El artículo 135 de la
Constitución fue modificado mediante un pacto entre el PSOE de
Zapatero y el PP de Mariano Rajoy. La modificación consistió en
introducir, como prioridad absoluta, en los Presupuestos de las
administraciones y en la acción de gobierno, el pago de la deuda con
las entidades de crédito, fundamentalmente extranjeras, aunque
también nacionales. Ello significa que la satisfacción de las
necesidades de la gente queda en segundo término y que se acometerá
sólo “si se puede”.
Aunque parezca simplista
y esquemático, aceptar o no este principio es lo que, de verdad,
distinguirá una “política para las personas” de otra que sólo
atiende a las “cuestiones de estado”, a los grandes intereses, a
los intereses de los grandes y, rechazarlo será lo que, tanto unos y
otros, repiten, una forma distinta de hacer política.
¿Dónde ha quedado la
derogación del artículo 135 introducida por Zapatero y Rajoy?
¿Alguien está escuchando en los debates actuales algo que haga
referencia a esa cuestión? ¿Alguien se está manifestando a favor o
en contra? ¿Alguien nos está recordando que el paro y los recortes
habidos en sanidad, educación y dependencia tiene que ver,
precisamente, con la imposición por ley de pagar antes los intereses
de la deuda que satisfacer las necesidades de la gente?
Pero, plantear como línea
roja la derogación del 135, en su redacción actual, no es más
simplista y esquemático que plantear la disyuntiva entre la
conveniencia de una “gran coalición” (PP, PSOE y Ciudadanos) y
una “coalición de progreso y reformista” (PSOE, Podemos. IU-UP,
Compromís...), máxime cuando el acuerdo PSOE-C's también se define
como “reformista y de progreso”. Las palabras lo aguantan todo,
pero ninguno plantea la verdadera línea roja. Y ya empezamos a estar
hartos de tan falso debate.
Otra cosa será ver cómo
se cumple con el Pacto de Estabilidad, cómo se negocia con la UE,
cómo se interpretan y sortean sus imposiciones, como se clasifica la
deuda, cómo se prioriza el pago de unas deudas sobre otras y, sobre
todo, cómo se aumentan los ingresos del Estado para atender a las
necesidades de la gente, y cómo se obtienen ingresos exteriores
cuando los interiores no alcancen. En todo esto juega mucho el
posibilismo y la frialdad con que se planteen las cosas, y una
muestra clara la tenemos en los concursos de acreedores de las
empresas, donde éstas dejan de pagar, y donde los acreedores aceptan
quitas, a veces muy cuantiosas, con tal de que la empresa mantenga su
actividad y les siga comprando sus productos. ¿Por qué con los
estados no puede suceder lo mismo? El tan manoseado ejemplo de Grecia
no nos vale, porque se trataba de una economía pequeña, y era poco
arriesgado para la UE y la Alemania de Merkel que, al final, Grecia
se fuera del euro. Era un símbolo, se trataba de dar un escarmiento
y un aviso a navegantes. Con Grecia podían. El caso de España,
todos coinciden, no es comparable.
Y una cosa es resignarse,
aceptando que “las cosas están así y no se pueden cambiar” y
otra, muy distinta, rebelarse y buscar las formas y los medios para
intentar cambiarlas. ¿Alguien habla ya de cambiar lo fundamental?
¿Ya nadie está convencido de que es necesario cambiarlo?
Es cierto que,
electoralmente, es arriesgado plantear estas cosas, dado el miedo que
los voceros de la opinión pública tratan de meternos en el cuerpo,
pero también lo es, o más, ocultarlas, porque, en cuanto pasen las
elecciones, van a seguir estando ahí, y quien gobierne va a tener
que elegir entre aceptarlas sumisamente y seguir aplicando recortes o
buscar la forma de cambiarlas para evitarlos. Falta valentía y sobra
electoralismo.
“Doscientas medidas
reformistas” son calderilla frente al principio fundamental de
hacer política para la gente. Ante todo, y pase lo que pase, para la
gente.
Desde mi punto de vista,
Podemos, IU, Compromís... desde la misma noche electoral, deberían
haber reconocido: “No hemos conseguido tomar el cielo por asalto,
aunque lo hemos intentado, está claro que la gente todavía no está
preparada para asumir nuestras propuestas, y vamos a quedarnos en la
oposición” y, por supuesto, “vamos a dejarnos la piel en
conseguir que, cada vez, haya más trabajadores y trabajadoras que
comprendan dónde está la raíz del problema, aunque nos lleve
tiempo, y lo conseguiremos, porque nosotros no engañamos a la gente
con falsos discursos”, “la ocasión se presentaba propicia para
intentarlo, pero esta no va a ser la última oportunidad y estamos
acostumbrados a esperar”. “Que el PP, PSOE y Ciudadanos se
entiendan, que, al final, lo van a hacer, y que sigan ellos engañando
a la gente”.
Entiendo que estas
fuerzas de izquierda se han dejado meter en un callejón sin salida,
entre elegir coaligarse con un PSOE que ya no hace política de
izquierdas y, ni siquiera progresista, o aparecer como los culpables
de que la gente tengamos que ir nuevamente a votar, cosa que nadie
dice querer. Corregir es de sabios y asumir las consecuencias de
honestos. Y los motivos de nuestra indignación están ahí y no van
a desaparecer con un mero cambio de gobierno.
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