gente. Y la derecha, sobre todo, que ha ocupado más
frecuentemente los gobiernos servidores del poder, ha contado con medios más
potentes y muy poderosos para que la gente dé por buena la interpretación de la
realidad que esos intermediarios le proponen, sumiendo a la gran mayoría de la
población en la perplejidad de aceptar como verdadero lo que está realmente
viviendo, o más bien la explicación que de su propia vida le dan quienes ”están
preparados para ello”, hasta el punto de llegar a convencerse de que éstos
saben más de la vida de la gente que la propia gente. Y la izquierda liberal no
le ha ido a la zaga.
“Los intermediarios”,
algunas veces, se preocupan de “traducir” al lenguaje común su interpretación
de la realidad, pero otras, las más, pasan de hacerlo, empleando un lenguaje
encriptado, rodeado de una aura de sabiduría tal que produce pleitesía general
entre “los no iniciados”. Solamente cuando, en medio de una crisis brutal como
la actual, la mayoría sufre intensamente sus consecuencias, los intermediarios,
los políticos, empiezan a aparecer en la conciencia de la gente, de los “no
iniciados”, como uno de los principales problemas. Hasta entonces habían creído
que podían ser la solución y no la causa de sus males y se deleitaban, como
espectadores, ante el espectáculo que las luchas partidistas les ofrecían.
Tratamos a la gente como si
estuvieran en un estadio inferior, como “elementos menos conscientes”. Y, por
supuesto, no entendemos muchas de sus “borreguiles” aspiraciones, no las
asumimos y las rechazamos. Hasta las despreciamos por retrógradas,
materialistas, colaboracionistas. No nos preocupa que la gente se aleje de
nosotros. Con ellos, sin ellos, contra ellos o, a pesar de ellos, la revolución
la haremos nosotros, los “intermediarios”, “los que sabemos cómo hacerlo”. La
derecha y la izquierda liberal prometen lo que no pueden cumplir. La izquierda
obrera sólo sabe criticarlo todo y, cuando promete, no dice toda la verdad,
oculta el precio que costará conseguir lo que promete, posiblemente porque no
esté del todo convencida de que lo que promete es mejor que lo actual, de que es
viable, y de que pueda ser asumido por la gente. En realidad es porque no cree
que su discurso pueda conectar efectivamente con las aspiraciones de ésta. Si
esto es efectivamente así, ¿de qué estamos hablando? Si se trata de reconstruir
la izquierda obrera, no será sobre estas mismas bases, sino a partir de la
conciencia de que hemos actuado incorrectamente.
A partir de esa toma de
conciencia, ¿cómo construir una alternativa que sirva para reconstruir efectivamente
la izquierda obrera? Será sobre la base de dar el salto, desde nuestra posición
de “intermediarios”, para situarnos en medio de la gente, no en su lugar físico
o geográfico, en sus barrios, en el campo, en las fábricas, que también, sino
en el interior de su conciencia, de sus preocupaciones y aspiraciones y de su
capacidad de entender. ¿Será seguidismo, o “ir al culo de las masas”? Para eso
no hace falta crear una organización ni darle un carácter determinado, dirán
algunos. Hay que ser dialécticos. Se trata de conseguir que la gente nos empuje
conscientemente hacia donde nosotros creemos que nos debe empujar, y para lo
que hemos hecho un trabajo “muy organizado, disciplinado, constante,
meticuloso, bien planificado, con inteligencia”. Parece un juego de
palabras o un círculo vicioso. Pero no lo es. Es una forma real y efectiva de
desarrollar la subjetividad obrera necesaria para hacer la revolución, objetivo
que subsume y va más allá del objetivo del mero reconstruir la izquierda
obrera, porque pretendemos que sean “los y las trabajadoras cántabras quienes
se constituyan en motor” y no sólo una parte de ellos, como sería la “izquierda
obrera”. La gente pasaría a ser el sujeto protagonista. Y nuestro trabajo
consistiría en conseguir que lo llegase a ser. Esto no está reñido con la
necesidad de constituir una organización política socialista cántabra, porque
ese trabajo organizado, disciplinado, etc., inicialmente, no lo va a hacer
cualquiera y, mientra haya clases en
lucha, la mayoría tampoco lo va a hacer, después, espontáneamente. Alguien
tendrá que tirar del carro, mal que nos pese, porque no todos avanzamos a la
misma velocidad.
EL ESPACIO POLÍTICO
Si algo caracteriza a las
distintas organizaciones de la autodenominada izquierda obrera es la
competencia, la disputa del espacio político, considerado éste como votantes de
una cierta tendencia. Generalmente no existe coherencia entre descalificar el
sistema de representación, la ley electoral, por poner un ejemplo, y, luego,
presentarse como candidatos. Y no sólo eso, sino que además se practica
electoralismo puro y duro. Todo ello viene dado por una concepción raquítica
del espacio político, consecuencia de haber asumido que el único terreno en el
que es posible hacer política es el electoral-institucional.
Objetivamente, el espacio político
viene determinado por el lugar que los receptores de nuestro discurso ocupen en
las relaciones de producción, o sea, por la clase a la que pertenezcan.
Habitualmente la izquierda obrera dice dirigirse a todos, pero, en la práctica,
se dirige sólo a los afines, a los concienciados de la propia clase, a los que
están organizados y comprometidos, a los que entienden su lenguaje, a los que
ya tiene “ganados”, y pasa de las demás capas de la población, aunque de asalariados
se trate. De ahí que cada organización trate de conservar a sus seguidores,
“protegiéndolos” en un gueto. De ahí que la organización no se esfuerce en
preparar a todos y cada uno de sus miembros para ser verdaderos tribunos,
bragados polemistas, provocadores de debate. Confunden seguidores con
seguidistas.
Es cierto que, a una realidad
objetiva no siempre corresponde una única subjetividad. Como dije más arriba,
influyen muchos factores en la formación de la conciencia de la gente. Pero
tampoco la objetividad es simple, uniforme y monolítica, sino que es
compleja, presenta matices, solapes, no
ofrece líneas claras de delimitación y nunca es definitiva. No podemos, por
tanto, ser esquemáticos con la objetividad ni sectarios con la subjetividad.
Hasta aquí había yo llegado, ayer
(2 de Abril), en mis reflexiones, siguiendo con mis críticas, cuando me topé
con un artículo en Rebelión que, no por demasiado largo y, en algunos pasajes,
un tanto filosófico, dejó de interesarme, pues coincidía, en muchos aspectos,
con mis planteamientos. El artículo en cuestión lo firmaban dos “veteranos
comunistas catalanes” y me sorprendió, pues no suele ser frecuente encontrar
críticas así en “el mundo de los veteranos comunistas”. Tampoco es que yo
juzgue lo que me dicen por quién me lo dice. Su título es: “una vez más, la
izquierda como problema”, en las sección “la izquierda a debate”. Leédlo, si
tenéis tiempo y ganas.
Hoy (3 de Abril), recibo vuestro
correo y me alegra que entremos en debate. Contestaré, por supuesto, aunque me
lleve tiempo digerir todo lo que me decís.
Empezaré por lo que para mí es
determinante: la gente.
Cuando hablo de “la gente” me refiero a la gran mayoría
apolítica, la
que tiene menos que perder (algo relativo), la que sufre, en mayor o menor
medida, la explotación material y la manipulación intelectual y sicológica, la
que no entiende muy bien todo lo que la pasa, porque no sabe de política, y
desconfía de quienes “tienen ideas políticas”. La que, no obstante, conserva un
básico sentido común y capacidad de discernir, la que no se equivoca cuando
necesita ser conservadora y la que es capaz de arriesgarse en momentos
determinados. La que no sólo incluye a asalariados, a los parados, sino también
a autónomos, a trabajadores intelectuales, a pequeños empresarios y, por
supuesto a mujeres, jóvenes y mayores, a inmigrantes, etc. Hay muchos (no sé
cuántos) asalariados que no se sienten explotados, y muchos (tampoco sé
cuántos) no asalariados que sí lo sienten. Tengo la suerte, por tener bastantes
años y, sobre todo, por “no haberme encerrado en casa”, de haber tratado con
mucha de esa gente que tampoco estaba
encerrada en casa. Y he llegado a la conclusión de que, o es con esa gente o no
haremos posible la revolución.
A toda esa gente, no sólo deberíamos
“estar dispuestos” a dirigirnos y debatir, a “perder el tiempo” con ellos, sino
que considero necesario hacerlo. La conciencia de clase nace, crece y se
fortalece en confrontación con las demás clases, y llega así a alcanzar
dimensión política, porque, en la confrontación, aparece el sistema
explotador y opresor en toda su esencia. No basta con desarrollar la conciencia
en la lucha del obrero con el patrono e, incluso con el gobierno, si no
sobrepasa el ámbito de lo laboral. Y la superioridad moral de la clase obrera
debe manifestarse en la denuncia de cualquier opresión, sea o no el oprimido de
la propia clase.
Poner encima y en el centro de la
mesa esta consideración de la gente, a muchos les parecerá poco ortodoxo. Sobre
todo a los marxistas clásicos y a los “puros” libertarios. Para mí, sin
embargo, es la clave. Y es el punto sobre el que fundamento mi crítica. Poner a
“la gente” en el centro no es una cuestión táctica de cómo llegar a ella, ni
estratégica, “la gente” no es un aliado más, es el aliado por excelencia, la
unidad con una mayoría de “la gente” está por encima de la unidad de las
organizaciones. De ahí lo de dirigirnos sin estos intermediarios.
Puede que estemos de acuerdo o no
en esto de la gente: lo que nos distinguiría, creo yo, es que lo consideremos lo
más importante. Y que, en torno a esa consideración seamos capaces de
diseñar una estrategia y desarrollar la acción. Y, modestamente, creo que sería
un planteamiento nuevo, distinto del que ha ido asumiendo históricamente la
izquierda oficial (también la izquierda obrera) y de lo que la izquierda sigue
practicando. Siguen floreciendo, cada día, multitud de autistas políticos,
demasiados. Lo nuestro sería volver hacia atrás (en el sentido de volver a las
esencias), pero, hoy, representaría algo realmente nuevo, aunque buscar la
novedad no sea lo más importante ni lo único efectivo.
En crear un partido serio,
organizado, trabajador, concienzudo, meticuloso, etc., no pongo el acento,
porque considero que, para cualquiera que tenga alguna experiencia en la lucha
de clases, estará con nosotros en que es imprescindible, es algo de
cajón que no necesita debate. Todos los que desprecian la organización como
instrumento de lucha, o no han experimentado el poder aplastante del enemigo
que tenemos enfrente, o es que se dedican a algo muy distinto de lo que estamos
hablando. Vosotros, sin embargo, sí ponéis (obsesivamente, digo yo) ese acento,
y no sé si es porque lo añoráis, porque lo habéis conocido y lo habéis perdido
y ya no lo encontráis, o es como reacción ante el panorama que os rodea. No
obstante, no olvidemos que el papel lo aguanta todo, y de poco va a servir que
nos presentemos diciendo somos esto o lo otro, porque lo hayamos escrito. De
cualquier manera, supongo que no pretendéis repetir experiencias ya
amortizadas.
La cuestión es ¿para qué ese partido
con esos planteamientos? Porque, después de dejar fijados los objetivos de un
partido socialista cántabro, lo primero será preguntarse cómo hacer que esos
objetivos y aspiraciones calen en mucha gente, la suficiente como para que se
convierta en fuerza material y dejen de ser, las nuestras, meras ideas, porque
las ideas no transforman la realidad, ni siquiera, por si solas, nos
transforman a nosotros mismos, ya que, como parte de esa realidad, somos lo que
hacemos más que lo que pensamos.
Lo de los círculos concéntricos,
aunque no formase parte de vuestro documento, sí figuraba en el correo de presentación
que me envió Pedro. Y, aunque lo matice ahora como una cuestión meramente
práctica y secundaria, yo me centré en ello, porque veo que es una práctica
habitual. Como decía en otro texto, nosotros mismos ya lo intentamos en RAIZ y
no olvidamos los resultados. Creemos que es una forma más rápida y eficaz de
llegar a más individuos. Y nos equivocamos. Creemos que representan lo que
dicen representar y la realidad es que, en la mayoría de los casos, sólo se
representan a ellos mismos.
Creo que, para empezar, hay que
pasar de la gente organizada que no ha hecho una autocrítica como organización.
No vale la personal. La autocrítica colectiva choca con el dogmatismo, tan
extendido, fruto de ese carácter de intérprete de la realidad que se abrogan
los partidos. En muchos casos, militar o haber militado en una organización,
puede ser un hándicap.
Tampoco se trata de ir por ahí
poniendo a parir a la gente organizada por no ser autocrítica. La respetamos,
pero pasamos de ella. Como decía en otro escrito, si nos encontramos con otros
en ese camino de “poner a la gente en el centro” de nuestras intenciones, nos
congratularemos y, si podemos seguir el camino juntos, mejor.
“Haríamos el grupo inicial” con
aquellas personas que coincidan con nosotros en la crítica general que hacemos,
que serán pocas, me temo, pero que serán suficientes para empezar. Yo no
hubiera empezado redactando un texto y pasándoselo a mucha gente. Simplemente
me hubiera dirigido a ellos con una sola pregunta (la que me hago
permanentemente y que os ponía en alguno de mis escritos): ¿Qué hemos hecho mal
nosotros, nuestras organizaciones? Y les pediríamos que respondiesen con
serenidad, sin autoflagelarse, pero con honestidad.
A propósito de mi “excesiva
influencia en el SUC”: creo que es una valoración equivocada, por superficial,
por de manual, o por desconocimiento concreto. Llevo ya mucho tiempo planteando
esto internamente sin obtener grandes éxitos. Como mucho, he logrado, en
ciertos momentos, perturbar a nuestra gente (lo cual me desagrada) porque no
comprendían, quizá por no haber tenido yo la paciencia suficiente, no haber sabido
argumentar con sencillez, o por haber confundido un sindicato con una
organización política, minusvalorando su entrega y dedicación. Reconozco, sin
embargo, que hay gente que “me sigue” por compromiso personal conmigo, no por
convencimiento sobre lo que digo, y eso, que no es desdeñable, es harina de
otro costal. De cualquier manera, soy claramente crítico con el SUC porque lo
conozco a fondo y los factores que han determinado su pérdida de fuerza son
algo más concreto que la descripción que haces, Posición C. El SUC no es una
organización política, aunque tampoco sea un sindicato al uso. Tampoco es sólo un
grupo de amigos. Pero tiene algo de todos esos aspectos.
Nadie tiene que darse por aludido
o directamente atacado (Pedro) porque yo achaque al soberanismo-independentismo,
en general, que no hable “del precio”. No examino a nadie. Permitidme que me
considere un “neoconverso” al cantabrismo y que ponga todavía mis pegas, aunque
lleve ya treinta años (desde ICU) intentando caminar por esa senda, tan distante
de la seguida en mis primeros pasos políticos. Además, creo que es bueno que
alguien haga de abogado del diablo. Porque el cantabrismo socialista no es una
opción más, que se puede elegir alegremente, sino que necesitará argumentos más
claros y contundentes para contrarrestar todos los obstáculos que se nos pongan
delante, que serán muchos. Tenemos que hacer del cantabrismo socialista una
ciencia más que una ideología (entendida ésta como una explicación que no exige
ser contrastada con la realidad). Como bien dice Posición B, no sabemos encajar
la crítica, la consideramos un ataque, cuando lo que pretendemos algunos, al
menos, es construir sobre el reconocimiento de los errores pasados o las
carencias habidas. Y, sí, Posición C, hablo de cosas pasadas, porque sólo se
puede criticar lo pasado. Y espero que veáis en mí una autocrítica honesta,
profunda y seria. ¿Dónde está la vuestra? En vuestras reuniones con Regüelta,
¿a qué autocrítica llegásteis? Permitidme que, aquí, me separe un poco y hable
de vosotros. En lo demás, siempre hablo en plural, porque, por el sólo hecho de
que debatamos sobre esto, ya me identifica con vosotros, aunque diverjamos.
Cuando analizamos la historia y
sus distintos momentos, no basta con relatar los procesos. Para nosotros es
fundamental descubrir las causas, tanto de los éxitos como de los fracasos, y
cuántos de ellos son atribuibles a las organizaciones. Los mismos relatos que
hacéis (historia del M.Obrero, los sindicatos, los partidos, Túnez, Egipto,
etc.) no demuestran que los avances se hayan debido principalmente a la
existencia previa de organizaciones, sino que las organizaciones han surgido, o
se han desarrollado (porque existían en embrión) como consecuencia de la toma
de conciencia de los avances habidos y de la necesidad de evitar los
retrocesos. Organizarse es una tendencia natural cuando uno lucha por objetivos
importantes y contra enemigos poderosos.
No entiendo, del todo, eso de que
la estructura socializa la acción política y sin estructura no hay subjetivización.
La estructura es algo muerto. En el SUC, cada cierto tiempo, reaparece la idea
de que la clave del éxito está en diseñar un correcto organigrama. El resultado
siempre ha sido que el organigrama no movió a las personas. Faltaba algo más. La
estructuración, como acción permanente de estructurar, es distinto, es algo
vivo, flexible, cambiante, capaz de incorporar continuamente nuevos efectivos, y
capaz de someterse también continuamente a la depuración que propongan esos
efectivos nuevos. Son matices, pero significativos.
Tampoco entiendo lo de que sin
recursos suficientes no podamos desarrollar nuestra acción. Eso siempre es
relativo, y las posibilidades de uso de las tecnologías que los avances
científicos y tecnológicos van poniendo a nuestro alcance son una muestra de
ello. Podremos llegar a más o menos gente, pero sí a mucha. Lo importante es
que nos entiendan. No me veo llegando a esa gente con el artículo “el
porvenir del socialismo” en la mano. Y que despertemos su interés. Lo que sí
considero imprescindible es contar con un órgano de expresión propio y
autónomo, todo lo potente que podamos, pero propio y autónomo, que informe
y, sobre todo, que opine, que denuncie sobre esa información, que la
enmarque en un ámbito más amplio, y que la relacione con los
presupuestos fundamentales del sistema. Y que lo hagamos con convencimiento. Eso
sí será hacer política.
Y termino, por hoy, con algo que
es fundamental: socialismo es un concepto universal que engloba muchas formas
de entenderlo y de ponerlo en práctica. Y el cantabrismo también. Dejemos que
la gente depure nuestra concepción sobre ambas cosas. Mejor, solicitémosle que
nos ayude a concretarla. ¿Cómo? Si somos capaces de diseñar el primer paso,
estaremos realmente avanzando.
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