Pasaron las elecciones y
las investiduras. Cada cual ha tomado las decisiones que ha creído
oportunas o conformes a su manera de entender la política, a su
ideología, o a los compromisos adquiridos. Y ha llegado el momento
de pasar de las palabras a los hechos. Nos están gobernando. Y, por
los hechos les podremos juzgar.
Manifiesto ser votante de
ACPT, pero, esta vez, he votado en blanco, lo confieso. No he sido
capaz de elegir. Y es que también comulgo, desde hace mucho tiempo,
desde mucho antes de que Podemos naciese, con los principios sobre
los que se presentó esta formación: “Hay que buscar la unidad con
la mayoría de la gente”, “no a las sopas de siglas”, “hay
que dar el poder al Pueblo”, “hay que dejarle participar, más
allá del voto cada cuatro años, más allá de escucharlo cuando
llegan las elecciones”, “hay que darle la oportunidad de
decidir”... Pero una cosa es predicar y otra dar trigo. Y parece
claro que no debe ser fácil dar ese paso.
Además, he votado en
blanco porque ni ACPT, ni Podemos (Torrelavega Puede) responden hoy a
la idea que me había hecho de ambas formaciones. Posiblemente, la
culpa o el error sean míos. Lo siento.
Lo de la investidura es
otra cuestión. Ya dí mi opinión. Y quiero dejar claro que no
comparo a ACPT con el PSOE. Ni mucho menos. Respeto sus decisiones,
aunque algunas no las comparta. Pero la negociación habida ha
crispado a más de uno, hasta el punto de llegar a oír que “ACPT
ha apoyado al GAL”. Y tampoco es eso. Pero resulta chocante que
ACPT tenga conversaciones con quien le obligaba a dar sus ruedas de
prensa en la calle; con quien durante años, ha estado mareando la
perdiz en temas como las mercancías peligrosas o el transformador de
Lasaga Larreta, entre otras cuestiones; o con quien se ha apresurado
a decir que el centro de emprendedores es irrenunciable. Y, todo
ello, sin olvidar otras decisiones históricas del PSOE como el tema
de la cantera de Solvay en el Dobra, por ejemplo, y otras de menor
alcance, pero importantes, como lo de la Carmencita del PRC. Sentarse
a hablar, intercambiarse propuestas, llegar a acuerdos, sólo se hace
cuando se confía en la palabra del interlocutor. O cuando no se
tiene más remedio que pactar para sobrevivir. Los sindicalistas
sabemos algo de esto. Si el PSOE necesitaba apoyos para recuperar la
alcaldía era su problema. ACPT, a partir de ahora, está obligada
comprobar si sus interlocutores cumplen con la palabra dada y a
denunciar sus incumplimientos.
Quería cerrar este
debate y dejar claras estas cuestiones antes de pasar al fondo de
este artículo, y que se refiere a mi crítica a la política
tradicional de las izquierdas, de la izquierda en general, sin aludir
a nadie en particular, porque de algunos de los rasgos que denuncio,
en mayor o menor grado, suelen participar todas. Lo vengo haciendo
desde hace mucho tiempo, y los hechos, en mi opinión, están
avalando mis críticas.
En estos momentos, nadie
está obteniendo la mayoría suficiente para el cambio, el
bipartidismo está tocado pero no hundido, la gente no ha cambiado
masivamente su voto, a pesar de su deseo de cambio, y sigue habiendo
opciones minoritarias que no acaban de despegar. Esto nos obliga a
seguir reflexionando, a preguntarnos por qué esto ocurre, a “tener
la radio encendida”, a escuchar, a reivindicar, al mismo tiempo, el
derecho a expresar lo que uno siente, aun a riesgo de ser tildado de
las cosas más contradictorias. Las críticas, aún las
constructivas, duelen pero no por eso hay que insultar a quienes las
hacen.
De las políticas de
derechas (que no se encuentran sólo en el PP) no voy a opinar mucho.
Sólo decir que siempre mienten porque nunca pueden cumplir lo que
prometen al Pueblo, ya que aquellos a quienes sirven y representan,
son insaciables y su beneficio lo obtienen de explotar a los demás.
No se puede servir a dos señores al mismo tiempo.
Por el contrario, me
interesa hablar de la izquierda que es la única fuerza que puede
transformar la sociedad.
La noche del referendum
griego, una histórica dirigente del PSOE decía que era igual de
democrático el referendum griego que cambiar el artículo 135 de la
Constitución mediante un pacto nocturno PSOE-PP, que luego llevarían
al Congreso para cumplir el ritual. Es poner las formas por encima
del contenido. Israel puede, democráticamente, masacrar el pueblo
palestino y Aznar apoyar la guerra de Irak siempre que lo haga
guardando las normas de la democracia. Han caído en la trampa de la
democracia formal burguesa que tanto sirve a los intereses del
capital. Y, en lo de Grecia, Pedro Sánchez sólo sabe repetir que
hay que cumplir las normas, igual que Rajoy.
Mucho ha circulado el
término “casta”, de un tiempo a esta parte, hasta convertirlo en
el blanco de los comentarios más diversos. Pero nadie ha precisado
cuál es el significado concreto que quiere dar a esta palabreja.
¿Por qué hablar de casta y no de clase? En general, el término
casta hace referencia a un tipo de sociedad en la que los distintos
grupos sociales permanecen separados, de hecho y de derecho, y en la
que unas castas dominan sobre las demás. En la India, por ejemplo,
refiere a grupo social de una unidad étnica mayor, que se diferencia
por su rango, que impone los matrimonios dentro de la casta, y donde
la pertenencia a ella es un derecho de nacimiento. En otras
sociedades, casta es un grupo formado por una clase especial que
tiende a permanecer separada de las demás por su raza, religión o
status social. En nuestra sociedad, las castas, como algo blindado,
cerrado e inaccesible, nos dicen que no existen. De hecho, siempre
nos dijeron que, mediante el esfuerzo, todos los ciudadanos y
ciudadanas podemos “ascender” de clase social. Y nos lo hemos
creído.
Ahora bien, si las clases sociales no son un coto
cerrado, ¿tienen límites? ¿se mezclan? ¿se solapan? ¿dónde
termina una y comienza la otra? Quienes han denunciado la existencia
de una casta contra la que hay que ir, no han dicho, con precisión,
quiénes forman parte de esa casta. ¿Qué les caracteriza? ¿qué
les hace diferentes? Y, sobre todo, ¿qué les hace tan odiosos? Y
tampoco dicen si hay más de una casta. Entiendo que su ambigüedad
es sólo una táctica para sumar una gran mayoría pero produce
confusión.
Con motivo de la pasada Huelga General fallida en
Torrelavega, en el Sindicato Unitario nos preguntábamos cómo era
posible llegar a acuerdos con comerciantes y pequeños empresarios si
nuestra experiencia nos demostraba que eran éstos quienes más se
estaban aprovechando de la Reforma Laboral en contra de sus
trabajadores. ¿Pertenecen estos empresarios a “la casta”? El
intento de excluirlos de la casta y englobarlos en “esa mayoría
necesaria para lograr el cambio” claramente ha fracasado. La
historia demuestra que el pequeño empresario, cuando se siente
angustiado, prefiere echarse en brazos de quien le está estrujando,
el gran empresario, antes que apoyarse en los trabajadores.
Recordemos la Alemania de 1931. Quienes han intentado sumarlos a esa
gran mayoría está claro que no han conseguido “engatusarlos”.
Lo de sustituir “derecha e izquierda” por
“arriba y abajo” tampoco ha dado resultado. Y es que es muy
relativo. La gente lo tiene claro. Unos encima de mí, otros debajo.
Cada uno mira arriba y abajo desde donde está y se convierte así en
la línea que separa ambos tramos. Y hay muchos “cadaunos”. La
distinción es relativa y, por lo tanto, ambigua. La distinción
entre asalariados y no asalariados es más objetiva.
Sí creo que hay más de una casta. Quizá sean
pequeñas castas, pero castas, en definitiva. “Castucas” diríamos
en Cantabria.
Y no sólo en lo social, las hay también en
política, en general, y en la izquierda, en particular.
Hay un sector de la izquierda que siempre ha
preferido “mantener intactos sus principios ideológicos” antes
que mojarse, buscando soluciones inmediatas (aunque, es cierto, no
definitivas) para aquellos a quienes pretende representar.
Obsesionados con mantener sus ideas puras, al final se quedan con
“puras ideas” que, ellas solas, no sirven para cambiar la
realidad. Confunden el cambio de chaqueta con el recorte de mangas
cuando llega el verano para soportar el calor. Ignoran lo que pasa a
su alrededor, el cambio de las estaciones, que después del Otoño
suele venir el Invierno, no les importa, encerrados en su búnker
ideológico, se conforman con mantener sus ideas impolutas, sin
mancharlas, sin contrastarlas con la realidad, esperando un momento
que nunca llegará, y con la pretensión de que, si llega, serán
ellos quienes se pongan al frente para indicarnos a los demás el
camino. Son una casta o, más bien, una “castuca”. Desde su
pedestal, critican a los demás, los llaman traidores, incluso les
atacan. Pertenecen a la santa iglesia ortodoxa del socialismo y el
comunismo.
Los últimos acontecimientos de Grecia ofrecen un
ejemplo claro de lo que estoy diciendo. No ha habido, en toda la
historia de la Unión Europea un empoderamiento del pueblo como el
que se ha producido en Grecia. A todos nos ha sorprendido el NO del
referendum. No han hecho la revolución, por supuesto, y seguro que
van a seguir sufriendo mucho. Pero se han atrevido, siendo un pueblo
tan pequeño, con el gigante Goliat europeo. ¡Cuántos hubiésemos
querido que Zapatero y Rajoy, al menos, lo hubiesen intentado! Y, al
lado de ese pueblo o, mejor, frente a ese pueblo, ¡¡el Partido
Comunista Griego proponiendo el voto nulo!! Si han analizado lo que
estaba pasando (lo cual dudo), se han equivocado, como esas encuestas
que se hacen desde los despachos, sin pisar la calle. Y si
sospechaban lo que iba a pasar, peor aún. Sin duda, el tiempo les
pasará factura.
Y, por supuesto, esa izquierda no se libra de luchas
internas, de manipulaciones, de sectarismos, de purgas, de disputas
por el poco poder a que tienen acceso. Fomentan que sus seguidores
insulten, descalifiquen al contrario, sin darles razones para ello.
Dentro de esa “castuca”, a su vez, hay castas más pequeñas que
se reproducen continuamente y se suceden a sí mismas. Es una
política casposa, vieja, muy usada, siempre ajena a lo que siente la
gente, que les hace a ellos ser eternamente minoritarios, y que sólo
le rinde beneficios a la derecha, como históricamente se viene
demostrando. Al parecer, a algunos les cuesta mucho abandonar esa
política casposa, aunque nos estén machacando, todos los días,
diciendo que están haciendo lo contrario. El papel lo aguanta todo.
Y los discursos también.
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