jueves, 25 de julio de 2013

COSNTRUYENDO...6



AMPLIACIÓN, de Mario, a sus “APUNTES CRÍTICOS”

Porque doy por supuesto “que para que los y las trabajadoras cántabras nos constituyamos en motor de un cambio social acorde a nuestros intereses, es estrictamente necesario superar a la izquierda liberal, y reconstruir la izquierda obrera, recuperando el pensamiento y la acción en clave socialistas”, no me voy a centrar inicialmente en analizar sobre cómo hacer esto, en general, sino que dedicaré mi atención al análisis de cómo hacerlo desde la izquierda obrera. Dicho de otro modo, qué tenemos que tener en cuenta para reconstruir esta izquierda, que, creo, que es lo que nos ocupa. No en vano, es lo que tenemos sobre la mesa.

Aclaro: empleo la terminología de “izquierda obrera”, en lugar de izquierda socialista cántabra, sólo por simplificar, porque hablamos de un concepto político preciso, no sociológico.

UN MAL ENDÉMICO

Históricamente, los partidos, tanto de la derecha como de la izquierda, se han autoconsiderado y comportado, en la práctica, como intérpretes e intermediarios entre las clases y la realidad, como si ellos mismos no formasen parte de una de las clases. Han puesto todos los medios a su alcance para que la realidad llegue, a través de ellos, mediatizada, a la gente. Y la derecha, sobre todo, que ha ocupado más frecuentemente los gobiernos servidores del poder, ha contado con medios más potentes y muy poderosos para que la gente dé por buena la interpretación de la realidad que esos intermediarios le proponen, sumiendo a la gran mayoría de la población en la perplejidad de aceptar como verdadero lo que está realmente viviendo, o más bien la explicación que de su propia vida le dan quienes ”están preparados para ello”, hasta el punto de llegar a convencerse de que éstos saben más de la vida de la gente que la propia gente. Y la izquierda liberal no le ha ido a la zaga.

“Los intermediarios”, algunas veces, se preocupan de “traducir” al lenguaje común su interpretación de la realidad, pero otras, las más, pasan de hacerlo, empleando un lenguaje encriptado, rodeado de una aura de sabiduría tal que produce pleitesía general entre “los no iniciados”. Solamente cuando, en medio de una crisis brutal como la actual, la mayoría sufre intensamente sus consecuencias, los intermediarios, los políticos, empiezan a aparecer en la conciencia de la gente, de los “no iniciados”, como uno de los principales problemas. Hasta entonces habían creído que podían ser la solución y no la causa de sus males y se deleitaban, como espectadores, ante el espectáculo que las luchas partidistas les ofrecían.

Tratamos a la gente como si estuvieran en un estadio inferior, como “elementos menos conscientes”. Y, por supuesto, no entendemos muchas de sus “borreguiles” aspiraciones, no las asumimos y las rechazamos. Hasta las despreciamos por retrógradas, materialistas, colaboracionistas. No nos preocupa que la gente se aleje de nosotros. Con ellos, sin ellos, contra ellos o, a pesar de ellos, la revolución la haremos nosotros, los “intermediarios”, “los que sabemos cómo hacerlo”. La derecha y la izquierda liberal prometen lo que no pueden cumplir. La izquierda obrera sólo sabe criticarlo todo y, cuando promete, no dice toda la verdad, oculta el precio que costará conseguir lo que promete, posiblemente porque no esté del todo convencida de que lo que promete es mejor que lo actual, de que es viable, y de que pueda ser asumido por la gente. En realidad es porque no cree que su discurso pueda conectar efectivamente con las aspiraciones de ésta. Si esto es efectivamente así, ¿de qué estamos hablando? Si se trata de reconstruir la izquierda obrera, no será sobre estas mismas bases, sino a partir de la conciencia de que hemos actuado incorrectamente.

A partir de esa toma de conciencia, ¿cómo construir una alternativa que sirva para reconstruir efectivamente la izquierda obrera? Será sobre la base de dar el salto, desde nuestra posición de “intermediarios”, para situarnos en medio de la gente, no en su lugar físico o geográfico, en sus barrios, en el campo, en las fábricas, que también, sino en el interior de su conciencia, de sus preocupaciones y aspiraciones y de su capacidad de entender. ¿Será seguidismo, o “ir al culo de las masas”? Para eso no hace falta crear una organización ni darle un carácter determinado, dirán algunos. Hay que ser dialécticos. Se trata de conseguir que la gente nos empuje conscientemente hacia donde nosotros creemos que nos debe empujar, y para lo que hemos hecho un trabajo “muy organizado, disciplinado, constante, meticuloso, bien planificado, con inteligencia”. Parece un juego de palabras o un círculo vicioso. Pero no lo es. Es una forma real y efectiva de desarrollar la subjetividad obrera necesaria para hacer la revolución, objetivo que subsume y va más allá del objetivo del mero reconstruir la izquierda obrera, porque pretendemos que sean “los y las trabajadoras cántabras quienes se constituyan en motor” y no sólo una parte de ellos, como sería la “izquierda obrera”. La gente pasaría a ser el sujeto protagonista. Y nuestro trabajo consistiría en conseguir que lo llegase a ser. Esto no está reñido con la necesidad de constituir una organización política socialista cántabra, porque ese trabajo organizado, disciplinado, etc., inicialmente, no lo va a hacer cualquiera y, mientra haya  clases en lucha, la mayoría tampoco lo va a hacer, después, espontáneamente. Alguien tendrá que tirar del carro, mal que nos pese, porque no todos avanzamos a la misma velocidad.

EL ESPACIO POLÍTICO

Si algo caracteriza a las distintas organizaciones de la autodenominada izquierda obrera es la competencia, la disputa del espacio político, considerado éste como votantes de una cierta tendencia. Generalmente no existe coherencia entre descalificar el sistema de representación, la ley electoral, por poner un ejemplo, y, luego, presentarse como candidatos. Y no sólo eso, sino que además se practica electoralismo puro y duro. Todo ello viene dado por una concepción raquítica del espacio político, consecuencia de haber asumido que el único terreno en el que es posible hacer política es el electoral-institucional.

Objetivamente, el espacio político viene determinado por el lugar que los receptores de nuestro discurso ocupen en las relaciones de producción, o sea, por la clase a la que pertenezcan. Habitualmente la izquierda obrera dice dirigirse a todos, pero, en la práctica, se dirige sólo a los afines, a los concienciados de la propia clase, a los que están organizados y comprometidos, a los que entienden su lenguaje, a los que ya tiene “ganados”, y pasa de las demás capas de la población, aunque de asalariados se trate. De ahí que cada organización trate de conservar a sus seguidores, “protegiéndolos” en un gueto. De ahí que la organización no se esfuerce en preparar a todos y cada uno de sus miembros para ser verdaderos tribunos, bragados polemistas, provocadores de debate. Confunden seguidores con seguidistas.

Es cierto que, a una realidad objetiva no siempre corresponde una única subjetividad. Como dije más arriba, influyen muchos factores en la formación de la conciencia de la gente. Pero tampoco la objetividad es simple, uniforme y monolítica, sino que es compleja,  presenta matices, solapes, no ofrece líneas claras de delimitación y nunca es definitiva. No podemos, por tanto, ser esquemáticos con la objetividad ni sectarios con la subjetividad.

Hasta aquí había yo llegado, ayer (2 de Abril), en mis reflexiones, siguiendo con mis críticas, cuando me topé con un artículo en Rebelión que, no por demasiado largo y, en algunos pasajes, un tanto filosófico, dejó de interesarme, pues coincidía, en muchos aspectos, con mis planteamientos. El artículo en cuestión lo firmaban dos “veteranos comunistas catalanes” y me sorprendió, pues no suele ser frecuente encontrar críticas así en “el mundo de los veteranos comunistas”. Tampoco es que yo juzgue lo que me dicen por quién me lo dice. Su título es: “una vez más, la izquierda como problema”, en las sección “la izquierda a debate”. Leédlo, si tenéis tiempo y ganas.

Hoy (3 de Abril), recibo vuestro correo y me alegra que entremos en debate. Contestaré, por supuesto, aunque me lleve tiempo digerir todo lo que me decís.

Empezaré por lo que para mí es determinante: la gente.

Cuando hablo de “la gente” me refiero a la gran mayoría apolítica, la que tiene menos que perder (algo relativo), la que sufre, en mayor o menor medida, la explotación material y la manipulación intelectual y sicológica, la que no entiende muy bien todo lo que la pasa, porque no sabe de política, y desconfía de quienes “tienen ideas políticas”. La que, no obstante, conserva un básico sentido común y capacidad de discernir, la que no se equivoca cuando necesita ser conservadora y la que es capaz de arriesgarse en momentos determinados. La que no sólo incluye a asalariados, a los parados, sino también a autónomos, a trabajadores intelectuales, a pequeños empresarios y, por supuesto a mujeres, jóvenes y mayores, a inmigrantes, etc. Hay muchos (no sé cuántos) asalariados que no se sienten explotados, y muchos (tampoco sé cuántos) no asalariados que sí lo sienten. Tengo la suerte, por tener bastantes años y, sobre todo, por “no haberme encerrado en casa”, de haber tratado con mucha de esa gente que tampoco  estaba encerrada en casa. Y he llegado a la conclusión de que, o es con esa gente o no haremos posible la revolución.

A toda esa gente, no sólo deberíamos “estar dispuestos” a dirigirnos y debatir, a “perder el tiempo” con ellos, sino que considero necesario hacerlo. La conciencia de clase nace, crece y se fortalece en confrontación con las demás clases, y llega así a alcanzar dimensión política, porque, en la confrontación, aparece el sistema explotador y opresor en toda su esencia. No basta con desarrollar la conciencia en la lucha del obrero con el patrono e, incluso con el gobierno, si no sobrepasa el ámbito de lo laboral. Y la superioridad moral de la clase obrera debe manifestarse en la denuncia de cualquier opresión, sea o no el oprimido de la propia clase.

Poner encima y en el centro de la mesa esta consideración de la gente, a muchos les parecerá poco ortodoxo. Sobre todo a los marxistas clásicos y a los “puros” libertarios. Para mí, sin embargo, es la clave. Y es el punto sobre el que fundamento mi crítica. Poner a “la gente” en el centro no es una cuestión táctica de cómo llegar a ella, ni estratégica, “la gente” no es un aliado más, es el aliado por excelencia, la unidad con una mayoría de “la gente” está por encima de la unidad de las organizaciones. De ahí lo de dirigirnos sin estos intermediarios.

Puede que estemos de acuerdo o no en esto de la gente: lo que nos distinguiría, creo yo, es que lo consideremos lo más importante. Y que, en torno a esa consideración seamos capaces de diseñar una estrategia y desarrollar la acción. Y, modestamente, creo que sería un planteamiento nuevo, distinto del que ha ido asumiendo históricamente la izquierda oficial (también la izquierda obrera) y de lo que la izquierda sigue practicando. Siguen floreciendo, cada día, multitud de autistas políticos, demasiados. Lo nuestro sería volver hacia atrás (en el sentido de volver a las esencias), pero, hoy, representaría algo realmente nuevo, aunque buscar la novedad no sea lo más importante ni lo único efectivo.

En crear un partido serio, organizado, trabajador, concienzudo, meticuloso, etc., no pongo el acento, porque considero que, para cualquiera que tenga alguna experiencia en la lucha de clases, estará con nosotros en que es imprescindible, es algo de cajón que no necesita debate. Todos los que desprecian la organización como instrumento de lucha, o no han experimentado el poder aplastante del enemigo que tenemos enfrente, o es que se dedican a algo muy distinto de lo que estamos hablando. Vosotros, sin embargo, sí ponéis (obsesivamente, digo yo) ese acento, y no sé si es porque lo añoráis, porque lo habéis conocido y lo habéis perdido y ya no lo encontráis, o es como reacción ante el panorama que os rodea. No obstante, no olvidemos que el papel lo aguanta todo, y de poco va a servir que nos presentemos diciendo somos esto o lo otro, porque lo hayamos escrito. De cualquier manera, supongo que no pretendéis repetir experiencias ya amortizadas.

La cuestión es ¿para qué ese partido con esos planteamientos? Porque, después de dejar fijados los objetivos de un partido socialista cántabro, lo primero será preguntarse cómo hacer que esos objetivos y aspiraciones calen en mucha gente, la suficiente como para que se convierta en fuerza material y dejen de ser, las nuestras, meras ideas, porque las ideas no transforman la realidad, ni siquiera, por si solas, nos transforman a nosotros mismos, ya que, como parte de esa realidad, somos lo que hacemos más que lo que pensamos.

Lo de los círculos concéntricos, aunque no formase parte de vuestro documento, sí figuraba en el correo de presentación que me envió Pedro. Y, aunque lo matice ahora como una cuestión meramente práctica y secundaria, yo me centré en ello, porque veo que es una práctica habitual. Como decía en otro texto, nosotros mismos ya lo intentamos en RAIZ y no olvidamos los resultados. Creemos que es una forma más rápida y eficaz de llegar a más individuos. Y nos equivocamos. Creemos que representan lo que dicen representar y la realidad es que, en la mayoría de los casos, sólo se representan a ellos mismos.

Creo que, para empezar, hay que pasar de la gente organizada que no ha hecho una autocrítica como organización. No vale la personal. La autocrítica colectiva choca con el dogmatismo, tan extendido, fruto de ese carácter de intérprete de la realidad que se abrogan los partidos. En muchos casos, militar o haber militado en una organización, puede ser un hándicap.

Tampoco se trata de ir por ahí poniendo a parir a la gente organizada por no ser autocrítica. La respetamos, pero pasamos de ella. Como decía en otro escrito, si nos encontramos con otros en ese camino de “poner a la gente en el centro” de nuestras intenciones, nos congratularemos y, si podemos seguir el camino juntos, mejor.

“Haríamos el grupo inicial” con aquellas personas que coincidan con nosotros en la crítica general que hacemos, que serán pocas, me temo, pero que serán suficientes para empezar. Yo no hubiera empezado redactando un texto y pasándoselo a mucha gente. Simplemente me hubiera dirigido a ellos con una sola pregunta (la que me hago permanentemente y que os ponía en alguno de mis escritos): ¿Qué hemos hecho mal nosotros, nuestras organizaciones? Y les pediríamos que respondiesen con serenidad, sin autoflagelarse, pero con honestidad.

A propósito de mi “excesiva influencia en el SUC”: creo que es una valoración equivocada, por superficial, por de manual, o por desconocimiento concreto. Llevo ya mucho tiempo planteando esto internamente sin obtener grandes éxitos. Como mucho, he logrado, en ciertos momentos, perturbar a nuestra gente (lo cual me desagrada) porque no comprendían, quizá por no haber tenido yo la paciencia suficiente, no haber sabido argumentar con sencillez, o por haber confundido un sindicato con una organización política, minusvalorando su entrega y dedicación. Reconozco, sin embargo, que hay gente que “me sigue” por compromiso personal conmigo, no por convencimiento sobre lo que digo, y eso, que no es desdeñable, es harina de otro costal. De cualquier manera, soy claramente crítico con el SUC porque lo conozco a fondo y los factores que han determinado su pérdida de fuerza son algo más concreto que la descripción que haces, Posición C. El SUC no es una organización política, aunque tampoco sea un sindicato al uso. Tampoco es sólo un grupo de amigos. Pero tiene algo de todos esos aspectos.

Nadie tiene que darse por aludido o directamente atacado (Pedro) porque yo achaque al soberanismo-independentismo, en general, que no hable “del precio”. No examino a nadie. Permitidme que me considere un “neoconverso” al cantabrismo y que ponga todavía mis pegas, aunque lleve ya treinta años (desde ICU) intentando caminar por esa senda, tan distante de la seguida en mis primeros pasos políticos. Además, creo que es bueno que alguien haga de abogado del diablo. Porque el cantabrismo socialista no es una opción más, que se puede elegir alegremente, sino que necesitará argumentos más claros y contundentes para contrarrestar todos los obstáculos que se nos pongan delante, que serán muchos. Tenemos que hacer del cantabrismo socialista una ciencia más que una ideología (entendida ésta como una explicación que no exige ser contrastada con la realidad). Como bien dice Posición B, no sabemos encajar la crítica, la consideramos un ataque, cuando lo que pretendemos algunos, al menos, es construir sobre el reconocimiento de los errores pasados o las carencias habidas. Y, sí, Posición C, hablo de cosas pasadas, porque sólo se puede criticar lo pasado. Y espero que veáis en mí una autocrítica honesta, profunda y seria. ¿Dónde está la vuestra? En vuestras reuniones con Regüelta, ¿a qué autocrítica llegásteis? Permitidme que, aquí, me separe un poco y hable de vosotros. En lo demás, siempre hablo en plural, porque, por el sólo hecho de que debatamos sobre esto, ya me identifica con vosotros, aunque diverjamos.

Cuando analizamos la historia y sus distintos momentos, no basta con relatar los procesos. Para nosotros es fundamental descubrir las causas, tanto de los éxitos como de los fracasos, y cuántos de ellos son atribuibles a las organizaciones. Los mismos relatos que hacéis (historia del M.Obrero, los sindicatos, los partidos, Túnez, Egipto, etc.) no demuestran que los avances se hayan debido principalmente a la existencia previa de organizaciones, sino que las organizaciones han surgido, o se han desarrollado (porque existían en embrión) como consecuencia de la toma de conciencia de los avances habidos y de la necesidad de evitar los retrocesos. Organizarse es una tendencia natural cuando uno lucha por objetivos importantes y contra enemigos poderosos.

No entiendo, del todo, eso de que la estructura socializa la acción política y sin estructura no hay subjetivización. La estructura es algo muerto. En el SUC, cada cierto tiempo, reaparece la idea de que la clave del éxito está en diseñar un correcto organigrama. El resultado siempre ha sido que el organigrama no movió a las personas. Faltaba algo más. La estructuración, como acción permanente de estructurar, es distinto, es algo vivo, flexible, cambiante, capaz de incorporar continuamente nuevos efectivos, y capaz de someterse también continuamente a la depuración que propongan esos efectivos nuevos. Son matices, pero significativos.

Tampoco entiendo lo de que sin recursos suficientes no podamos desarrollar nuestra acción. Eso siempre es relativo, y las posibilidades de uso de las tecnologías que los avances científicos y tecnológicos van poniendo a nuestro alcance son una muestra de ello. Podremos llegar a más o menos gente, pero sí a mucha. Lo importante es que nos entiendan. No me veo llegando a esa gente con el artículo “el porvenir del socialismo” en la mano. Y que despertemos su interés. Lo que sí considero imprescindible es contar con un órgano de expresión propio y autónomo, todo lo potente que podamos, pero propio y autónomo, que informe y, sobre todo, que opine, que denuncie sobre esa información, que la enmarque en un ámbito más amplio, y que la relacione con los presupuestos fundamentales del sistema. Y que lo hagamos con convencimiento. Eso sí será hacer política.

Y termino, por hoy, con algo que es fundamental: socialismo es un concepto universal que engloba muchas formas de entenderlo y de ponerlo en práctica. Y el cantabrismo también. Dejemos que la gente depure nuestra concepción sobre ambas cosas. Mejor, solicitémosle que nos ayude a concretarla. ¿Cómo? Si somos capaces de diseñar el primer paso, estaremos realmente avanzando.





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