Miedo o seducción, ¿la
polémica del momento? ¿Y la de Pedro Sánchez y sus “barones no?
¿O la machacona aparición de datos sobre la corrupción en el PP?
¿O, sobre todo, nuevas elecciones o gobierno de gran coalición, o
alternativo, o... ¡qué más da!... gobierno de la Troyka?
Me interesa, sobre todo,
la de Podemos y en ella sitúo mi reflexión, porque las otras me
resultan puro teatro, el PSOE no va a pactar con Podemos ni se
abstendrá ante el candidato Rajoy, por esta vez (aunque, dados los
acontecimientos internos, está por ver) y, por tanto, van a haber
nuevas elecciones. ¿Qué cambiará con ellas? Posiblemente nada,
salvo que el PSOE se cargue a Pedro Sánchez y acabe posibilitando
que el PP gobierne. Pero eso aún no ha llegado. ¿Se atreverán?
¿Contribuirán a hundir más al partido?
Podemos camina hacia su
maduración, con todos los retos que ello supone. Pero no se puede
construir una fuerza que pretenda ser transformadora de la realidad
en la que ha nacido, a base de competir en procesos electorales
exclusivamente. O, al menos, permanentemente.
Soy de quienes piensan
que Podemos debería haber abandonado, de inmediato, el “teatro”
electoralista posterior a las elecciones del 20 de diciembre y
dedicarse a sacar conclusiones de su experiencia electoral y
aplicarse en la construcción interna de su propia organización. Lo
de “tomar el cielo por asalto” estaba muy bien como mensaje
ilusionante, “seductor”, para obtener los más votos posibles.
Pero el 20D y, sobre todo, el 26J han dejado claro que el electorado
no estaba preparado para reaccionar valientemente ante las campañas
del miedo desarrolladas por PP, PSOE y Ciudadanos. Quizás sea esta
constatación la conclusión más contundente, más científica, más
cabal sacada por la dirección de Podemos para explicar su decepción
ante los resultados del 26J. Lo extraño es que, siendo un equipo tan
preparado, intelectual y teóricamente, no fuesen conscientes de ello
antes de las elecciones y lo tuvieran presente al diseñar su
estrategia. Por otra parte, la precipitación en la confluencia de
varias organizaciones en Unidos Podemos puede que haya sido otra de
las causas del fracaso electoral. Pero ese es el camino.
En este “momento
interminable” en que nos encontramos (¿hasta cuándo nos tendrán
pendientes de si llegan o no a un pacto o si habrá nuevas
elecciones?), me parece lo más relevante e, incluso, lo fundamental,
que la brecha abierta por Podemos en el panorama político se
consolide, se refuerce y se complemente, desarrollando el otro campo
de debate, trabajo y lucha: el campo no institucional, “la calle”,
como le dicen algunos. La construcción de Podemos, la redefinición
de su estrategia, la concreción de su ideología, el desarrollo de
Unidos Podemos o confluencias similares se muestran fundamentales en
ese proceso. Y, Podemos está perdiendo ya demasiado tiempo sin
ponerse manos a la obra en ese campo, el no institucional,
movilizando al personal. Puede que Podemos no sea, en el futuro, la
clave para que ese sujeto político, apoyado en las instituciones y,
sobre todo en un empoderamiento popular desde la base, se construya y
desarrolle. Pero, en la actualidad, es la opción que tiene más
posibilidades de que lo sea, a pesar de todas las contradicciones que
surgen de su propio seno.
Los resultados del 26J
parecen sugerir que Podemos “ha dado miedo” a una parte
importante de los electores que no tienen el poder, los que sufren
las consecuencias de todas las crisis. Por otra parte, dar miedo a
quienes tienen ese poder no se consigue con palabras altisonantes
sino con propuestas concretas que pongan en peligro o amenacen ese
poder. Y no es en los discursos (que también) sino en las propuestas
donde Podemos tiene que amenazar ese poder. Y, en todo este corto
pero intenso recorrido, sus propuestas han ido perdiendo fuerza
amenazadora. Mi impresión es que han sobrado sonrisas y ha faltado
concreción en los objetivos, en el programa.
Pero la alternativa a ese
“dar miedo” no puede ser la seducción, el buen rollo, el
marketing, “lo sexy”. La seducción, como arte de “persuadir a
otro, con halagos y argucias (o con llamadas al miedo, añadiría
yo), para conseguir algo de él o de ella”, es flor de un día que
se marchita a la primera de cambio, por no estar suficientemente
enraizada y por crecer en campo abiertamente hostil. La alternativa
para quien quiera, de verdad, transformar a fondo la sociedad, es el
convencimiento. Tras los debates electorales se pueden conseguir
fans, hinchas, pero, raramente, seguidores conscientes, hombres y
mujeres dispuestos a cambiar las cosas, empezando por cambiarse ellos
mismos. No hacen falta grandes teorías para explicar la realidad.
Basta con llamar a las cosas por su nombre. Que luego, quien ve las
cosas claras, se conforma con lo que hay y no se implica en intentar
cambiarlo es harina de otro costal. Pero explicar la realidad tal
como es y destapar el engaño a que nos tienen sometidos es posible,
¡claro que lo es! Y es una tarea a la que tendremos que aplicarnos a
fondo y en la que Podemos no se ha empeñado a fondo.
De bastante tiempo atrás,
las izquierdas en general han caído en la trampa del electoralismo
como única vía de hacer política, entendido éste como marketing,
cultura de la imagen, personalización en el candidato, prescindiendo
o demostrando carecer de argumentos que apelen a la razón.
Acomplejadas, como si no confiasen en sus planteamientos, en sus
denuncias, en sus análisis de la realidad. Igual que los partidos de
la derecha y, a falta de argumentos de peso, nos han tratado a los
electores como tontos, como si la realidad que vivimos fuese una
ilusión, y como si las cosas no pudieran cambiar nunca. Es cierto
que, quienes tienen el poder, cuentan con medios muy potentes como
para convencernos de que lo mejor para nosotros, ¡oh paradoja!, es
lo que nos perjudica. O que, en tiempo de crisis, es mejor lo malo
conocido que lo bueno por conocer. Es cierto que la tradición, las
costumbres y, sobre todo, la situación personal de quienes se
sienten menos perjudicados por la crisis que el vecino, influye
mucho sobre el ánimo de la gente. Pero, de ahí a que nos convenzan,
va un trecho y, no digamos si de convencer a todos, se trata. Ni el
socioliberalismo europeo ni el ibexsocialismo español pueden
convencernos a los sufridores de siempre.
La historia de la
humanidad está plagada de avances, a pesar de que, quienes tenían
el poder, usasen todos los medios a su alcance para impedirlos.
Siempre hubo resquicios por los que introducir discursos distintos y
llevar a cabo acciones que enfrentaban el status quo. Así hemos
llegado hasta aquí. Es cierto que uno de los obstáculos más
importantes que tenemos que salvar es esa ansiedad por obtener
resultados inmediatos en todo lo que hacemos. O su correspondiente:
hacer por hacer, sin pretender resultados. La historia nos enseña
que todas las cosas llevan su tiempo, que no se puede “tomar el
cielo por asalto” en cuatro días. Pero también que la evolución
va en una dirección y que no tiene marcha atrás. A pesar del
desconcierto y el hastío actuales, hemos avanzado con respecto a
hace pocos años, mucha más gente está pendiente del desarrollo de
los acontecimientos. Y ser conocedores de ello nos da una dosis de
optimismo.
Hablamos de resquicios,
pequeñas grietas. Y deberíamos desconfiar cuando se nos abren
ventanas enteras y puertas anchas o se nos ofrecen sillas en los
platós y columnas en los periódicos. Una vez en medio del corrillo,
lo más fácil es que nos rodeen y nos calienten el cogote a base de
pescozones, como en el patio del colegio. Había que contar con ello.
¿Es hora de que Podemos
se retire a los cuarteles de invierno? ¿O de que se rearme y
comience a tomar posiciones. Los dos grandes partidos mantienen sus
votos porque están implantados en miels de municipios, pueblos y
barrios. No es cuestión de dejar de ser partisanos o convertirse en
ejército regular. La clave del triunfo partisano ha estado siempre
en conseguir el apoyo de los paisanos del lugar. Dar prioridad a las
alianzas con la gente fue el mensaje que Podemos lanzó en sus
comienzos y es urgente que lo recupere. Lograr que ese discurso se
expanda, llegando hasta los últimos rincones. Esa sería la esencia
de la verdadera nueva política que se pretende y que tanto
necesitamos y de la que habría que hablar con más fundamento y
precisión.
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