sábado, 8 de octubre de 2016

EL 135, LA LÍNEA ROJA

El artículo 135 de la Constitución fue modificado mediante un pacto entre el PSOE de Zapatero y el PP de Mariano Rajoy. La modificación consistió en introducir, como prioridad absoluta, en los Presupuestos de las administraciones y en la acción de gobierno, el pago de la deuda con las entidades de crédito, fundamentalmente extranjeras, aunque también nacionales. Ello significa que la satisfacción de las necesidades de la gente queda en segundo término y que se acometerá sólo “si se puede”.

Aunque parezca simplista y esquemático, aceptar o no este principio es lo que, de verdad, distinguirá una “política para las personas” de otra que sólo atiende a las “cuestiones de estado”, a los grandes intereses, a los intereses de los grandes y, rechazarlo será lo que, tanto unos y otros, repiten, una forma distinta de hacer política.

¿Dónde ha quedado la derogación del artículo 135 introducida por Zapatero y Rajoy? ¿Alguien está escuchando en los debates actuales algo que haga referencia a esa cuestión? ¿Alguien se está manifestando a favor o en contra? ¿Alguien nos está recordando que el paro y los recortes habidos en sanidad, educación y dependencia tiene que ver, precisamente, con la imposición por ley de pagar antes los intereses de la deuda que satisfacer las necesidades de la gente?

Pero, plantear como línea roja la derogación del 135, en su redacción actual, no es más simplista y esquemático que plantear la disyuntiva entre la conveniencia de una “gran coalición” (PP, PSOE y Ciudadanos) y una “coalición de progreso y reformista” (PSOE, Podemos. IU-UP, Compromís...), máxime cuando el acuerdo PSOE-C's también se define como “reformista y de progreso”. Las palabras lo aguantan todo, pero ninguno plantea la verdadera línea roja. Y ya empezamos a estar hartos de tan falso debate.

Otra cosa será ver cómo se cumple con el Pacto de Estabilidad, cómo se negocia con la UE, cómo se interpretan y sortean sus imposiciones, como se clasifica la deuda, cómo se prioriza el pago de unas deudas sobre otras y, sobre todo, cómo se aumentan los ingresos del Estado para atender a las necesidades de la gente, y cómo se obtienen ingresos exteriores cuando los interiores no alcancen. En todo esto juega mucho el posibilismo y la frialdad con que se planteen las cosas, y una muestra clara la tenemos en los concursos de acreedores de las empresas, donde éstas dejan de pagar, y donde los acreedores aceptan quitas, a veces muy cuantiosas, con tal de que la empresa mantenga su actividad y les siga comprando sus productos. ¿Por qué con los estados no puede suceder lo mismo? El tan manoseado ejemplo de Grecia no nos vale, porque se trataba de una economía pequeña, y era poco arriesgado para la UE y la Alemania de Merkel que, al final, Grecia se fuera del euro. Era un símbolo, se trataba de dar un escarmiento y un aviso a navegantes. Con Grecia podían. El caso de España, todos coinciden, no es comparable.

Y una cosa es resignarse, aceptando que “las cosas están así y no se pueden cambiar” y otra, muy distinta, rebelarse y buscar las formas y los medios para intentar cambiarlas. ¿Alguien habla ya de cambiar lo fundamental? ¿Ya nadie está convencido de que es necesario cambiarlo?

Es cierto que, electoralmente, es arriesgado plantear estas cosas, dado el miedo que los voceros de la opinión pública tratan de meternos en el cuerpo, pero también lo es, o más, ocultarlas, porque, en cuanto pasen las elecciones, van a seguir estando ahí, y quien gobierne va a tener que elegir entre aceptarlas sumisamente y seguir aplicando recortes o buscar la forma de cambiarlas para evitarlos. Falta valentía y sobra electoralismo.

“Doscientas medidas reformistas” son calderilla frente al principio fundamental de hacer política para la gente. Ante todo, y pase lo que pase, para la gente.

Desde mi punto de vista, Podemos, IU, Compromís... desde la misma noche electoral, deberían haber reconocido: “No hemos conseguido tomar el cielo por asalto, aunque lo hemos intentado, está claro que la gente todavía no está preparada para asumir nuestras propuestas, y vamos a quedarnos en la oposición” y, por supuesto, “vamos a dejarnos la piel en conseguir que, cada vez, haya más trabajadores y trabajadoras que comprendan dónde está la raíz del problema, aunque nos lleve tiempo, y lo conseguiremos, porque nosotros no engañamos a la gente con falsos discursos”, “la ocasión se presentaba propicia para intentarlo, pero esta no va a ser la última oportunidad y estamos acostumbrados a esperar”. “Que el PP, PSOE y Ciudadanos se entiendan, que, al final, lo van a hacer, y que sigan ellos engañando a la gente”.

Entiendo que estas fuerzas de izquierda se han dejado meter en un callejón sin salida, entre elegir coaligarse con un PSOE que ya no hace política de izquierdas y, ni siquiera progresista, o aparecer como los culpables de que la gente tengamos que ir nuevamente a votar, cosa que nadie dice querer. Corregir es de sabios y asumir las consecuencias de honestos. Y los motivos de nuestra indignación están ahí y no van a desaparecer con un mero cambio de gobierno.

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