sábado, 8 de octubre de 2016

¿VENDER EL VOTO POR "SENTIDO DE ESTADO?

Efectivamente, lo del “sentido de Estado” parece que lo tiene que justificar todo. Es un mantra que, para la mayoría de la población, es algo que hay que aceptar, aunque no se entienda exactamente lo que es, algo que se da por supuesto, algo que tranquiliza, que sirve para dar sentido a todo lo negativo que atormenta nuestras vidas.

Son (somos) pocos los que nos planteamos dudar, al menos, de la justeza de ese “sentido de Estado” que todo lo justifica y nuestra reflexión o duda suele tener poco recorrido. O, quizá por eso, nos cabreamos cuando oímos el argumento, nos sentimos solos, aislados, dudamos de nuestras propias dudas y desistimos de profundizar sobre el tema.

Deberíamos empezar por definir qué entendemos por el Estado. ¿Son las leyes, el Parlamento, las instituciones? ¿Es el aparato (jueces, policía, ejército, administraciones, etc.)? ¿Es el gobierno? ¿La oposición también es Estado? ¿Y la universidad? ¿Y la patronal y los sindicatos? Todo “eso” es Estado. ¿Pero sólo eso? Y los ciudadanos, los asalariados, los autónomos ¿son Estado? Y los jubilados, los estudiantes, los niños ¿son Estado? Cuando se apela al “sentido de Estado”, a la razón de Estado, ¿se están refiriendo a todo eso? Leía, hace poco que, el Estado, sobre todo es una relación de personas, de colectivos, de instituciones, de normas y que, como toda relación, es cambiante o puede cambiar, aunque nos lo quieran presentar como inamovible y, de hecho, suele tardar mucho en cambiar. Que la base del Estado, lo que lo justifica, es “lo común”, lo que es de todos y de nadie en particular: la economía, el bienestar, nuestra historia, las posibilidades de nuestro futuro. Y, por ello, también, lo que necesita de “alguien” una estructura que lo preserve, “por el bien de todos”, que “mire por nosotros”, por “lo común”, y que, subrepticiamente, ocultamente, nos lo quite de las manos. Es la gran contradicción, la gran trampa.

¿Y qué es nuestro voto? Es ese mantra del “sentido de Estado”, también, el que da sentido a nuestro voto. Pero, un sentido interesado, que hace de nuestro voto un derecho individual y una responsabilidad a la que debemos enfrentarnos aisladamente. Como si no tuviésemos intereses comunes. De ahí que valoremos, en exceso nuestro voto. Como si no tuviéramos bastante experiencia acumulada ya de que nuestro voto sólo sirve para legitimar esa expropiación, por unos pocos, de lo común. Por suerte (o por desgracia), esa generación que “luchó tanto por poder votar”, de forma natural, va desapareciendo. Parecía que su lucha, que “había costado tanto”, lo justificaba todo. El voto era un fin en sí mismo. Y quienes han venido detrás han heredado ese mito, pero sin darle la misma importancia que le daban sus mayores. De ahí los niveles de abstención, tan incomprensibles en tiempos de crisis tan duras como la actual.

La reflexión puede resultar interminable y sin resultados palpables que nos sosieguen. La clave está en salir del aislamiento, en reflexionar en grupo. Observar la realidad, a través de la televisión, por ejemplo, si lo hacemos en solitario, puede recomernos las entrañas. E intentar llevar a la práctica las conclusiones colectivas, de alguna manera, también colectivamente. Que salgan de las cuatro paredes donde debatimos. En los medios alternativos, en las redes, en algún tipo de organización. Que provoquen debate público. Que el debate público sirva para depurar nuestras ideas y también para influir con ellas.

Personalmente, no me quita el sueño lo que pueda hacer con mi voto. Ni siquiera, el que pueda equivocarme, aunque intento, mediante las claves a que me refería, equivocarme lo menos posible. Nunca venderé el voto. Si es caso, lo daré gratuitamente.

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