Un
reciente estudio revela que la mitad de los votantes de Podemos e IU
no creen en Dios. No aclara el estudio si los votantes creyentes de
PP, PSOE y Ciudadanos, que son mayoría, creen en el Dios de la
Santísima Trinidad o, más bien, en el dios-dinero u otros dioses.
El
histórico himno de la izquierda, la Internacional, afirma que “ni
en dioses, reyes ni en tribunos está el supremo salvador”,
entendiendo por tribuno a un “orador político que mueve a la
multitud con elocuencia fogosa y apasionada” (Diccionario RAE). O
sea, un piquito de oro, un encantador de serpientes o, simplemente,
un charlatán. O, siendo más benigno, un político con poder de
persuasión.
Las
acampadas del 15-M, curiosamente, recuperaron la “vieja”
conciencia que, durante décadas, los trabajadores y los pueblos, en
general, tuvieron presente en sus luchas y organización. Todavía
resuenan en nuestros oídos los debates, en aquellas interminables
asambleas, sobre si había que elegir o no representantes o,
simplemente, dotarse de meros portavoces: ninguna de esas
posibilidades prosperó, “nosotros mismos realicemos el esfuerzo
redentor”. Ni líderes ni, mucho menos, líderes indiscutibles.
La fiebre quincemayista,
en esto como en otras muchas cosas, exageraba, pero apuntaba
claramente en una dirección: todo el “aparato político
tradicional”, basado en estructuras jerárquicas y piramidales, NO
NOS REPRESENTA. Y esa corriente, esa necesidad de cambio, parece
haber contagiado a todos los partidos, muy a su pesar de algunos. El
que más o el que menos afirma que desea el cambio y que está
tomando medidas, lanzándose al cuello de todo aquél al que se le
coge en un renuncio.
En las últimas semanas,
se ha sentado en el centro del debate mediático la polémica sobre
la confluencia de Podemos, IU y los demás. Salvo algunas nimiedades
sobre las incongruencias de la Alcaldía de Madrid, los ataques
directos a Podemos han bajado en intensidad. Los medios “más
abiertos”, generalmente proclives a favorecer al PSOE, tratan de
encender el debate entre Pablo Iglesias y Alberto Garzón, dejando al
descubierto las incoherencias y malos modos del primero, y la
debilidad del segundo. La estrategia comunicativa es clara:
desprestigiar a estos dos líderes y sus partidos, desanimar a
quienes suspiran por el cambio, para conseguir que “vuelvan a casa”
los votos socialistas perdidos y que todo siga igual.
En parte, es cierto que
Iglesias y Garzón están dando pie a que se les critique. Iglesias
porque actúa como un líder personalista e indiscutible, muy lejos
de la filosofía del 15-M que dice haber asumido, y Garzón porque
olvida que, durante meses, IU ha puesto siempre, como condición para
la confluencia, que sus siglas deberían aparecer. El partido por
encima de todo.
Ambos cambios de posición
tienen su explicación tras los resultados electorales del 24-M.
Podemos aparece muy lejos de poder llegar a gobernar, de “ganar”
las elecciones generales, e IU porque ha visto las orejas al lobo de
la desaparición. Podemos está cerrando filas para consolidarse como
organización, para ganar en el futuro, pero no ahora, ejerciendo un
control “democrático y férreo (¿?)” sobre sus candidatos; e IU
porque, a falta de consenso interno, para el sector en que se apoya
Garzón incluirse en alguna de las plataformas abiertas que se puedan
crear es su única salvación.
¿Deberían Podemos e IU
llegar a acuerdos antes de las elecciones? Por supuesto. Una mayoría
de gente lo desea. Pero esa no es la pregunta. ¿Llegar a acuerdos
sobre qué? ¿Sobre siglas y reparto de poder? No, sino sobre una
forma distinta de hacer política, dicen ambos. De acuerdo. Pero
¿cómo entienden esa nueva forma de hacer política? Para Podemos se
trata de alcanzar la unidad con la mayoría de la sociedad, no con
los partidos que, al margen de los votos que obtengan, como
organizaciones agrupan a una parte minúscula de la población, un
millón, entre todos, menor aún si se trata de la izquierda
minoritaria o emergente. IU, que se sepa, no llega a plantearse como
imperiosa la necesidad de unirse con la gente, aunque se le pueda dar
por supuesta.
¿Qué está haciendo
Podemos para ser, efectivamente, una “herramienta al servicio de la
gente”? ¿Cerrar filas en torno a su líder indiscutible? ¿Tienen
las voces críticas surgidas en su interior alguna posibilidad de ser
tenidas en cuenta? ¿Hay “vida ciudadana” más allá de internet?
Como he dicho en repetidas ocasiones, creo que la izquierda
consecuente debe hacer autocrítica y buscar fórmulas para recuperar
el apoyo de la gente. Pero eso no se improvisa, después de tantos
años de autismo, de creerse poseedores de la verdad absoluta, de
tratar a la gente como ignorantes borregos seguidores de la
televisión. Y va a llevar tiempo, incluso si nos esforzamos
seriamente en conseguirlo. Entiendo la estrategia de Podemos de
fiarlo todo a las próximas elecciones generales. Tienen, además, la
disculpa de que ellos no marcan el calendario electoral y que la
ocasión hay que aprovecharla. De acuerdo. Pero eso no está reñido
con potenciar las asambleas de base, los círculos. Antes, al
contrario, el éxito de su estrategia electoral pasará, siempre, por
contar con unos círculos fuertes, protagonistas, decisorios. Si no,
pasar del 15% va a ser difícil. Y ganar, ni por asomo. El último
aviso serio de lo que puede pasar en el futuro inmediato es la
abstención en sus recientes primarias. Es significativo que Pablo
Iglesias, en su empeño por controlar el futuro grupo parlamentario,
sólo incluya en “su” lista 65 nombres (el 18%), renunciando a
luchar por los 285 restantes.
El reto que debe plantear
Iglesias a Garzón (porque Podemos, en contra de lo que está
pasando, debería llevar la iniciativa) es si, de verdad, está
dispuesto a trasladar a la gente el poder de decidir sobre
candidaturas, programa y funcionamiento futuro. Y buscar
conjuntamente, colectivamente, cómo hacerlo. No como dioses ni
tribunos. ¿Eso implica la necesaria desaparición de los partidos
que pongan en marcha el movimiento? No. Antes al contrario, deberán
ser los garantes de que dicho movimiento sea escrupulosamente
democrático en su creación y desenvolvimiento posterior. Que el
movimiento pase a ser el auténtico protagonista.
Aún hay tiempo, pero
queda poco. Y el PSOE frotándose las manos. Y, por supuesto, el PP.
Y una gran mayoría aferrándose a la incierta ilusión que la
situación ha despertado. ¡Claro que podemos! Pero, en plural, y con
pe minúscula.
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