La Casta Susana es un
personaje bíblico, símbolo de la pureza, la fidelidad y la
integridad personal.
Cuenta la leyenda que
Susana era una mujer muy hermosa, casada con un hombre influyente, a
la que dos hombres viejos, jueces populares, para más inri, tratan
de chantajear si no accede a sus deseos libidinosos. Existen varias
versiones del episodio: unas, que Susana estaba desnuda, bañándose,
cuando los dos ancianos la sorprenden; otras, que los dos la acechan
y sorprenden paseando; y, todas, que la amenazan con denunciar
haberla sorprendido, yaciendo con un joven, si no accede a sus
lujuriosos deseos. Según la leyenda, Susana se encuentra en una
difícil disyuntiva: o accede a los deseos de los viejos, para eludir
el escarnio público, o se niega para no pecar y ser fiel a su marido
y, sobre todo, a su dios y a sus principios. Y escoge esto último.
La historia, cuyo desenlace no hace al caso relatar, termina bien, de
tal manera que los viejos son condenados y Susana pasa a ser el
prototipo de mujer honesta e íntegra que pone por delante sus
principios, aún a costa de arriesgarse a ser condenada públicamente.
A la luz de los últimos
acontecimientos vividos en el PSOE y de su trascendencia política,
es inevitable caer en la tentación de establecer paralelismos,
contrastes y contradicciones entre la historia bíblica y la
situación que enfrentan los socialistas. Aunque no sea más que por
la coincidencia en el nombre de la protagonista, Susana, el
calificativo de casta, su pertenencia a un estrato social influyente,
y su colaboración con viejos barones que utilizan su poder para los
fines más abyectos.
La socialista andaluza
también se resiste a desnudarse, aunque por otros motivos. No acaba
de desvelar cuáles son sus verdaderas intenciones, aunque se la vea
el plumero. Habla en nombre de todos los andaluces, con un tono más
maternal que político. Por contra, su relación con los viejos
barones de su partido es de complicidad y sumisión. Se postra ante
Felipe González como si fuera su dios, aún a pesar de que éste,
hipócritamente, niegue serlo. En contraste con la Susana bíblica,
utiliza la influencia y el poder que le otorga su situación
política, como líderesa de la agrupación más importante del
partido, para maniobrar subterráneamente, aliándose con los viejos
barones socialistas, accediendo a sus inconfesables pretensiones (que
también son las suyas) de quitar de en medio el obstáculo que
representa el exsecretario general, Pedro Sánchez, para el
mantenimiento de sus privilegios. Y, por supuesto, desoye o, mejor
dicho, no deja hablar a quien debería ser el dios de todo
socialista: el pueblo, la gente, los militantes de su partido. Susana
Díaz reniega de sus principios socialistas para mantener su status y
dar rienda suelta a su ambición.
Susana Díaz no es la
bíblica casta Susana precisamente. En todo caso diríamos que es
Susana “de la casta”, aunque ponga el grito en el cielo al
escucharnos.
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